El Río Colorado recorre varios Estados para finalmente desembocar en el Golfo de California. Tiene un largo de 440 kilómetros. Su extraordinaria singularidad reside en haber erosionado las formaciones rocosas durante millones de años. Su desmedido esfuerzo creó el muy conocido Cañón del Colorado, lugar de encendidos colores rojos y profundidades visualmente espectaculares. Diligentes personalidades lograron crear parques nacionales protegidos. John Wesley Powel recorrió el Río, diseñó su cartografía hacia fines del siglo XIX y expresó, para definir lo hermosamente inexplicable, que “todo esto es la música del agua”. El tiempo, viento y agua fueron los agentes activos; el espacio y la montaña los receptivos. Ambos dejaron un testimonio visual donde la imaginación de los humanos inventa nombres para individualizar las mil formas rocosas que crea el fenómeno. En ese Páramo alternado por bosques de coníferas residen los Navajos, una de las comunidades indígenas ancestrales que han tenido el mérito de superar la antinomia blanco-indio. La ingeniería política norteamericana y la marcada identidad navaja crearon desde 1989 la Dinésia (Nación de los Navajos), luego de un proceso de largos años. A pesar de no constituir una entidad independiente y depender económicamente y de instituciones para administrar reservas de indios, tienen los Navajos un gobierno propio con su Poder Ejecutivo, una Cámara Legislativa, sistema judicial y administra reparticiones de servicio social, salud y educativas. Su jurisdicción abarca partes de los Estados de Arizona, Utah y Nuevo México y su capital reside en la ciudad de Window Rock. Cuenta con una población cercana a los 300.000 ciudadanos Navajos. De proverbial humanidad, los Navajos demuestran con su actitud abierta y de firme identidad nacional, que esa tierra es su esencia y su lugar de pertenencia. Geografía de grandes espacios y conmovedora espiritualidad.
De nuestro enviado especial Julio Díaz