Comenzar una nota implica señalar los orígenes, en este caso, de una trascendente metrópoli de proyección mundial. En 1524, Giovanni da Verrazano, un navegante italiano al servicio de Francia desembarcó en el área y pudo observar tribus indias de algonquinos e iroqueses, sus originales habitantes. Henry Hudson, bajo bandera holandesa, fue quien exploró el rio que hoy lleva su nombre en 1609 y 1613. Pero fue en el año de 1624 cuando la Compañía Holandesas de las Indias Occidentales fundó la colonia de Nueva Ámsterdam, primer nombre de la ciudad. Finalmente, en 1674, pasó a ser una colonia del Reino de Inglaterra con el nombre de Nueva York. Luego de la guerra de independencia, el Congreso se reunión en la ciudad entre los años de 1785 y 1790, donde George Washington fue investido primer presidente de los Estados Unidos. Creadores de la democracia moderna e impregnados de un sentimiento religioso de amplias libertades, los norteamericanos hicieron de Nueva York una ciudad cosmopolita. Millones de inmigrantes, principalmente europeos, entraron por su bahía, luego asiáticos, latinoamericanos, afrodescendientes una vez terminada la cruenta guerra civil. A pesar de sus diversos orígenes todos se sienten estadounidenses; diferentes etnias, culturas, idiomas, costumbres la hacen una ciudad muy especial. Manhattan abruma por la multitud de personas que la habita o recorre, la presencia de “rascacielos”, construcciones de larga tradición contrastando con un Central Park que inmerso en él, parecen desaparecer entre el follaje de miles de especies de árboles y plantas. Bronx, Queens y Brooklyn son los distritos que se agregan y dentro de ellos los barrios donde se establecen distintas comunidades. Pueden los puertorriqueños, latinoamericanos, judíos, chinos, italianos habitar allí identificados por su origen y hacer prevalecer su lengua materna o sus costumbres. El alcalde de la ciudad inaugura el año de clases visitando distintas comunidades y les habla, por ejemplo, en español. Casi 20 millones de habitantes en el área metropolitana, 50 millones de turistas en el año y cuando uno observa esa multitud se pregunta cómo es posible que todo funcione como una pieza de relojería. Allí se pude ver todo lo que se le ocurra a un visitante, vestir de la manera más diversa, transitar con seguridad, comer caminando con un celular en la otra mano, preguntar lo insólito, visitar museos pagando lo que usted quiera. Millones de historias personales se deslizan sin que nadie se atreva a imaginar cómo se viven. Centro financiero, comercial, turístico; un Manhattan de grandes fortunas y vida onerosa. Carestía que se va atenuando a los márgenes. Recorrer el puente Brooklyn caminando no constituye un esnobismo, es, simplemente sentirse como el común de la gente neoyorquina.
De nuestro enviado especial Julio Díaz