Ormuz, el principio del bien, y Ahrimán, el principio del mal, son los personajes o divinidades más sobresalientes del zoroastrismo, religión que también es conocida por los nombres de parsismo, mazdeísmo o magismo.
Según esta creencia, la creación del mundo debió empezar por medio de la emanación. La primera emanación de lo Eterno fue la luz, de donde salió el rey de la misma, Ormuz, ser sagrado y celestial, el conocimiento y la inteligencia personificados.
Ormuz creó el mundo, del cual es conservador y juez. Ormuz, el primogénito del tiempo sin límites, empezó creando a su imagen y semejanza seis genios o espíritus, que rodean su trono y son sus mensajeros para los espíritus inferiores y los hombres, siendo para los mismos los modelos y ejemplos de pureza y perfección.
La segunda serie de las creaciones de Ormuz fue la de los veintidós espíritus que velan por la inocencia, la felicidad y conservación del mundo: son modelos de virtud y los intérpretes de las plegarias de los hombres.
La tercera huestes de espíritus puros es más numerosa y formada por los “farohars”, los pensamientos de Ormuz, o las ideas concebidas por él antes de proceder a la creación de las cosas.
La triple creación de los espíritus buenos fue la consecuencia necesaria del simultáneo desarrollo del principio del mal. El hijo segundo del Eterno, Ahrimán, emanó igual que Ormuz a la luz primitiva y fue puro como él, pero por su ambición y soberbia concibió la pasión de la envidia y, para castigarle, el Ser supremo le condenó a vivir durante doce mil años en la región de las tinieblas, el tiempo suficiente para que se libre la batalla y se adjudique el triunfo entre el bien y el mal.
Pero Ahrimán creó también un sinnúmero de espíritus malos, los cuales llenan la tierra de miseria, malestar y pecado. Los malos espíritus son la impureza, la violencia, la codicia, la crueldad; los demonios del frío, del hambre, de la pobreza, de la esterilidad e ignorancia y el más perezoso de todos, el demonio de la calumnia.
Ormuz, después del reinado de tres mil años, creó el mundo material o físico en seis etapas o períodos de tiempo (en el mismo orden que en el Génesis), dando existencia primera a la luz terrena (que no debe confundirse con la celestial), al agua, la tierra, las plantas, los animales y al hombre.
Ahrimán asistió a la ceración de la tierra y el agua, porque las tinieblas habían invadido estos elementos. Tomó también parte activa en la creación y subsiguiente corrupción y destrucción del hombre, al que Ormuz creó mediante un simple acto de su voluntad y por medio de su palabra.
Además de la semilla de este ser, Ormuz sacó también a la luz de la existencia la primera pareja humana denominándose Meshia el varón y Meshiana la hembra. Poco después Ahrimán sedujo a la mujer y luego al varón, llevándolos al mal, haciéndoles comer ciertos frutos. Con lo cual no sólo pervirtió la naturaleza del hombre, sino también la de los animales tales como los insectos, las serpientes, los lobos, etc., los cuales de inocuos pasaron a ser nocivos, propagando así la corrupción por toda la superficie de la tierra.
En castigo de su iniquidad, Ahrimán y sus perversos espíritus fueron vencidos y arrojados de todas partes, quedando entablada la perpetua lucha, entre el bien y el mal.
Dice Zoroastro (profeta, líder espiritual) que en este rudo combate los hombres justos y prudentes no tienen nada que temer, porque el trabajo es el exterminador del mal, y el hombre bueno obedece siempre al justo juez, cultiva asiduamente la tierra, extrae de la misma buenas cosechas y planta árboles frutales en abundancia.
Transcurridos los doce mil años, cuando la tierra se vea libre de los malos espíritus, aparecerán tres profetas que estarán al lado de los hombres ayudándolos con su poder y su ciencia, devolviendo a la tierra su primitiva belleza, juzgando el bien y el mal y dando a cada uno su merecido. Y así los espíritus buenos volarán a la región de los bienes eternos e inmutables, mientras que Ahrimán con todos sus demonios y los hombres que le hayan seguido, serán echados a un mar de metal fundido en estado de licuefacción.
Por último, el bien vencerá al mal, la luz a las tinieblas y con ello llegará el definitivo triunfo de Ormuz.
José Repollés: Las mejores leyendas mitológicas, 1999