“ EL hombre es ese ser que se angustia. La experiencia de la angustia es la experiencia de la nada. Y la experiencia de la nada es la experiencia de la muerte.”
Sorensen Kierkegaard.
Despertó en medio de la noche con el rostro empapado en lágrimas. En la oscuridad total la recurrente pesadilla volvía a despertarlo. Intentó secarlas pasando sus manos en instintivo gesto procurando no despertar a su esposa que dormía a su lado. Temió haber gritado. En ocasiones sus hijos que dormían en la habitación contigua se despertaban sobresaltados. Sobre todo Virginia de tres años, la mimosa de la casa, que enseguida llamaba a su madre, despertaba a su hermano Esteban de siete, se encendían las luces y pasaría más de media hora antes que volviera la calma y él, sumido en una congoja culpable, pasaría la noche en vela.
Pero, afortunadamente, nada de eso había ocurrido.
Respiró aliviado. Hasta le pareció escuchar la amortiguada tosecita de Virginia, recuperandose de un resfrío y percibir la acompasada respiración de su esposa sumida en el sueño.
Pero pasaría un buen rato antes que los desbocados latidos de su corazón le permitieran el anhelado sosiego para transitar el resto de la noche.
Giró cuidadosamente su cuerpo mirando hacia la oscuridad de la nada.
De pronto, en la somnolencia que amenazaba eternizarse, una mano pequeña se apoyó sobre su hombro. En la larga vigilia reconoció la mano de su esposa y sin tiempo para agradecerle, se quedó dormido.
No alcanzó a oir la voz de la Hermanita Bernarda que, mientras lo sacudía levemente para despertarlo, lo increpaba con fingida severidad- ¡ Don Alberto! ¡Don Alberto! ¡ Por favor! ¡ Deje de gritar que nadie en el pabellón puede dormir! ¡ Despierte por Dios!
La Pastoral para Adultos Mayores Santa Teresita ocupa una vieja casa con dos grandes pabellones ocupados por ancianos sin hogar.
Un jardín abandonado, una breve escalera de mármol quebrado y una gran puerta de madera de dos hojas.
El lugar es particularmente triste. En particular los pabellones donde se alinean dos hileras de camas.
Sus altas y estrechas ventanas apenas filtran la luz mortecina de los inviernos.
Elbio Firpo