El comercio es casi tan antiguo como la propia sociedad humana. Hace más de doscientos mil años, los habitantes de la Edad de Piedra de África oriental (actual Kenia) transportaban e intercambiaban obsidiana, el resistente vidrio volcánico con el que se podían fabricar herramientas y armas, a distancias superiores a los ciento cincuenta kilómetros. En la Edad de Bronce, los mercaderes emprendedores de Asiria comerciaban con productos como el estaño, la plata, el oro, los tejidos de lujo y la lana a lo largo de cientos de kilómetros entre las actuales Irak, Siria y Turquía, registrando sus transacciones en tablillas de arcilla y negociando la protección y el paso seguro de sus caravanas con los gobernantes cuyo territorio atravesaban. En el siglo V a.C., el historiador griego Heródoto describió varias expediciones comerciales de larga distancia que tuvieron éxito: incluyó en sus Historias la de un barco capitaneado por un hombre llamado Coleo, cuya tripulación fue la primera griega en aventurarse desde Grecia hasta “Tartessos” ( en el sur de España y volver). “Los beneficios obtenidos… con su carga, una vez que regresaron a casa, fueron mayores a los de cualquier otro comerciante griego del que tengamos información fiable”, escribió Heródoto.
Medio milenio más tarde, durante el apogeo del imperio romano, el mundo mediterráneo bullía de actividad comercial, unificado hasta un punto sin precedentes n un único mercado político y económico bajo la supervisión imperial. Dentro de esta zona de comercio, las mercancías y las personas se transferían “sin roces” y en enormes cantidades entre lugares tan lejanos como Siria y las tierras bajas de Escocia, el norte de África y el bosque de las Ardenas. El imperio ofrecía enormes ventajas para el comercio: calzadas seguras y de buena calidad en las que la posibilidad de ser atracado y robado era baja, una moneda fiable y un sistema legal que podía resolver las disputas comerciales. Además, permitía a la gente normal participar en él,ya que los agricultores producían granos para alimentar a los ejércitos, los ricos buscaban cerámica cara y especias de importación, y los talleres y hogares demandaban esclavos para hacer el trabajo sucio.
Resulta interesante que, a pesar de la gran cantidad de transacciones comerciales que se realizaban, por tierra y por mar, sobre todo durante los dos primeros siglos del imperio, los romanos no tenían en especial estima a los comerciantes. Comprar y vender no era una profesión que se considerase adecuada para un patricio, y la vida económica de las clases altas solía centrarse en la gestión de las propiedades rurales. Más allá de la recaudación de impuestos y la acuñación de monedas, las herramientas financieras del Estado romano seguían estando relativamente poco desarrolladas. Sin embargo, tal y como quedaría claro en retrospectiva, los emperadores romanos supervisaban un bloque comercial que era excepcionalmente poderosos y diverso en su época, y que echaría de menos cuando el imperio se desmoronase. Una vez que Roma colapsó y su autoridad decayó, las condiciones básicas para el comercio a larga distancia y de alta frecuencia empeoraron notablemente.
Por supuesto, los Estados “bárbaros” sucesores de Roma no prescindieron por completo del comercio. Pero, cuando las ciudades y los horizontes políticos romanos se contrajeron, la otrora bulliciosa economía mediterránea se ralentizó. El comercio se redujo, organizándose a escala local. El intercambio a larga distancia entre el Occidente posromano y la India y China se complicó por la agitación política y religiosa en Oriente Medio y Asia Central, sobre todo por las guerras bizantino-persas, el ascenso del Islam y los estragos de los magiares en Europa Oriental. Los productos de lujo se volvieron más difíciles de importar. El comercio mundial se estancó considerablemente, al igual que el comercio regional en torno al Mediterráneo y las antiguas provincias romanas. En comparación con el resto del mundo conocido a partir del siglo VI, las aguas del comercio se estancaron en Europa, que tenía poco que exportar, excepto pieles del Báltico, espadas francas y esclavos. Aunque sería engañoso considerar toda la Alta Media como un período “oscuro” en que todos los negocios retrocedieron hasta la nada y el progreso humano entró en hibernación, en la panorámica de la historia occidental fue un período de desarrollo económico estancado que duró varios cientos de años.
Dan Jones: “Poder y Tronos. Una nueva historia de la Edad Media”, 2024.