Saladino fue un personaje excepcional en la historia y prácticamente único en el mundo medieval porque, habiendo desempeñado un gran papel en el mundo musulmán en la lucha entre cristianos y musulmanes, aún en vida y sobre todo después de su muerte se convirtió en un ídolo, prototipo de caballero, gran guerrero y gran jefe político, venerados por los musulmanes (a excepción de los chiitas) como por los cristianos.
Saladino fue un kurdo que nació en Tikrit, en el norte de Irak, ciudad de la que su padre Ayyub fue gobernador por cuenta de los turcos selyúcidas. En ese entonces, el mundo musulmán estaba dividido en dos grandes califatos: el califato abasí sunita de Bagdad y el califato fatimida chiita de El Cairo.
Todas las poblaciones musulmanas de razas y lenguas diferentes fueron más o menos fuertemente arabizadas, lingüística y culturalmente. Poco después del nacimiento de Saladino, su padre Ayyub y su tío Shirkuh entraron al servicio del turco Zengi, que reinaba como amo en Mosul y Alepo. Las rivalidades y los conflictos eran continuos entre los califas abasíes y los sultanes selyúcidas. El Egispto chiita de los fatimidas también se encontraba agitado por graves conflictos internos. Por último, todo el mundo musulmán estaba encendido por la presencia de los cristianos en Palestina y en especial en Jerusalén, ciudad santa tanto para musulmanes como cristianos, en el lugar que se conocía como el reino de Jerusalén, dividido también en varios pequeños estados.
Saladino pasó su infancia entre su padre Ayubb y su tío Shirkuh, quién lo presentó al Sultán Nur al-Din, hijo de Zengi, en Alepo. Ahí Saladino recibió una sólida educación militar que comprendía la práctica del polo y la caza, así como una educación literaria y religiosa. Sin duda, sabía escribir y leer árabe desde joven. Un renombrado jurista de Alepo le dedicó un opúsculo que contenía los principios esenciales de la fe musulmana.
La verdadera carrera de Saladino empezó en 1164 con expediciones a Egipto al lado de su tío Shirkuh. En 1169 el califa fatimida lo nombró visir del El Cairo, en cierta forma jefe del gobierno del califato. En 1174, a la muerte de Nur al-Din, se convirtió en Sultán de El Cairo e inauguró la dinastía Ayubí, poniendo fin así a 200 años de reinado de los califas fatimidas chiitas. Su reino vio multiplicarse las operaciones guerreras y extendió su poder sobre un vasto territorio, desde la Cirenaica hasta la alta Mesopotamia, y de Yemen hasta Siria del norte. Logró importantes victorias sobre los francos, es decir, los cristianos cruzados establecidos en palestina, y para los musulmanes su mayor gloria fue la toma de Jerusalén en 1187. Pero no logró expulsar a los francos de toda Palestina. Para los musulmanes –excepto los chiitas- sigue siendo tanto el modelo del caballero guerrero y religioso, que lleva a cabo la yihad contra los cristianos, como el modelo del príncipe justo y sabio. Si bien en la tradición musulmana es normal que Saladino haya aparecido y permanezca a través de los siglos como la imagen del libertador, es más sorprendente y más notable que su prestigio casi mítico haya impresionado a los cristianos durante su vida y hasta el día de hoy.
Los cristianos, y en general en Occidente, lo han considerado como un soberano ideal quien, a pesar de su fe distinta, encarnaba al caballero perfecto y al buen rey definido por los espejos de los príncipes. Para los cristianos, fue primero “un azote enviado por Dios para castigarlos por su falta de piedad” (Anne-Marie Eddé), pero muy pronto se convirtió en la imagen ideal del caballero magnánimo de ascendencia franca e incluso convertido al cristianismo. Fue considerado, sobre todo, como un héroe de novela caballeresca y de cantar de gesta, el modelo viril de moda en esta época. Este aspecto prestigioso y mítico de Saladino se prolongó a través de los siglos en Occidente. Dante lo situó en el limbo, al lado de Avicena, Sócrates y Platón. Bocaccio lo cita en El Decamerón , así como Lessing en su obra Natan el Sabio, donde aparece como un príncipe tolerante que respeta las tres religiones monoteístas. Voltaire afirma que pocos príncipes critianos tuvieron su tolerancia y su magnificencia. Anne-marie Eddé afirma que en una película reciente de Ridley Scott, Kingdom of Heaven, es representado “como sultán respetuoso de la palabra dada y tolerante hacia el cristianismo, al punto de recoger un crucifijo que había caído al suelo en una iglesia devastada”. Con más razón, en el mundo musulmán la figura de Saladino sigue siendo la de un gran héroe con el que han querido identificarse, entre otros, Gamal Abdel Nasser, Hafed al-Assad y Saddam Hussein. La literatura, el cine y la televisión no han dejado de retomar su figura para alabarlo como libertador y unificador del mundo árabe musulmán.