Su hija suele quedarse dormida antes de que termine de relatarle el cuento. Esta noche, sin embargo, ya va hacia la mitad de Caperucita y se mantiene todavía despierta, observándola con los ojos muy abiertos. Mientras le explica la escena en que el lobo llama, impostando la voz, a la puerta de casa de la abuelita, regresa a su memoria esa visita que ha recibido hace un rato. El hombre, que se ha presentado como encuestador del ayuntamiento, le ha mostrado fugazmente una credencial a través de la mirilla y le ha preguntado por su marido. Al responderle ella ingenuamente, sin llegar a abrir, que estaba de viaje, el otro ha sonreído, desapareciendo de su campo visual. En aquel momento no le ha concedido mayor importancia y ha subido a acostar a la niña. Pero ahora recuerda, atacada por un repentino temblor de piernas, que ha olvidado cerrar con llave la puerta trasera de la casa. Ya se ha puesto en pie para bajar corriendo a la planta baja cuando oye el característico crujido que produce, al pisarlo, el tercer peldaño de la escalera.
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