Aron y el Fin de la Historia
Los filósofos de la historia –desde un punto de vista u otro- emiten señales similares en cuanto al dominio del hombre sobre la naturaleza y sobre la búsqueda de una identidad común, una universalización de sus pretensiones. Tal planteo exige una organización de la sociedad; el Estado es un instituto que conduce a la comunidad dentro de las leyes morales que ésta ha aceptado.
Un término diferenciador es la “cultura”. La familia es el núcleo sustentador, los ideales de justicia sostienen la comunidad, la jerarquía representa el mandato del orden de una sociedad en particular ¿Sociedad homogénea en un Estado privilegiado? Aron introduce las costumbres cotidianas como un factor caracterizado por la diversidad, para concluir: “El término último de la historia no sería un estatuto (del Estado privilegiado), concretamente definido de la familia, sino una diversidad que no contradijera las reglas, inseparables de la humanidad esencial del hombre”.
El progreso técnico ha alentado un futuro de abundancia que invalida la condescendiente mirada teológica sobre el fin de la historia. El duro camino recorrido en la vida terrena para alcanzar la salvación es sustituido por los instrumentos del progreso, una apertura incesante de las capacidades humanas va a permitir una mejor distribución de la riqueza, por lo tanto una sociedad más justa, una buena educación y certidumbre sobre el futuro, el pleno ejercicio del derecho natural, fundamento moral de la colectividad humana, última instancia para alcanzar el bien común y la felicidad.
Para Raymond Aron el incremento de la productibilidad es una realidad demostrable. El progreso es posible con una población estacionaria, reparto equitativo de los ingresos y el trabajo indispensable. Sin embargo, un análisis del pasado nos muestra que ninguna sociedad ha podido superar ls estadios cíclicos de un sistema de bienestar o encontrado los mecanismos para asegurar una justa distribución de la riqueza.
En la mejor de las hipótesis un estado equilibrado, que alcance un nivel estacionario en el aspecto económico, no podría solucionar el “problema político”. Toda colectividad puede pretender la igualdad de los hombres, pero es inalcanzable una igualdad de las funciones de la colectividad. Un equilibrio en la dignidad de la función implica el reconocimiento del superior por el inferior y una puja solidaria por la distribución del ingreso por los diferentes grupos de interés de la comunidad.
Una sociedad está condenada hacia su interior y –por la evolución natural de los estados- hacia su exterioridad, entonces aparecen otros problemas: los intereses de poder entre naciones, los odios raciales, la dependencia económica, las relaciones de intercambio comercial.
El progreso técnico como lo concibe Aron hace superlativo el imperio de la razón sobre los instintos en el seno de las poblaciones. Aquél no garantiza la paz entre los individuos y las naciones; solo un reconocimiento mutuo entre los hombres y aceptando la diversidad social. El imperio de la razón sobre las pasiones en el momento que el hombre domina la naturaleza, acrece los recursos y reduce las desigualdades entre unos hombres inestables y una sociedad jerarquizada. De tal manera que: “El fin de la historia es una idea de la Razón. Caracteriza no al hombre individual, sino al esfuerzo de los hombres agrupados a través del tiempo. Es el ´proyecto´ de la humanidad, en cuanto ésta se quiere razonable”. (Aron: “El opio de los intelectuales”). Y no es por cierto una fórmula abstracta.
En la historia hay estructuras políticas y económicas validas porque han demostrado su provecho. La democracia es un buen ejemplo de forma política; el Estado puede ser mudable, las ideas de libertad y justicia no lo son. Sobre la idea de democracia oscilan muchas interpretaciones; el lenguaje –un inestimable recurso- puede mostrar un argumento coherente en su estructura formal y un vacío en su contenido. Así se ha querido calificar a la democracia como popular, social, liberal, plural. Una economía que produce, requiere a los trabajadores, equilibra las razones laborales, dignifica la función del empleado o del obrero, conforma una estructura válida. La política y la economía crean las condiciones para acercarnos la historia que vivimos y el fin que concebimos.
Centrado en su análisis sobre el sentido de la historia o si por el contrario no lo tiene, el autor da una respuesta positiva cuando explica la inteligibilidad de la historia a través de los actos y de las obras de los hombres. Es posible develar cómo piensa y cómo reacciona. Un acontecimiento pude ser ubicado en el conjunto, el hombre puede ser entendido en su contexto. La historia tiene “varios“ sentidos, se pregunta si la historia puede tener sólo uno.
Tres cuestiones son las que hay que superar para alcanzar un proyecto único: la pluralidad de las civilizaciones por la vía de una única e inmensa sociedad; la pluralidad de los regímenes mediante la organización del orden colectivo en un solo proyecto que él denomina de la “Humanidad” y finalmente la pluralidad de las actividades con una filosofía de validez universal.
Es momento de definiciones para el autor: ¿la historia tiene un sentido y al mismo tiempo podemos formular su fin último? Un Estado Universal resolverá el misterio de la historia: su objetivo es la explotación racional del planeta. Refuta a los cristianos por confundir la existencia de la “Ciudad de Dios” con la salvación del hombre. Más aún, la respuesta la formula la filosofía y no el conocimiento del pasado: “El sentido dado por la filosofía a la aventura histórica determina la estructura del devenir esencial, no determina el porvenir.
El filósofo, no el historiador, sabe lo que el hombre busca. El historiador, no el filósofo, nos enseña lo que el hombre ha encontrado, lo que, mañana quizás, ha de encontrar”. (Aron, “El opio de los intelectuales”).
Próxima entrega: Raymond Aron frente al determinismo.