La concepción de la música en la Edad Media es muy diferente de la moderna. La música se considera hoy, en Occidente, un arte (el arte de los sonidos) y una práctica expresiva “que encuentra en el sentimiento su punto de partida y su punto de llegada” –como afirma Hans Heinrich Eggebrecht (1919-1999) en su celebérrimo ensayo ¿Qué es la música?-, mientras que en la teoría medieval la música es, ante todo, una ciencia, es decir, la disciplina matemática que se ocupa del número en relación “con otra entidad”, donde la “otra entidad” se refiere tanto al sonido material como a cualquier otra realidad terrenal o celeste en la que sea posible encontrar orden, proporción y armonía. Herederos de la concepción antigua, los medievales encuadran los saberes musicales en “el concepto de ars música como componente del quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música) de las artes matemáticas”. Efectivamente, es justo en el curso de la Edad Media que tiene comienzo la parábola que transformará la música de una ciencia en un arte en el sentido moderno. Tal evolución fue posible por muchos factores, pero uno de ellos fue determinante para impulsar este proceso: la necesidad objetiva de adaptar los contenidos esenciales de las matemáticas musicales antiguas a un repertorio específicos de cantos, el canto gregoriano, que nació en Europa en la época carolingia (siglo IX) y se convirtió en el lenguaje musical oficial de la Iglesia católica. El “arte del canto” es la dimensión teórica de una música concreta inspirada por el culto de la época.
El filósofo romano Severino Boecio (480-525) recupera el sistema griego de organización de los sonidos en una escala musical definida por relaciones matemáticas, y los medievales, a su vez, readaptarán este sistema a las exigencias del canto y a la clasificación de las melodías gregorianas en grupos modales. Ahora bien, el tratado de Boecio (De institutione música) es igualmente conocido por el tema platónico de la armonía cósmica, que el filósofo romano imagina materializada en la inaudible música de las esferas. En el recorrido del pensamiento musical en los umbrales de la Edad Media el interés hacia la música no fue exclusivamente de los autores cristianos, sino también de los últimos autores paganos. En las obras filosóficas enciclopédicas que se producen entre la Antigüedad tardía y la Edad Media escrita por aquellos intelectuales formados en la cultura del clasicismo imperial tardío –en especial Marciano Capela (fl. 410-439) y Macrobio (siglos IV-V)-, la reflexión sobre la música continúa bajo la concepción antigua de la ciencia matemática y de la teoría de la armonía cósmica.
Sólo con el impulso de la reforma promovida por Carlomagno (742-814, rey de los francos a partir de 786, emperador romano a partir de 800) surgen, en el siglo IX, nuevos tratados de teoría musical tras la larga fase de silencio que siguió al gran florecimiento de la tratadística musical de la edad patrística y enciclopedista (siglos IV-VII). Mientras que gracias a este segundo caso le fueron heredados a la Edad Media los fundamentos de la reflexión musical antigua y antigua tardía grecorromana, cuyo sesgo era esencialmente matemático-filosófico, los tratados carolingios, teniendo que proveer una formación teórica para el nuevo repertorio gregoriano, prestan mucha mayor atención a la práctica.
Ahora bien, el interés de los medievales por la música va mucho más allá de las necesidades de codificación y transmisión de los cantos. En las Sagradas Escrituras, en efecto, el cristiano encuentra innumerables referencias al canto y a los instrumentos musicales; la riqueza de las referencias, además de la exhortación a la alabanza divina a través de cantos e himnos, tocando cítaras, salterios, panderetas y tubas, es indudablemente un estímulo para construir puentes entre la Tierra y el Cielo. La fuerza de la inspiración del artista medieval colma los cielos de una verdadera “orquesta angélica” y demuestra cómo la antigua música de los astros se ha convertido, ahora, en un canto de los beatos. Acercarse a estas representaciones no puede sino hacernos reflexionar sobre la estratificación de sus referencias históricas, religiosas y culturales.
Extractado de: “La Edad Media.Bárbaros, cristianos
y musulmanes”, Umberto Eco (Coordinador).