LA AUTOPSIA

Había una vez un grupo de médicos “cuerdos”: entre los principales estaba un ginecólogo, dos pediatras y también un cardiólogo.  Querían estudiar  científicamente el proceso de la “locura” y realizar un trabajo con sus conclusiones.  Algunos opinaban que el problema estaba en el cerebro, otros en los genes.  El cardiólogo insistía que él sabía de locura y seguramente el tema radicaba en el corazón.

Experimentaron con ratas y también con «humanoides» en muchas solicitudes de servicio que tenían en su lugar de trabajo.  Pero no llegaban a nada.

Finalmente encontraron un ser humano raro, un “loco peligroso”, que además tenía cierta ascendencia sobre otras personas. Se decía que los influenciaba y los embrujaba. Todos se miraron y pensaron que por fin habían encontrado el candidato que definiría su trabajo científico.

Lo apresaron, lo rodearon y lo sometieron a un interrogatorio extenso.  Hablaba un lenguaje distinto, nombraba palabras sin sentido como “afecto”, “amor”, “sinceridad”, “gratitud” y otras.  Realmente estaba loco.

Le hicieron escribir cartas y mensajes: más disparates todavía.  Mencionaba a un tal Descartes, a un pariente Kafka, a un “mundo del revés” y para colmo de males terminó con un “volver a empezar”.

Se reunieron todos en junta médica y el diagnóstico fue unánime: “locura galopante y peligrosa”.  ¡ Mire si todavía resulta contagiosa! Resolvieron que era, sin duda, el ejemplar ideal para dilucidar sus interrogantes.

Primero quisieron cerrarle la boca, pero el hombre seguía diciendo cosas feas que no les gustaban porque carecían de sentido: esperanza, pasión, lealtad, valentía y demás incoherencias.

Luego le ataron las manos para que no pudiera escribir, pero el “loco” se las ingeniaba para que los demás lo siguieran y estuvieran a su lado.  Y otros locos lo saludaban y lloraban con él, y se abrazaban.  Los doctores empezaron a creer que la locura era contagiosa y había que acelerar la investigación.

No aguantaron más, y ya impacientes, resolvieron ejecutarlo y mirarlo por adentro.  No les resultó fácil decidir la forma de matarlo así que prefirieron una manera que “preservara la persona”: que no viera nada y sintiera lo menos posible.  Para ello, una vez atado y con los ojos vendados, lo colocaron de espalda y lo apuñalaron por detrás.  Finalmente el “loco” cayó.  Ellos suspiraron con alivio, “habían logrado derrotarlo”.

Se fueron tranquilizando entre todos repitiéndose “fue lo mejor”, “por el bien de la humanidad”, “después de todo lo hicimos por su bien”.

La autopsia comenzó por la cabeza pero el cerebro resultó normal; ni la anatomía patológica reveló anomalía alguna.

¡Qué raro! – dijeron algunos, hubieran jurado que el problema era de la cabeza.

Así siguieron por todas las partes del cuerpo sin encontrar nada anormal.  Pero el hallazgo estuvo en el corazón.

¡Qué grande! –  exclamó el cardiólogo.  Sin duda aquello era patológico.

Se dispusieron a abrirlo con gran emoción y  nerviosismo; se acercaba el momento tan deseado del gran descubrimiento que los haría famosos.

Empezaron por la aurícula derecha que era de gran tamaño y la encontraron llena de Afecto.

¡Afecto! –  exclamaron todos casi juntos.  Sí, era toda una masa de ternura, cariño y amistad.  Los invadió una sensación rara, se preguntaban qué sería aquello que desconocían.  Pero inmediatamente opinaron que eran – sin duda – ingredientes de la locura.

Pasaron a la aurícula izquierda de tamaño exagerado.  La hallaron completa de Respeto.

¡Respeto! – volvieron a exclamar. Se hizo un silencio ante su sorpresa.  Parecía que una voz de ultratumba fuera diciendo el significado: “es la consideración del otro como persona, igual, ser humano, sin importar su condición económica, social, laboral o cultural”.  Nunca habían pensado en eso.  Evidentemente el creer que alguien puede ser igual a un médico y aún pretenda que éste lo trate por igual, es un gran signo de locura.  Asintieron con la cabeza en señal de que iban por buen camino.

Siguieron por el ventrículo derecho que era enorme: lleno de sinceridad. ¡Sinceridad! ¡Qué otra rareza sería aquello!

Me parece que es eso – dijo alguien – que hace que los locos hablen de frente, con veracidad, sin mentir, sin fingir, eso que los hace ser auténticos, transparentes, honestos, dignos.

Se pusieron a comentar entre todos que ello también era un síntoma evidente de deterioro y locura: en el mundo de hoy solo a un loco puede ocurrírsele ser así, cuando las normas de cordura indican que hay que ir siempre por detrás, fingir en forma permanente, jugar a estar bien con todos por las dudas, en suma a no ser uno mismo.

Y finalmente llegaron a lo más grande, inmenso: el ventrículo izquierdo.  Era una bolsa enorme de gratitud. ¡Gratitud!  ¡ Qué sería aquello!

Creo – dijo uno – que en el mundo de los locos es algo así como lealtad y agradecimiento por lo recibido, como una obligación moral de correspondencia por todo lo que una persona ha hecho por ti.

¡Qué ridículo! – decían, y todos reían a las carcajadas.  En la era del individualismo, del materialismo, del hedonismo y el egoismo, de la envidia y el resentimiento, hay que estar bien loco para pensar en gratitud.

Todo ese corazón “pesado” y cargado de locura estaba envuelto en una capa como si fuera el pericardio, pero aquí era una capa de Amor.

Esto ya es terminante – dijo el ginecólogo. ¡El hallazgo es concluyente!

La autopsia había terminado.  Todos estaban contentos por el descubrimiento: el problema de la “locura” estaba en el corazón.  Tenía razón el cardiólogo que decía entender del tema.

Se quitaron los guantes y se felicitaban unos a otros.  Este hallazgo los llevaría al Premio Nobel y a ganar mucho dinero.

Se retiraban de la sala sonriendo, con la satisfacción del deber cumplido y las cosas bien hechas, cuando escucharon una voz sorda y pausada:

Ey, ustedes, vengan, escuchen…

Quedaron paralizados, lentamente giraron y se acercaron con miedo hacia la mesa quirúrgica.  Allí yacía, ensangrentado y despedazado, el corazón del “loco”.

Sí soy yo que les hablo, susurro casi sin fuerzas. No tengan miedo, como verán no estoy en condiciones de hacerles daño. Solo quería decirles que el corazón de los locos nunca muere, sigue viviendo en las personas queridas porque el afecto, el respeto, la sinceridad, la gratitud y el amor perduran por siempre.  Y en esas personas recupera fuerzas y vuelve a vivir.  No crean que me han derrotado.  Estoy vivo.

¿ Qué querrá decirnos? – dijo el pediatra.

El corazón retomó la palabra

En cambio, la cordura es una enfermedad que los va matando, poco a poco, día a día. El corazón de los cuerdos se va quedando vacío, y en su lenta agonía, grita primero y se queja, despertándolos por las noches, no dejándolos dormir en paz. Intenta decirles que se está muriendo, pero los cuerdos no quieren escuchar y escapan.  Finalmente la cordura los mata. Son ustedes los que están muertos…

Juan Garat

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