La expansión portuguesa
En 1415, con tres siglos de experiencia marítima a sus espaldas, los portugueses cruzaron el estrecho de Gibraltar y tomaron la fortaleza de Ceuta a los moros. Se trataría del primer paso para asentar una presencia a gran escala en Asia y en África, fenómeno que nos es indispensable conocer para poder comprender las posteriores acciones en América. La actividad de los portugueses en Brasil fue precedida por casi un siglo de expansión colonial, durante el cual se crearon instituciones económicas y políticas para tratar con pueblos de otras razas, religiones y culturas. Buena parte de la historia moderna de Brasil constituye una extensión de esta historia, que también marcó las pautas para los españoles en el Caribe. Además, hasta mediados del siglo XVII, las regiones de África, con su oro y sus esclavos, y Asia, con sus especias, contaron más en los cálculos imperiales portugueses que el Brasil. La situación fue bastante diferente en el caso de los españoles, ya que las riquezas en metales preciosos de México y Perú convirtieron pronto a América en el corazón de la empresa ultramarina hispana.
Cuando los portugueses realizaron su primer asentamiento en Brasil, ya se habían instalado y habían colonizado las islas atlánticas de Madeira y Azores, creado factorías en la costa occidental de África, dando lugar a una floreciente industria azucarera en la isla de Santo Tomé, y doblado el cabo de Buena Esperanza para alcanzar los ricos puertos del Océano Índico.
No hay duda de que los factores tales como el espíritu militar de cruzada, el impulso misionero, los intereses reales, la búsqueda de beneficios comerciales y la curiosidad científica contribuyeron a tal expansión de un modo u otro. Estudios recientes han puesto de manifiesto los orígenes económicos de la expansión, si bien relegan al mismo tiempo la vieja idea de que los portugueses estuvieran primitivamente interesados en descubrir una ruta alternativa para llegar a las Indias y a sus especias. En cambio parece demostrarse que, incluso antes de que aumentase su interés por las especias, África representaba una atracción en sí misma. Portugal necesitaba granos y oro, dos cosas que podían encontrarse en las ciudades del norte de África; estas ciudades eran los puntos de llegada de un comercio transahariano que unía el África occidental productora de oro con el mundo mediterráneo.
Cuando los portugueses descubrieron que Ceuta no satisfacía sus necesidades, comenzaron a descender por la costa occidental africana hacia las fuentes del oro, el marfil y los esclavos, productos principales del comercio transahariano. Durante este proceso, que acabaría llevándolos a las Indias, los portugueses desarrollaron o afinaron ciertas técnicas para las operaciones comerciales y políticas en las tierras hacia las que navegaban. Lugar importante entre tales técnicas lo ocupaba la del establecimiento de factorías y capitanías donatarias.
La factoría fue un elemento característico del contacto de Portugal con África desde un primer momento. A medida que los portugueses descendieron por la costa, establecieron cierto número de pequeños fuertes comerciales, las factorías (feitorias), que normalmente se situaban en islas en la que los portugueses construían un fuerte y dejaban una pequeña guarnición. La más importante de todas ellas fue Sao Jorge de Mina (1481), en la actual Ghana. Este modo de actuar dio a los representantes comerciales, o factores, un lugar seguro para ejercer su comercio con los autóctonos, y, además, los barcos que llegaban de Portugal tenían la seguridad de poder desembarcar su cargamento y llevarse el barco lleno con otro. Tales estaciones comerciales habían sido utilizadas por los venecianos, genoveses, catalanes y otros en el Mediterráneo. La “factoría” portuguesa de Brujas (en Bélgica) había estado funcionando desde el siglo XIV; pero, mientras que en Europa estas factorías eran puramente comerciales, fuera del continente desempeñaron también misiones militares. El sistema de factoría constituía un medio excelente de establecer una presencia comercial permanente en una región sin tener que conquistarla y ocuparla. El comercio portugués en África era de un tipo específico; se trataba de un trueque de baratijas europeas y de ropas de bajo coste por esclavos y productos naturales. Tal actividad, que fácilmente podía degenerar en el uso de la fuerza, se denominaba resgate (rescate).
Cuando los portugueses colonizaban y se instalaban en una región, como Madeira o las Azores, y en un segundo momento Brasil, la carga de los gastos iniciales de la empresa caía sobre los hombros de individuos particulares. Los nobles estaban dispuestos a menudo a aceptar los costes derivados del transporte de los futuros pobladores y de las iniciales actividades económicas a cambio de los grandes poderes y privilegios que esperaban conseguir de la corona. La institución interesada en este proceso era la capitanía donataria, con precedentes medievales en el dominio señorial (senhorío), y utilizada ahora, tal como veremos, para fines imperiales y para el desarrollo de una agricultura de tipo capitalista. Estos nobles recibían el título hereditario de capitanes y señores propietarios (donatarios) de sus tierras; a cambio del título, de ciertas concesiones económicas y de una determinada autonomía política y judicial, se comprometían a gobernar y desarrollar el territorio de que se tratase. Constituía una forma de colonización que se adaptaba bien a las condiciones patriarcales de la península Ibérica y que ofrecía a los nobles una oportunidad para vivir de forma acorde con sus ideales. Al mismo tiempo, el capitán donatario, al igual que en el caso de la factoría, suponía un gasto mínimo a la corona en el momento inicial y más arriesgado. Mientras que el modelo de factoría se asociaba preferentemente con la costa africana, las capitanías se utilizaron por primera vez de forma efectiva en las islas del Atlántico como parte de la gran lograda empresa de Portugal: la producción comercial de azúcar.