EL BRASIL PORTUGUÉS – 4ta. Entrega

Los comienzos del Brasil Portugués

 

Los portugueses tenían sus tradiciones de expansión en África y las islas del Atlántico, que fueron aplicadas a la colonización del Brasil. De hecho, un rasgo distintivo fundamental de la colonización brasileña fue el continuo esfuerzo simultáneo de los portugueses en Asia. Para España, América fue el objetivo principal de la expansión colonial; para Portugal, no. Este factor nos ayuda a explicar buena parte de la historia de la primera colonización del Brasil, junto con las condiciones locales a las que se enfrentaron los portugueses. Se destacan algunos factores de influencia que estuvieron presentes en el comienzo de la colonización: la naturaleza semisedentaria de los indígenas, la aparente falta de metales preciosos y el carácter básicamente extractivo de la economía, orientada hacia los productos locales como la madera tintórea conocida como “palo del Brasil”.

El impulso marítimo de los portugueses hacia Asia ganó en considerable pujanza hacia finales del siglo XV. Cuando Vasco da gama alcanzó por fin la India en 1498, quedó abierta la vía de la circunnavegación de África para llegar al objetivo comercial del Oriente. Una segunda expedición zarpó con rumbo hacia la India, en 1500, bajo el mando de Pedro Álvarez Cabral. En su viaje de ida, alejándose ampliamente de la región de África más occidental, recaló en una costa desconocida. Se estableció contacto con los habitantes, se llevaron a cabo pequeñas exploraciones y actos de comercio, y a continuación, el secretario de la flota de Cabral elaboró un informe que éste despachó a Lisboa al tiempo que, con el resto de los barcos, continuaba rumbo hacia la India. Cabral llamó a su descubrimiento “Tierra de la Santa Cruz”, nombre pronto sustituido en la práctica por el de Brasil debido a la cantidad de gran cantidad de árboles tintóreos o palo de Brasil que se extendían a lo largo de la costa. Si bien algunos autores portugueses han pretendido que sus barcos ya habían descubierto en secreto estas costas, parece evidente, por el tono de sorpresa y admiración de la misiva de 1500, que tales contactos, si alguna vez existieron, no habían dejado ninguna huella en los marineros portugueses.

Brasil recibió poca atención de la corona en los siguientes treinta años. En aquel tiempo estaba demasiado preocupada con la riqueza de la India como para prestar atención a unas tierras aparentemente salvajes cuya única atracción eran los pájaros exóticos y los árboles tintóreos. Poco dispuesta a invertir los recursos reales de energía y capital a gran escala, la corona se volvió hacia los particulares dispuestos a la aventura a cambio de los derechos de explotación. Se concedió un contrato de monopolio de la tala de árboles tintóreos a un grupo de inversores, cristianos nuevos, a condición de que explorasen la costa, se ocupasen de su defensa y, naturalmente, entregasen un porcentaje de sus beneficios a la corona. Mientras la riqueza no fue evidente a primera vista, ambas coronas ibéricas parecieron dispuestas a realizar amplias concesiones a individuos particulares con el fin de que se responsabilizasen de la carga de las exploraciones, si bien en teoría siempre existió algún control residual de la corona. El sistema de iniciativas privadas y contratos reales se había empleado ya en África, y en muchos aspectos las técnicas de comercio del palo de Brasil eran paralelas a las previamente utilizadas en la extracción del oro, el marfil y los esclavos de la costa occidental de África. Se crearon pequeños fuertes y estaciones comerciales en emplazamientos adecuados, a menudo en islas, y unos pocos hombres, al mando de un feitor o administrador, se quedaron en ellos para dirigirlos. Durante su estancia, los portugueses obligaban a los indígenas a talar los árboles tintóreos y a entregar los troncos al fuerte comercial, a cambio de baratijas y otras mercaderías europeas. Así, los barcos que llegasen podían tener la seguridad de que les esperarían cargamentos de troncos en los citados fuertes. En un principio, el contacto de los portugueses con Brasil se limitó a una serie de feitorías, o factorías análogas a las de las costas de África; no obstante, en el curso del siglo XVI, cierto número de presiones internas y de amenazas externas forzaron a los portugueses a iniciar la colonización y el poblamiento.

Una preocupación inmediata fue la amenaza exterior. Poco después de la arribada de Cabral, los barcos españoles comenzaron a visitar las costas brasileñas en viajes exploratorios. La costa meridional de Brasil se convirtió en una etapa frecuente de parada para los barcos que se dirigían al Río de la Plata. Aún más seria fue la presencia de los franceses. Pequeños barcos privados que zarpaban de Normandía y de Bretaña empezaron a aparecer en la costa brasileña hacia 1504. Financiados por comerciantes y sin el apoyo real, estos barcos tenían puesta sus miras en el comercio del palo del Brasil. Esta variedad producía un tinte rojizo púrpura muy apreciado por los tapiceros y sastres europeos, por lo que los franceses no estaban menos ansiosos de explotar los bosques brasileños. La corte francesa nunca había aceptado las pretensiones de España y de Portugal sobre el mundo ultramarino y los comerciantes y marinos franceses aún lo estaban menos.

La competencia fue feroz. Ambas partes realizaron acuerdos comerciales y alianzas con los grupos indios al tiempo que realizaban incursiones en los fuertes y barcos de sus rivales. Desde el punto de vista de Portugal, que reclamaba Brasil para su dominio, los franceses eran unos intrusos, poco mejores que piratas. Las quejas diplomáticas ante la corte francesa surtieron poco efecto debido al carácter particular de la presencia francesa, por lo que los portugueses se dedicaron a organizar actividades militares. Algunas expediciones navales despejaron la costa brasileña de barcos franceses; pero, inmediatamente después, los franceses volvían a aparecer. Hacia 1530, era evidente que Portugal se enfrentaba a un dilema: tomar posesión del Brasil de un modo permanente o perder estas tierras en beneficio de unos rivales europeos más activos.

Ese mismo año, otra expedición naval zarpó con instrucciones para alejar a los franceses de la costa y continuar las exploraciones. Además, esta imponente flota transportaba también los hombres y el material necesario para establecer un asentamiento permanente. Su comandante Martím Afonso de Sousa, recibió amplios poderes judiciales y administrativos para llevar a cabo los objetivos colonizadores de la expedición. Tras recorrer la costa y capturar cierto número de barcos franceses, Martím Afonso fundó una ciudad en Sao Vicente en 1532. Se trataba del primer Brasil.

 

De las Capitanías Donatarias al Gobierno Real

Aún cuando la expedición de Martim Afonso ya estaba en camino, la corona portuguesa seguía realizando planes para una ocupación colonial estable y permanente, capaz de resistir las invasiones y de explotar el potencial del Brasil. Las noticias sobre las hazañas de Cortés y sobre las riquezas de México probablemente no cayeron en saco roto en la corte de Lisboa, y en Brasil corrían rumores de todo tipo sobre montañas de esmeraldas y minas de plata en algún lugar de las desconocidas tierras interiores (sertao). El propio Martim Afonso había enviado una entrada de ochenta hombres en busca de estos tesoros del interior, pero sin éxito. Tanto las posibilidades aparentes como la realidad del comercio del palo de Brasil requerían una intervención decidida, pero Portugal estaba aún demasiado ocupado con Asia para comprometer el erario real en una operación a gran escala en Brasil. Una vez más, la solución consistió en depender de la iniciativa y el interés de los particulares, estimulados por la acción del Estado y la garantía de una legislación y una fuerza militar a sus espaldas.

Una práctica institucional experimentada en otras posesiones fue la creación de señoríos hereditarios o capitanías donatarias, merced a la cual se estableció el dominio portugués sobre extensos territorios de la costa brasileña entre 1533 y 1535. Los caballeros que recibían tales concesiones o donaciones (donatarios) podían contar con amplios poderes jurisdiccionales y fiscales, además de otros privilegios administrativos reservados en Portugal a la nobleza más amplia. Mientras que, en algunos aspectos, el señorío era una forma arcaica que parecía moverse en dirección contraria a la de la centralización real, tales concesiones no tenían un carácter “feudal” ni en la teoría ni en la práctica. Estaban concebidas como recompensas por servicios prestados y no dependían de ninguna de las tradicionales obligaciones feudales del vasallo hacia su señor. Además su propósito era el de conseguir un desarrollo económico.

Se crearon quince capitanías donatarias, dividiéndose para ello la costa brasileña en franjas de territorio de diversos tamaños (véase fig. 1). Nadie sabía lo que había en su interior; pero, en teoría, las fronteras de cada capitanía se extendían hasta la línea de demarcación del tratado de Tordesillas, que dividía las tierras pretendidas por España de las de Portugal. Los donatarios o capitanes podían fundar ciudades, nombrar funcionarios y distribuir tierras a los colonos. Además, como el propósito principal de las capitanías donatarias en Brasil era el de fomentar los asentamientos y el desarrollo económico, la corona ofreció determinadas ventajas financieras a los potenciales titulares de estas donaciones. Cada uno de ellos recibiría diez leguas de costa de su propiedad, el control sobre el comercio de esclavos indígenas, un porcentaje del comercio de madera de Brasil y el control en régimen de monopolio de los ingenios y de otros incrementos de capital.

Entre los poderes clave de los señores propietarios y el más importante para fomentar la colonización, se encontraba el derecho de distribución de sesmarías, o concesión de tierras obligando al colono receptor de las mismas a trabajarla y mejorarla. Los señores propietarios, al recibir el derecho a repartir sesmarías, contaron con un medio de atraer colonos y de iniciar asentamientos. En Brasil, no había límites aparentes a la disponibilidad de tierras, las sesmarías fueron a menudo inmensas y a largo plazo dieron pie a un sistema de latifundios. La normativa que obligaba a hacerse cargo únicamente de la cantidad de tierra que pudiese ser explotada fue ignorada, y a finales del siglo XVII algunas familias de Brasil poseían sesmarías, que unidas, eran más grandes que provincias enteras de Portugal.

A pesar de los diversos alicientes de las capitanías donatarias del Brasil, los grandes magnates y los nobles portugueses no se mostraron demasiado interesados. En su lugar, los beneficiarios de las concesiones fueron hidalgos, miembros de la pequeña nobleza lisboeta, unos cuantos burócratas reales y un buen número de personas que habían luchado en las conquistas portuguesas de la India. Martím Afonso de Sousa y su hermano habían recibido dos concesiones cada uno, pero eran casi los dos únicos donatarios con alguna experiencia previa a la brasileña. La mayoría carecía de los conocimientos, relaciones o recursos financieros para hacer salir adelante sus capitanías. Las cuatro capitanías septentrionales nunca llegaron a ocuparse, y otras cuatro fracasaron debido a la mala gestión y las pésimas relaciones con los indios. Al cabo de veinte años, la corona se vio obligada a hacerse control directo de las capitanías. Así pues, la era de las capitanías donatarias fue de corta duración y tuvo un aura de fracaso, si bien durante este período se establecieron cierto número de pautas sociales y económicas que continuarían existiendo bastante tiempo después de que la corona se hubiera establecido. Por tal motivo, nos detendremos a examinar algunos ejemplos de capitanías que tuvieron éxito o que fracasaron, tomando nota de las pautas y procesos que tuvieron lugar.

 

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