EL BRASIL PORTUGUÉS – Última entrega

La mano de obra india y africana en Brasil

 

En el momento de la llegada de los portugueses a la costa, gran parte de la misma estaba ocupada por pueblos de lengua tupi que vivían en poblados semisedentarios de cuatrocientos a ochocientas personas divididos por clanes de parentesco que ocupaban de cuatro a ocho edificaciones alargadas. Cultivaban el producto sudamericano por excelencia, la mandioca; cazaban, pescaban y recolectaban diversos productos silvestres. Los hombres dedicaban gran parte de su atención a la guerra contra sus vecinos tupíes y contra pueblos de lengua diferentes, a los que los tupíes y luego los portugueses denominarían tapuyas (salvajes), probablemente debido a que no practicaban la agricultura. Entre los grupos tupíes, como los tupinamba de Bahía y Río de Janeiro o los tupiniques de Porto Seguro Y Sao Vicente, la actividad guerrera ayudaba a estructurar la sociedad, ya que el estatus de un hombre dependía de su capacidad para matar y capturar a sus enemigos y para presentarlos para las fiestas rituales del canibalismo. La economía formaba en un alto grado parte integrante del más amplio sistema social. Cada grupo de parentesco satisfacía sus propias necesidades, y en el entorno litoral brasileño no era ésta una preocupación ardua en absoluto. Había poca preocupación por almacenar excedentes. Los funcionarios portugueses encontraron esta actitud “bárbara” o “incivilizada”, y a menudo se sintieron horrorizados por la aparente ociosidad de los hombres y por su falta de preocupación por la posesión material y los excedentes. Más tarde, los colonos aludirían a estas mismas actitudes para justificar la esclavización de los indios, con el fin de enseñarles el camino hacia la civilización.

Pero en los primeros años no hubo mayores problemas por causa de las diferencias notables entre los conceptos económicos de portugueses e indígenas. Durante los primeros treinta años de contactos, las relaciones se limitaron al trueque. Los portugueses (y los franceses) necesitaban a los indios para que los ayudasen a arrastrar los troncos de madera de Brasil hasta los fuertes y estaciones comerciales de la costa y para que les suministrasen alimentos. A cambio de esta fuerza de trabajo, de los troncos y de la mandioca, los europeos ofrecían mercancías baratas, chucherías, vestidos y, ocasionalmente, hachas y artefactos de hierro. Ninguno de los productos suponía una seria alteración de la vida indígena tradicional. La tala de árboles era una actividad tradicionalmente masculina que podía organizarse sobre la base del poblado y, siempre que dicho poblado tuviese suficientes alimentos que comer, no eran reacios a trocar sus excedentes.

Con la introducción del sistema de capitanías en el decenio de 1530, la naturaleza de las relaciones entre portugueses e indios comenzó a cambiar radicalmente. Los donatarios y los colonos estaban interesados en los servicios de los indios, sus productos y su fuerza de trabajo de forma bastante más intensiva y continua que los taladores de madera de Brasil. Se construyeron ciudades y hubo un mayor número de bocas que alimentar. Pero, por encima de todo, las demandas de mano de obra de la industria azucarera fueron enormes. El mero trueque ya no fue suficiente para satisfacer la creciente demanda europea, y los portugueses recurrieron progresivamente a la esclavización de los indios.

La interpretación clásica del fracaso del sistema de trueque en el decenio de 1530 se basaba tanto en la presunción de que tanto portugueses como indios actuaban como “hombres económicos” que tomaban decisiones personales en respuesta a unas condiciones objetivas de mercado. Ya no satisfechos con las baratijas que se les daba, lo indios fueron pidiendo progresivamente artículos más caros y armas de fuego, incrementando así el coste de mano de obra. Además, la competencia entre los taladores de árboles de Brasil y los colonos por la obra de mano indígena dio igualmente  a los indígenas una ventaja económica distinta. Dicha situación llevó, pues, a los portugueses a recurrir a la esclavitud.

La citada interpretación, si bien correcta en la descripción del paso del trueque a la esclavitud, probablemente destaca más de la cuenta el efecto del mercado sobre las reacciones de los indios. La economía indígena era en principio de uso, no de cambio, y estaba ampliamente subordinada a otras consideraciones, como la de responsabilidad con el clan familiar. Los tupíes semisedentarios (y aún más los tapuyas, no familiarizados con la agricultura) mostraron pocos deseos de acumular más y más productos materiales. Una vez que un hombre tenía un hacha de hierro, no necesitaba otra hasta que ésta se le hubiera gastado por el uso. De hecho, demasiadas posesiones dificultaban los movimientos del poblado. La adquisición de más artículos hubiera significado la evolución hacia una vida más sedentaria, lo que probablemente no hubiese sido compatible con la agricultura tupí. Quizá aún más importante fue la transformación del tipo de trabajo ahora demandado de los indios. El trabajo diario y agotador de la industria del azúcar era bastante diferente de las exigencias intermitente de las tala de árboles, que, después de todo, era una actividad masculina. La agricultura no lo era; se trataba de un trabajo de mujeres, y los guerreros tupíes se negaban a realizarlo, debido, sobre todo, a que no dejaba tiempo para la guerra y las ceremonias, desarraigando sobremanera a los tupíes de su propia sociedad para sumergirlos en un contexto portugués. Los funcionarios portugueses describían la situación en los términos clásicos del colonialismo: los nativos eran perezosos, poco de fiar e irracionales porque no eran capaces de responder a los estímulos económicos. Para conseguir “civilizarlos” y enseñarles a comportarse como europeos, los colonos argüían que tenían que esclavizarlos.

El trueque no desapareció del todo. Los portugueses aún necesitaban abastecimiento de alimentos indígenas y estaban dispuestos a pagar o comerciar por ellos. La necesidad de alimentos y trabajadores para las plantaciones supuso una disyuntiva. Las incursiones para hacerse con trabajadores diezmaron los poblados indios, privando así a los colonos, y especialmente a los poblamientos de la costa, de un importante abastecimiento de alimentos. Para resolver el conflicto, los gobernadores reales empezaron a distinguir entre “buenos” y “malos“indios; los primeros aceptaban el cristianismo y el control portugués y estaban dispuestos a trabajar o a facilitar alimentos y mano de obra: éstos no podían ser esclavizados. Los segundos se resistían a la conversión, huían y continuaban practicando sus antiguos hábitos de guerra y canibalismo: su esclavización era justa. No obstante, los colonos a medida que el azúcar fue cobrando progresiva importancia, los plantadores prestaron cada vez menos atención a las sutilezas de la legislación real.

En el decenio de 1540, varios grupos e instituciones portuguesas defendieron tres políticas simultáneas y a menudo contradictorias en cuanto al trato con los indios. La corona, apremiada por los jesuitas, pretendía integrar a los indios pacíficamente en la colonia mediante la conversión y la aceptación de las normas y actitudes europeas, incluido el trabajo asalariado. Los colonos no se oponían a ello, pero argumentaban que la única forma de conseguirlo era mediante la esclavización. Los jesuitas, y después las demás órdenes, estaban en desacuerdo. Consideraban que podía mantenerse a los indios en sus poblados bajo la supervisión eclesiástica, pudiendo así no sólo ser instruidos en el cristianismo, sino también convencidos en cultivar alimentos y ocasionalmente proporcionar fuerza de trabajo para la colonia. En cierto sentido, los jesuitas pretendían crear un campesinado indio como solución opuesta a la esclavización propuesta por los colonos. En las regiones productoras de azúcar fueron los colonos los que acabaron saliendo victoriosos. Los poblados dirigidos por los jesuitas (aldeas) se perpetuaron en las regiones periféricas, como la del Amazonas y las tierras fronterizas meridionales del Brasil, donde no existía una demanda de agricultura intensiva. Después de 1570, y luego en 1595 y 1609, la legislación real prohibió la esclavitud de los indios.

La época del trabajo indio en la región central duró unos sesenta años (1540-1600). Durante la mayor parte de este periodo, casi todos los trabajadores eran indios libres y esclavos. La mano de obra indígena proporcionó la base para el crecimiento de la colonia y la primera expansión de la industria azucarera; pero, desde el punto de vista portugués, tenía serios inconvenientes. Los indios se resistían a realizar labores agrícolas; huían a la primera oportunidad y carecían de las capacidades más apreciadas en la industria azucarera. Además, como en el resto de América, eran muy vulnerables a las enfermedades europeas. En los años de 1560, la viruela y luego el sarampión diezmaron la costa brasileña. Con el fin de compensar las pérdidas, se organizaron cada vez más expediciones esclavistas y de rescate (rescatar a indios que habían sido capturados por sus enemigos indios) tierra adentro (sertao), pero la sustitución se hizo cada vez más difícil. Enfrentados a los diversos tipos de resistencia indígena, con la elevada tasa de mortalidad, la población en declive y una oposición renovada por parte de los jesuitas contra la esclavitud, los colonos empezaron a volverse hacia otra fuente de mano de obra: el comercio transatlántico de esclavos.

Cuando Cabral desembarcó en Brasil, Portugal había estado transportando esclavos africanos a la península y a Madeira durante casi sesenta años, habiendo desarrollado técnicas e instituciones para manejar dicho comercio. Entre ellas se encontraban los fuertes comerciales de Axim Y Sao Jorge de Mina y una oficina de aduana y registro en Lisboa (Casa dos Escravos). Por tanto, no es sorprendente que los portugueses pretendieran utilizar mano de obra africana en Brasil a medida que comenzó a desarrollarse una industria colonial del azúcar.

Los primeros esclavos africanos en Brasil llegaron como criados personales o marineros en las primeras expediciones. Los capitanes donatarios recibieron el permiso para llevar unas docenas de africanos a trabajar en los ingenios. Fue realmente después de 1560 cuando el tráfico atlántico de esclavos empezó a proporcionar cantidades importantes de éstos a la economía brasileña de exportación. A mediados del decenio de 1580, Pernambuco contaba con sesenta y seis ingenios y unos dos mil esclavos africanos. Si estimamos unos cien esclavos por ingenio, podemos comprobar que por aquella época los indios aún constituían los dos tercios de la fuerza de trabajo de las explotaciones.

Los esclavos africanos  tenían una aptitud más abierta para el aprendizaje de nuevas técnicas. Procedían de sociedades con agricultura intensiva corriente y en donde se conocía el trabajo del hierro, la cría de ganado y otras técnicas utilizadas en los ingenios. Además, fueron más resistentes a las enfermedades del Viejo Mundo que los indios. Las ventajas en la utilización de africanos compensaron finalmente los altos costes de sus transportes. Desde los primeros años, los plantadores consideraron que las inversiones en tiempo y dinero con el fin de adiestrar a los africanos en las labores especializadas del azúcar tenían más posibilidades de verse recompensadas que si se intentaban con indios. La productividad del trabajador indio era muy baja en comparación con la de los esclavos africanos.

En los primeros decenios del siglo XVII, la transición hacia la utilización de mano de obra africana en las zonas de plantación de las costas del Brasil era ya completa. El aflujo de grandes cantidades de africanos modificó la naturaleza de la población y de la cultura colonial del Brasil. El momento en que los africanos pasaron a constituir una mayoría de la fuerza de trabajo utilizada y un componente importante de la población marca el final de la etapa originaria del Brasil. La esclavitud india y otras formas de trabajo indígena sobrevivieron en aquellas partes del Brasil, como Sao Pablo y el Amazonas, que eran excéntricas con respecto a la economía dominante, demasiado pobres como para permitirse la importación de esclavos. En las regiones productoras de la costa, los indios habían facilitado gran número de trabajadores, de “mano de obra barata” en un momento crucial, cuando la industria carecía de capital. Los resultados fueron desastrosos para los indios; pero en cuanto a la industria del azúcar, los indios habían hecho posible una rápida expansión al menor coste. En 1600, las pautas económicas y sociales predominantes se habían asentado. Los africanos habían sustituido a los indios como esclavos y el Brasil se había transformado en el primer productor del mundo de azúcar.

 

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