La consideración de la libertad como fenómeno político fue contemporánea del nacimiento de las ciudades-estado griegas. Desde Heródoto, se consideró a éstas como una forma de organización política en la que los ciudadanos convivían, al margen de todo poder, sin una división entre gobernantes y gobernados. Esta idea de ausencia de poder se expresó en el vocablo isonomia, cuya característica más notable entre las formas de gobierno, según fueron enunciadas por los antiguos, consistía en que la idea de poder (la ar-quía en la monarquía y oligarquía, y la cracia en la democracia) estaba totalmente ausente de ella. La polis estaba considerada como una isonomia no como una democracia. (…) de aquí que la igualdad, considerada frecuentemente por nosotros, de acuerdo con las ideas de Tocqueville, como un peligro para la libertad, fuese en sus orígenes casi idéntica en ésta. Pero esta igualdad dentro del marco de la ley que la palabra isonomia sugería, no fue nunca la igualdad de condiciones, sino la igualdad que se deriva de ser un cuerpo de iguales. La isonomia garantizaba la igualdad., pero no debido a que todos los hombres hubieran nacido o hubiesen sido creado iguales, sino por el contrario, debido a que por su naturaleza (physis), los hombres eran desiguales, y se requería de una institución artificial, la polis, que gracia a su nomos les hiciera iguales. La igualdad existía solo en esta esfera específicamente política donde los hombres se reunían como ciudadanos y no como personas privadas. La diferencia entre este concepto antiguo de igualdad y nuestra idea de que los hombres han nacido o han sido creados iguales y que la desigualdad es consecuencia de las instituciones sociales y políticas, o sea de instituciones de origen humano, apenas necesita ser subrayada. La igualdad de la polis griega, su isonomia era un atributo de la polis y no de los hombres los cuales accedían a la igualdad en virtud de la ciudadanía, no del nacimiento. Ni igualdad ni libertad eran concebidas como una cualidad inherente a la naturaleza humana, no eran phisis, dados por la naturaleza humana, no era phisis, dados por la naturaleza y desarrollados espontáneamente, era nomos, esto es, convenciones artificiales, productos del esfuerzo humano y cualidades de un mundo hecho por el hombre.
Los griegos afirmaban que nadie puede ser libre sino entre iguales, que por siguiente, no el tirano, ni el déspota, ni el jefe de familia, eran libres. La razón de de ser de la ecuación establecidas por Heródoto entre libertad y ausencia de poder consistía en que el propio gobernante no era libre; al asumir el dominio sobre los demás se separaba asimismo de sus pares. En otras palabras había destruido el concepto ismo de lo político (…) La vida de un hombre libre requería la presencia de otros. La propia libertad requería pues un lugar donde el pueblo pudiese reunirse: el ágora, el mercado, o la polis, es decir, un espacio político adecuado.
…El uso americano, que especialmente el siglo XVIII habló de “felicidad pública”, cuando los franceses hablaban de “libertad pública” da una idea bastante adecuada de esta diferencia. Los americanos sabían que la libertad pública consiste en una participación en los asuntos políticos y que cualquier actividad impuesta por estos asuntos no constituía en modo alguno una carga sino que confería a los que la desempeñaban en público un sentimiento de felicidad inaccesible por cualquier otro medio. Sabían muy bien –y John Adams fue lo bastante osado para formular este conocimiento repetidas veces- que el pueblo iba a las Asambleas municipales -como lo harían más tarde sus representantes a las famosas Convenciones- no sólo por cumplir un deber ni, menos aún- para servir a sus propios intereses, sino sobre todo debido a que gustaban de las discusiones, la deliberaciones y las resoluciones. Lo que los sedujo fue “el mundo y el interés público de la libertad” (Harrington)… Los colonos debieron ser movidos… por una especie de insatisfacción con los derechos y libertades de los ingleses, estimulados por el deseo de hallar un tipo de libertad de la que “los habitantes libres” de la madre patria no gozaban. A esta libertad la llamaron más tarde, cuando ya gozaban de ella, “felicidad pública” y consistía en el derecho que tiene el ciudadano de acceder a la esfera pública, a participar del poder público, a ser partícipe del “gobierno de los asuntos” según la notable frase de Jefferson, como un derecho distinto de los que normalmente se reconocían a los súbditos a ser protegidos por el gobierno en la búsqueda de la felicidad privada, incluso contra el poder público, es decir, distinto de los derechos que sólo un gobierno tiránico era capaz de abolir. El hecho de que la palabra “felicidad” fuese elegida para fundar la pretensión a participar en el poder público indica, sin lugar a dudas, que existía en el país, con anterioridad a la revolución, algo parecido a la “felicidad pública” y que estos hombres sabían que no podían ser completamente “felices” si su felicidad estaba localizada en la vida privada única esfera en la que podía gozarse de ella… En el siglo XVIII, el término, como hemos visto fue bastante corriente y sin el adjetivo correspondiente, las generaciones futuras iban a poder darle el significado que quisieran. Ya entonces existió el peligro de confundir felicidad pública y bienestar privado, aunque los delegados de la Asamblea Constituyente creían firmemente en la teoría general según la cual existe una estrecha relación entre la “virtud pública” y la “felicidad pública”, y que la libertad es la esencia de la felicidad.
Desde el fin de la Antigüedad, la teoría política se ha acostumbrado a distinguir entre gobierno según Derecho y tiranía., siendo definida la tiranía como la forma de gobierno en la que el gobernante gobernaba a su capricho y para la realización de sus propios intereses ultrajando así el bienestar privado y los derechos civiles legítimos de los gobernados. No podía así identificarse la monarquía con la tiranía… La tiranía, según terminaron por entenderla las revoluciones, era una forma de gobierno en la que el gobernante, incluso aunque gobernase con arreglo a las leyes del reino, había monopolizado para asimismo el derecho a la acción, había relegado a los ciudadanos de la esfera pública a la intimidad de sus hogares y les había exigido que se ocupasen de sus asuntos privados. En otras palabras, la tiranía despojaba de la felicidad pública, aunque no necesariamente del bienestar privado, en tanto que una república garantizaba a todo ciudadano a convertirse en “partícipe de los asuntos”. La palabra república no había aparecido, fue sólo tras la revolución cuando llegó a considerarse despóticos a todos los gobiernos no republicanos.