Los griegos antiguos
La transformación de la Acrópolis es el resultado de la aplicación del programa de obras de Pericles modificando la estructura de las Panateneas (celebración religiosa más importante de Atenas). Pericles, sobrino nieto de Clístenes, se había dado a conocer cuando patrocinó la primera puesta en escena de Los Persas de Esquilo en 472 a.C. A partir de 461 dominó la escena política ateniense y se le reeligió general en reiteradas ocasiones. Pericles nunca dejó de apoyar las políticas que permitían que Atenas se beneficiara estratégicamente de sus “aliados”, a los que gravó cada vez más por considerarlos Estados súbditos. Asimismo, supervisó la transferencia del erario de los aliados, de la isla de Delos a Atenas, llevó a cabo campañas victoriosas en el norte de Grecia y fundó colonias en Tracia. Se había ocupado también de las delicadas negociaciones con los espartanos a pesar de que era cada vez más inevitable que las dos superpotencias griegas volvieran a entrar en conflicto. Había sofocado las revueltas de Samos y Bizancio contra Atenas y fortalecido los intereses atenienses en el Mar Negro. No obstante, su logro más duradero fue el plan, puesto en marcha en 447 a.C., consistente en emplear parte de la riqueza que los atenienses habían conseguido gracias a la expansión de su imperio para financiar la transformación arquitectónica de la Acrópolis, que albergaba a los dioses de la ciudad y el erario público. Durante las invasiones de 480 a.C., los persas habían arrasado los templos, y los edificios no se reconstruyeron hasta que se ejecutó el plan de Pericles.
En 432 a.C. se terminó de construir el nuevo y deslumbrante Partenón, el templo de Atenea, con sus columnas dóricas y sus frisos y esculturas en el frontón. Las obras la supervisó el escultor Fidias, autor también de la enorme escultura en oro y marfil de Atenea Partenos; de más de diez metros de altura, con casco y peto, la diosa lleva un escudo a un lado y una pequeña estatua de Niké (Victoria) en la mano derecha. Recubierta con un baño de oro de diez mil kilos, la Atenea Partenos de Fidias era una de las estatuas más imponentes que los griegos vieron jamás. En el friso del Partenón, que recorre toda la superficie externa del templo interior, se ven escenas que evocan una procesión en honor de a diosa: caballos y jinetes, carros, hombres con instrumentos musicales, bandejas y jarras de agua, animales sacrificiales, un grupo de diez hombres imponentes (héroes, quizá), dioses sentados y una escena en la que aparecen un hombre y una mujer adultos, tres niños y una tela plegada. A los atenienses, el conjunto solo podía evocarles la procesión panatenaica.
Las Dionisas eran el único festival comparable, en su grandiosidad, con las Panateneas. Se celebraban en elafebolion, mes primaveral, el de Artemisa Elafébolos, la que persigue a los ciervos, cuando, después del invierno, navegar volvía a ser una actividad sin riesgo. Atenas se habría al mundo marítimo y se llenaba de visitantes. Muchos meses antes del festival, los autores dramáticos enviaban propuestas al magistrado decano de la ciudad, el arconte epónimo. Cada uno debía proponer una tetralogía (tres tragedias y un drama satírico en el que abundaran los gritos y las discusiones); las cuatro obras se representaban sin solución de continuidad el mismo día del festival. En 458 a.C., por ejemplo, Esquilo envió La Orestiada, compuesta por Agamenón, Las coéfaras y Las Euménides, y el drama satírico Proteo. Sabemos poco del procedimiento que empleaba el arconte para escoger las trtes tragedias que competirían en el siguiente festival y los actores principales que la interpretarían, el coro y el corega, ciudadano griego acaudalado que costeaba el mantenimiento, el vestuario y la formación del coro que se ponían a disposición de cada autor, como había hecho Pericles con Esquilo en el año 472. Financiar un coro era costoso y, como nadie olvidaba la presión por ganar, los gastos que entrañaban las tres coregías de las tragedias se convirtieron en una competición en sí.
El festival se inauguraba oficialmente con la Pompé (procesión). Toda la ciudad bullía de entusiasmo; no podía iniciarse procedimientos legales ni reunirse la Asamblea, y hasta los presos quedaban temporalmente en libertad bajo fianza. La procesión dionisiaca, que empezaba en las murallas de la ciudad, se detenía en varios lugares sagrados, camino del santuario, para cantar y danzar en honor de los dioses. Al mismo tiempo de ese modo se definían, por representación simbólica, las relaciones entre los grupos que constituían la sociedad ateniense. Encabezaba la procesión una joven virginal de una familia aristocrática, que llevaba la cesta dorada ceremonial con selectas piezas de carne del sacrificio. Los coregas que habían sufragado las producciones teatrales iban ataviados con vestiduras costosas, de oro incluso. SE hacían los preparativos para el banquete público, que requería ingentes provisiones para miles de participantes; el toro elegido como animal principal del sacrificio iba acompañado por ciudadanos jóvenes en período de instrucción militar. Había también cientos de animales sacrificiales menores. El santuario de Dioniso debió parecer un matadero gigantesco junto a una barbacoa y los balidos de los animales aterrados, todo salpicado de sangre y apestando a carne asada y cadáveres.
Para acompañar la comida, los ciudadanos llevaban odres de vino y hogazas de pan con espetones; por su parte, los metecos tenían tazones para mezclar el vino con el agua que sus hijas servían de unas jarras. Otros hombres cerraban la comitiva con los falos rituales del dios. Se organizaban también concursos de canto con coros formados por cincuenta ciudadanos. El teatro en sí estaba preparado para la culminación del festival; a la representación de las obras la precedía un rito ceremonial de purificación en las que hacían libaciones de vino en honor a los dioses. Un heraldo público proclamaba los nombres de los benefactores de la ciudad. Una vez lleno el teatro se exhibía hileras de lingotes de plata (talentos), los ingresos que había acumulado Atenas gracias a los tributos de ese año. El toque imperial lo realzaba aún más la armadura que se entregaba a todos los hijos en edad militar de los atenienses caídos en combate. Finalmente, un heraldo con una trompeta anunciaba cada una de las producciones teatrales que se representaban de un tirón, en un solo día, probablemente por la mañana.
En las Dionisias de 431, el público ateniense tenía presente los problemas que se aproximaban. Atenas había enfurecido a otros Estados griegos. En 432 a.C., los espartanos convocaron una reunión de la Liga del Peloponeso para atender las demandas contra Atenas. Como consecuencia, declararon la guerra votando que apoyaban la moción que sostenía que los atenienses habían roto los términos del frágil acuerdo de paz entre ambos. La vida en Atenas cambiaría para peor. Poco después de las Dionisias, los tebanos invadieron Platea, a poco más de diez kilómetros de Tebas, pero aliada con Atenas. Si bien el enfrentamiento se saldó con una victoria platea, poco después, los espartanos comenzaron a invadir el Ática y ocupar las tierras de cultivo. A pesar de que Pericles logró controlarlos con la fuerza militar, su triunfo sería el último de su reconocida gloria.
Próxima entrega: Discurso fúnebre de Pericles