CATALINA LA GRANDE (1729 – 1796)

Sé afectuosa, humana, accesible, compasiva y generosa;

no permitas que tu grandeza te impida mezclarte

amablemente con los más humildes ni ponerte en su lugar …

Juro por la Providencia grabar estas palabras en mi corazón.

       

         

Además de política excepcional, constructora triunfante de una imperio y mujer extraordinaria y apasionada que debió su éxito a sí misma en una época dominada por los hombres, Catalina la Grande fue, probablemente, el dirigente más humano que haya dado nunca Rusia. Figura junto a Isabel I de Inglaterra entre las soberanas más sobresalientes de la historia, aunque sus más grandes fueron mayores.

Fue implacable, sin lugar a dudas, en su búsqueda de poder y admiración, autocomplaciente en sus muestras aventuras amorosas y extravagante en grado sumo en su disfrute de las artes y los lujos; pero también benevolente en extremo, correcto cuando sus intenciones, leal a sus amigos, compasiva con sus enemigos, tolerante con los demás, diligente, erudita y por demás inteligente. Triunfo a todas las previsiones. Ni siquiera era rusa ni tenía derecho al trono, ya que los años se habían arrojado a una corte más grande que el resto en el que se celebraban las riñas de osos y perros.

Su nombre era Sofía de Anhalt-Zerbst, princesa alemana de segunda en el siglo de los principales que era el Sagrado Imperio Romano, convertido en una suerte de agencia de contactos maritales al servicio de las monarquías de Europa. En 1746, la emperatriz Isabel I de Rusia la llevó a San Petersburgo para casarla con su heredero, el gran duque Pedro. Se convirtió a la Iglesia Ortodoxa, adoptó el nombre de Catalina y aprendió ruso, aunque no pudo menos de sentirse defraudado por su marido, hombre débil, cargado de prejuicios, estúpido y cobarde. También era alemán, ya diferencia de su esposa, que no tenía ningún problema para abrazar todos los aspectos de la cultura de la nación, despreciaba y temía a Rusia. La recién llegada se ganó enseguida el cariño de la Emperatriz; hizo amigos y admiradores entre los cortesanos y en los regimientos de guardias,

Al ver que no llegaba a la baja, fue la propia emperatriz, Isabel el concertó a su primer amante, Serguéi Saltikov. Catalina engendró al gran duque Pablo. No era hermosa, pero sí atractiva, pequeña y de buenas curvas, brillantes ojos azules y una generosa cabellera de color castaño rojizo. Aunque tuvo otros amantes y disfrutaba con el sexo, era más una mujer romántica que ansiaba con un hombre solo.

Tuvo la astucia de tomar por amante a Grigori Orlov, oficial de la guardia de gran popularidad. Su esposo, quien subió al trono como Pedro III a la muerte de Isabel, solo necesitó seis meses para lograr sus súbditos. Conforme a las leyes de la época, Pedro tenía que morir asesinado para que ella pudiera defender su derecho a suceder. Los hermanos Orlov lo estrangularon, y ella supo que siempre cargaría con la culpa.

Una vez en el poder, sin embargo, reinó con sensatez y cautela. Se propuso expandir Rusia en dirección al mar Negro, y ocupó para ello tierras de los turcos otomanos. Instituyó una comisión legislativa a fin de estudiar la abolición de la servidumbre y la elaboración de justas. Mantuvo correspondencia con los filósofos ilustrados, incluido Voltaire, quien le asignó el apelativo de «la Grande». Si bien la colosal revuelta campesina de Pugachov y la realidad del poder aristocrático hicieron muchas de sus ambiciones académicas, su reinado fue benévolo, sensato y metódico: Catalina se hizo más amable y humana, la legislación y la sociedad rusa.

Después de su larga relación con Orlov conoció el amor de su vida, el príncipe Potiomkin, un gallardo general, tan brillante como ella en el ámbito político; aunque feroz e imaginativo donde ella era sensata y diligente. La combinación funcionó de maravilla. De su fogosa aventura sexual, comenzada a finales de 1773, dio cuenta en la correspondencia más escandalosa y romántica que haya escrita nunca monarca alguno. Cuando acabó su aventura amorosa, Potiomkin compartió con ella el gobierno y se convirtió en su mejor amigo. Juntos lucharon contra el turco, anexionaron Crimea, construyeron ciudades, burlaron al inglés, construyeron una flota del mar Negro, compraron colecciones de arte … Al morir él, en 1791, Catalina, entrada en la senectud y desconsolada por la pérdida,

Nada de esto empaña los logros alcanzados por ella en el ámbito político, militar y artístico. Su reinado supuso una edad dorada para Rusia, la cual gobierna con una actitud en esencia liberal, y su carácter rezumaba invencibilidad: Catalina la Grande sigue siendo no solo el parangón de los dirigentes de su nación, sino también la potencia más consumida de la historia .

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *