EL CID CAMPEADOR 1034-1099

Rodrigo Díaz de Vivar, es un personaje ejemplar de la Reconquista española. La realidad de su vida histórica ofrece una imagen más compleja y verdadera que la que la historia oficial ha racionalizado sobre él, al convertirlo en un héroe de la lucha de los cristianos contra los musulmanes. Ahora bien, la España medieval era el escenario de múltiples combates con frecuencia entremezclados, no sólo entre musulmanes y cristianos, sino también entre cristianos y en cierta medida entre los musulmanes mismos. El Cid es el modelo de estos guerreros que evolucionaban entre la pequeña y gran nobleza cristiana, que ponían sucesivamente su espada al servicio de cualquier príncipe cristiano e incluso, de manera ocasional, al servicio de un jefe musulmán. Por último no era desinteresado: en el mosaico político y religioso de la España medieval, se esforzó por constituir para sí mismo un territorio soberano. En este sentido representa, no sólo en la escala española sino europea, el ascenso social de un pequeño noble.

Rodrígo Díaz nació en Vivar, pequeña ciudad de Castilla cercana a Burgos, y fue un caballero de nobleza media que unas veces estuvo al servicio de los reyes de Castilla y otras veces de los emires musulmanes, antes de hacerse de un señorío propio en Valencia. En la historia aparece en medio de una lucha entre reyes cristianos donde sirve al rey de León de Castilla, Alfonso VI, contra el rey de Navarra, antes de caer en desgracia y ser exiliado. Luego, entró al servicio del rey musulmán de Zaragoza, Al Muqtadir, contra el conde de Barcelona y el rey de Aragón y Navarra, ambos cristianos. Entonces (1084) se le dio el nombre de Cid, del árabe sayyid, “señor”. Una vez reconciliado con Alfonso VI, defendió victoriosamente a los cristianos contra los almorávides que venían de África en la región del Levante, donde se hizo de un principado. En un principio al servicio de un príncipe musulmán, aliado de Alfonso VI, se liberó de esta tutela y, en 1094, se adueñó de Valencia, donde estableció el primer Estado cristiano en tierra musulmana. Pero en 1102, tres años después de su muerte, su esposa Jimena debió dejar el principado a los moros. Entre tanto, el Cid había logrado casar a sus dos hijas a una con el rey de Navarra y a la otra con el conde de Barcelona. Denis Menjot definió al Cid histórico: un “aventurero de la frontera, ávido de hazañas caballerescas y botines, que servía tanto a los soberanos cristianos como a los musulmanes; la guerra le aseguró el ascenso social que se afianzó con el matrimonio de sus hijas”. Al final de su vida, la celebración de sus hazañas lo convirtió en un héroe mítico. Le dedicaron un poema latino, el Carmen Campidoctoris, que le valió el segundo nombre de Campeador.

Los monjes benedictinos de la abadía de Carmeña, cerca de Burgos, donde fueron enterrados el Cid y su esposa, mantuvieron la reputación de gloria, incluso de santidad, de la pareja. Un poema épico, El Cantar del mío Cid, donde el Cid es transformado definitivamente en héroe cristiano, se escribió en castellano de manera anónima entre 1110 y 1140. Se le consagró una crónica en latín a mediados del siglo XIII: Historia Roderici. El rey de Castilla Alfonso X el Sabio realizó una peregrinación a su tumba en 1272. En 1541 los monjes abrieron la tumba del Cid, de la que decían emanaba un olor de santidad, pero el proceso de canonización en Roma no llegó a buen término.

La reputación del Cid llegó hasta el siglo XVI, especialmente por la Crónica del famoso cavallero De Cid Ruy Díaz Campeador, publicada en Burgos en 1512, reeditada en 1552 y 1593. La obra del siglo XVII, Las Mocedades de Rodrigo, de Guillén de Castro, transformó al Cid en personaje de teatro que se debatía entre el respeto paterno y el amor conyugal. Casi de inmediato esta pieza inspiró la célebre tragicomedia francesa de Corneille, Le Cid (1636). Finalmente, el siglo XX prolongó y transformó la imagen del Cid en héroe de la guerra y del amor con la publicación de la magnífica obra La España del Cid de Ramón Menéndez Pidal en 1929. El teatro y el cine ampliaron aún más la gloria del Cid mitificado al asociar el mito de Rodrigo al nuevo mito del joven actor Gerard Philipe en París y en el Aviñón de Jean Vilar al inicio de la década de 1950.

El Cid es un ejemplo de un héroe histórico enaltecido por la leyenda, la literatura y el teatro, al reunir los diferentes factores que producen el imaginario heroico: la memoria del pueblo, la poesía, el teatro y la intervención genial de algunos artistas.

Jacques Le Goff

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