Por lo común se le considera el poeta más grande de su nación. Las traducciones no pueden hacer justicia al modo extraordinario en que amoldó a su arte la lengua rusa, mezclando lo arcaico y lo moderno, lo culto y lo coloquial, e inventando palabras nuevas cuando no bastaban las existentes. La honda simplicidad de su poesía transformó el uso el idioma por parte de sus compatriotas, ya sean literarios, ya sea gentes corrientes.
Hijo precoz de una familia de rancio abolengo, Pushkin adquirió renombre cuando, siendo un escolar de catorce años, vio publicados sus primeras obras en verso. Su poema narrativo romántico Ruslan y Liudmila, compuesto seis años más tarde, transgredió todas las convenciones literarias del momento y obtuvo un éxito arrollador. El paladín de la vieja guardia de la poesía rusa, Vasil Zhukovski, lo obsequió con un retrato suyo en el que podía leerse: “Al discípulo victorioso, del maestro derrotado”. Sin apenas salir de la adolescencia, Pushkin gozaba ya del reconocimiento propio del poeta más eminente de Rusia.
Su pasmosa energía y su empuje transformaron la literatura de su nación. Se zafó de los rígidos corsés de la religión y la censura para crear obras de originalidad extraordinaria que sentaron los cimientos de la tradición moderna de la escritura rusa. Eugenio Oneguin (1825-1832), su gran novela en verso, está considerada por muchos la mejor que se haya escrito en su lengua. Ambientada en un paisaje ruso con personajes rusos, se aleja de la tradición alegórica para quedar encaminada hacia el realismo del que más tarde se servirían Tolstói, Dostoievski, Nabókov y Bulgákov. Relata la historia de amor, condenado al fracaso, que surge entre Tatiana, beldad de provincias, y Oneguin, noble cínico e intelectual pedante y aburrido. Él coquetea con ella; ella queda prendada; él la rechaza y mata al prometido de la hermana de ella en un duelo que presagia la muerte del propio Pushkin. Muchos años más tarde, Oneguin vuelve a topar con ella, convertida ya en una gran dama de San Petersburgo, una hermosura de la sociedad erigida en princesa y casada en un “Yo también, pero ahora soy la esposa de otro”. Él queda desconsolado, “como abrasado por los fuegos del infierno. Su corazón afligido se haya sacudido en lo más hondo, y ¡con qué tempestad de deseo!” Los personajes permanecen eternos, aunque nada hay más intemporal que la tristeza trágica del amor de Oneguin por la desposada Tatiana, ni del amor imperecedero que también le profesa ella, aunque ambas pasiones sean irrealizables.
El poeta y revolucionario encarnó la imagen del héroe romántico. Era un hombre simpático y social, más que un integrante activo de la cuadrilla de conspiradores aristocráticos que más tarde se conocerían como decembristas, quienes se confabularon para reformar la autocracia opresiva de los zares y recibieron tanta fama por sus ideas liberales como por su afición al alcohol, al juego y a las mujeres.
La obra de Pushkin revolucionó el concepto que tenían los rusos de su historia y sus dramas, y sobre todo de sus escritores. Él, que no era precisamente de los que restan importancia a sus logros, se cuenta entre los primeros autores rusos que reunieron sus diversos escritos en una sola edición. Un año después de su muerte, cierto crítico pudo afirmar de él: “Todo ciudadano ruso culto debería poseer las obras completas de Pushkin si quiere que lo consideren ruso o culto.”
Los autócratas de la nación trataron de quebrar la voluntad de aquel radical, quien, en sus propias palabras, se vio “perseguido durante seis años, mancillado por la expulsión del ejército, exiliado a un pueblo apartado por dos líneas de una carta que interceptaron”. La situación no fue del todo infausta: adoraba el romántico exotismo de Odesa, Moldavia y el Cáucaso, que le proporcionaron no poca inspiración. También tuvo muchas aventuras, y guardó listas, bosquejos y poemas que le recordasen sus conquistas, entre las que se incluía la princesa Yelizateva Vorontsova, esposa del príncipe Mijaíl Vorontsov, virrey de Nueva Rusia, y sobrina nieta del príncipe Potiomkin, ministro de Catalina la Grande. A ella, con quien probablemente engendró un hijo –criado como Vorontsov-, le dedicó un poema titulado “El Talismán”.
Sin embargo, Pushkin era muy consciente de la mano opresora de la censura y la vigilancia, y sabía que podía empeorar. Durante el alzamiento fracasado de 1825 se vio reducido al papel de espectador impotente del cruel aplastamiento que sufrieron los sueños de libertad de su generación por obra del funesto ordenancista que fue el zar Nicolás I. Al final, abatido por casi una década de censura y exilio, acabó por dejarse convencer por las ilusorias promesas de reformas y ponerse al servicio de Nicolás, quien se nombró asimismo censor personal de Pushkin.
El favor imperial lo destrozó aún más que el rechazo. Sometido a la censura del mismísimo zar, vio su voz punto menos que ahogada. Aquel voluble poeta radical fue cayendo en desgracia en la corte, aunque supo de seguir en ella a despecho de la insistencia, cada vez más desesperada, con que rogaba que se le permitiera retirarse a una vida de aislamiento literario. Su popularidad hacía que siguieran considerándolo una bomba de relojería, y además, media corte, incluido el mismísimo zar, se habían encaprichado de Natalia, su agraciada esposa. A medida que crecía su melancolía, lo hacía también su afición a la bebida y el juego.
Su romántica muerte, resultado de una crisis vivida a fuego lento y no menos romántica, convirtieron al héroe en leyenda. En febrero de 1837, Georges d’Anthés, trepador francés escalofriante y desaliñado, frustrado por el firme rechazo de Natalia a sus galanteos, la insultó públicamente y retó a un duelo a su esposo. Pushkin, que llevaba meses rabiando por una pendencia, aceptó enseguida. En el lance que siguió, recibió una herida fatal que causó su muerte dos días después, a la edad de treinta y ocho años.
El poeta radical y veleidoso de personalidad arrolladora que luchó por la libertad y murió por amor es en Rusia objeto de una veneración cercana a la que se otorga a un dios. Su estatua se yergue en la plaza de Moscú que lleva su nombre, engalanada con flores aún en pleno invierno. Pushkin ya había declarado en su gran poema “Monumento”: “Cantarán mis versos a lo largo y ancho de la vasta Rusia,/ mis cenizas perdurarán inmarcesibles”. Con estos versos se reveló también como profeta.
Poema de Alexandr Pushkin admirado por Dostoievski
EL CABALLERO POBRE (poema) – Aleksandr Pushkin (1799-1837)
Era un pobre caballero
silencioso, sencillo,
de rostro severo y pálido,
de alma osada y franca.
Tuvo una visión,
una visión maravillosa
que grabó en su corazón
una impresión profunda.
Desde entonces le ardía el corazón;
apartaba sus ojos de las mujeres,
y ya hasta la tumba
no volvió a hablar a ninguna.
Púsose un rosario al cuello,
como una insignia,
y jamás levantó ante nadie
la visera de acero de su casco.
Lleno de un puro amor,
fiel a su dulce visión, escribió con su sangre
A.M.D. sobre su escudo.
Y en los desiertos de Palestina,
mientras que entre las rocas
los paladines corrían al combate
invocando el nombre de su dama,
él gritaba con exaltación feroz:
Lumen coeli, sancta Rosa!
Y como el rayo, su ímpetu
fulminaba a los musulmanes.
De regreso a su castillo lejano,
vivió severamente como un recluso,
siempre silencioso, siempre triste,
muriendo por fin demente.