La lógica del alfabeto: Culturas orales y escritas
Los antropólogos afirman que la escritura impone su propia “lógica”; en otras palabras, alienta el pensamiento y el razonamiento lineales al modificar los proceso del pensamiento y al posibilitar el surgimiento de organizaciones sociales y políticas más sofisticadas. La escritura permitió a los gobiernos ejercer su autoridad a distancia, aplicar las formas impersonales de la ley y mantener registros sistemáticos de las decisiones previas. Facilitó la recaudación impositiva, las transacciones comerciales y a administración de los sistemas jurídicos. No solo fortaleció de manera sustancial el poder de todos los estados, sino que, reestructuró la manera en que pensamos. Nos hizo más conscientes del pasado y permitió que los individuos desarrollaran un pensamiento crítico respecto de las tradiciones colectivas arraigadas. Ayudó a que la ciencia se impusiera sobre el mito; y la razón, por sobre la costumbre. La escritura fue parte integral de la sociedad occidental y de sus valores.
De acuerdo con esta línea de pensamiento, la introducción de la escritura alfabética fue un avance decisivo que tornó más accesible la posibilidad de aprender a leer y a escribir. Los chinos usaban ideogramas (“caracteres”), los egipcios dibujaban jeroglíficos, y los cretenses del año 2000 .C. usaban el sistema lineal A, una combinación de signos e ideogramas cuyos códigos siguen siendo hoy un misterio insondable. La trascendencia del alfabeto fonético residió en el hecho de que, a diferencia de estos otros sistemas de escritura, sus signos representaban sonidos que emanaban de la voz humana. Esta invención le dio a la escritura el potencial de llegar a un público más amplio por primera vez en la historia. El alfabeto griego, desarrollado en los siglos VI y V a. C., a veces ha sido considerado la llave que permitió abrir, para el mundo occidental, el cofre en el que se guardaban los secretos de la escritura. Al vincular letras y sílabas con la pronunciación de vocales y consonantes específicas, el alfabeto socavaba el monopolio del conocimiento en manos de la élite. A diferencia de los ideogramas chinos, su aprendizaje no llevaba toda una vida.
Este énfasis puesto en el alfabeto griego como único crisol de la racionalidad moderna exige una corrección; de hecho, algunos de sus promotores han reconocido que su reivindicación bien puede ser acusada de eurocentrista. Los alfabetos fonéticos existían en otros lugares, por ejemplo, en donde se hablaban lenguas semíticas como el hebreo y el arameo, aunque éstas solo tenían consonantes. Los griegos no fueron ni la primera ni la única sociedad que produjo un alfabeto fonético. En realidad, tomaron la idea de los fenicios y le agregaron sus propias vocales. Más aún, no debe sobreestimarse el grado de cultura escrita que imperaba en la Grecia antigua. Esparta, por ejemplo, tuvo escaso contacto con la cultura escrita. Por cierto, solo una minoría urbana de atenienses (excluidos los campesinos y esclavos) sabían leer y escribir rudimentariamente. Pero esto no alcanza para decir que había circulación de libros: si bien Aristóteles acumuló una famada biblioteca, esto era algo excepcional; y de cualquier modo, el papiro era un bien muy escaso en Grecia. Decir que los atenienses sabían leer y escribir significa, antes bien, que podían entender las inscripciones públicas. La Grecia antigua fue una cultura preponderantemente oral, y muchos miembros de la sociedad ateniense vivieron en los márgenes de la cultura escrita.
En las culturas orales, los hablantes narran sus historias de manera diferente de cómo lo hacemos en una sociedad alfabetizada. Los narradores orales tienden a la repetición y a la redundancia. Dependen de la memoria, que, por más prodigiosa que sea necesita indicadores (“recursos mnemotécnicos”) a lo largo del relato que lo vayan guiando y le refresquen la memoria acerca de qué es lo que sigue. El ritmo y la rima son dos técnicas que estructuran la memoria de esa manera. En las narraciones orales, las palabras tienen mucha fuerza, pero la estructura es “acumulativa ante que analítica”: sólo en la escritura puede lograrse cabalmente distancia y reflexión crítica.
En la antigua Grecia, los grandes historiadores Heródoto y Tucídides produjeron historias basadas por primera vez en documentos escritos, pero también se apoyaron en fuentes orales, y Heródoto leyó su historia en representaciones públicas. La Ilíada de Homero, que apareció alrededor del 700 a.C., se basaba en una larga tradición de composición oral hecha por bardos (poeta heroico o lírico). A pesar de la creciente importancia de la escritura de en la Atenas del siglo IV a.C., el peso de la comunicación oral no disminuyó.
Extractado de: Martyn Lyons, “Una Historia de la lectura y de la Escritura
En el Mundo Occidental”, 20254.