El sentido de la Historia en Raymond Aron – 1ra. Entrega

La historia realidad o el referente “res gestae” –el acontecer en sí–, es atendido por la historiología (teoría de la historia), pero en un sentido más estricto por la Filosofía de la Historia. Desde dos vértices se estudian los hechos sucedidos: su ontología (ser y trascendencia) donde el hombre se presenta, individual o colectivamente, como un gran protagonista en relación a su libertad y la dimensión del tiempo. ¿La Historia tiene un valor, una dirección, un sentido?, ¿es posible predecir el fin de los tiempos? La teleología (doctrina de las causas finales) –el segundo vértice de la cuestión—intenta dar respuesta a tales cuestiones.

La Historia como ciencia analiza e investiga el pasado y en un extraordinario ejercicio intelectual, el hombre –el objeto de su estudio— intenta recuperarlo con el fin de explicarse su presente efímero, volátil, marcado por la instantaneidad, siempre impelido hacia el futuro. Predecir el fin asoma en el horizonte de la investigación histórica ya se trate de afirmar el Reino de Dios de San Agustín, o el ateísmo mesiánico de Karl Marx, el estado nacional o continental de Hegel y Ratzel, o el liberalismo democrático heredero de las revoluciones francesa y norteamericana.

El sentido de la historia puede entenderse de un modo trascendente como el providencialismo de San Agustín o acaso el de Vico con su planteo cíclico de “corsi e recorsi”. En cambio Hegel encuentra una dimensión racional para esclarecer la realización última en el estado nacional. Más allá de todo sentido metafísico o religioso aparece el cientificismo de la historia positiva, estableciendo leyes generales inexorables, contaminando el futuro con la permanencia de un estadio final exento de historia mudable.

Hay un protagonista, un agente reconocido como filósofo de la historia que construye sus predicciones mediante un estudio sistemático. Investiga con rigurosidad, usa instrumentos como el análisis comparativo, establece relaciones de analogía, extrapola acontecimientos, vive la historia con una buena dosis de imaginación, a veces la intuye al mismo tiempo que interpreta un pasado complejo –difícil de aprehender—aspirando a conocer los hechos “tal como realmente acaecieron” según la sentencia de Ranke. Finalmente encuentra algo que explica, se relaciona, se mantiene más allá de la imprevisible conducta del hombre en el ejercicio de su libertad, o del condicionamiento al que está sometido, aquello que Ortega y Gasset define como “soy yo y mi circunstancia”.

El filósofo de la historia teje, se ilumina de distintas formas. La profecía religiosa, la ciencia o la esclarecedora visión racional dan nacimiento a distintos pronósticos históricos. Pero su planteo establece distintos grados de certeza en su resultado final. San Agustín marca la infalibilidad de la Providencia, Marx el camino del materialismo dialéctico para alcanzar la sociedad de los iguales, Ranke señala como objeto de la historia la determinación de las grandes tendencias históricas, Hegel nos regresa al determinismo de un estado nacional, Comte nos impone la ley de los tres estados –teológico, metafísico, positivo–, Spengler se adhiere al proceso del eterno retorno, Toynbee nos configura un sistema de civilizaciones con un futuro de moderado optimismo.

¿Existen fuerzas que dirigen la historia hacia tales resultados? ¿Es previsible el porvenir histórico? ¿Puede ser conocido por el hombre antes de realizarse?

Raymond Aron, que ha formulado su teoría sobre el “fin de las ideologías”, ha sentenciado: “Querer que la historia tenga un sentido es invitar al hombre a dominar la naturaleza y a conformar el orden de la vida en común según la razón. Pretender conocer de antemano el sentido último y las vías de salvación es sustituir con mitologías históricas el progreso ingrato del saber y de la acción.

            El hombre aliena su humanidad tanto si renuncia a buscar como si imagina haber dicho la última palabra”

            El teólogo y el filósofo de la historia igual se empeñan: nada les impide hallarle un sentido al devenir humano aunque le esté vedado el consenso. Una oposición encarnizada despierta en el historiador que libera a la historia de toda especulación filosófica. Basta citar el ejemplo del historicismo (realidad humana sujeta a su condición histórica) alemán de Humboldt, Niebhur y Ranke. El debate sigue abierto. Si leemos detenidamente a los autores que se han planteado el sentido de la historia, aún desde diferentes puntos de partida y disímiles creencias –religiosos, agnósticos o  ateos—se despliega un complejo entramado en donde surge el “hilo conductor” consecuente, solidario y a veces controvertido, porque en definitiva se trata de una creación del entendimiento humano: “Desde las crónicas de Eusebio de Cesarea, de Osorio, de Isidoro de Sevilla y de Veda el Venerable, desde las ´dos ciudades´ de Agustín y de Otón de Freising, desde el ´Evangelio eterno´ de Joaquín y de la concepción de la historia que se hacen esos monjes, mediadores entre lo visible y lo invisible, hasta la idea de la sucesión de los modos de producción, pasando por el ´Discurso de la historia universal´ de Bossuet, la ´Ciencia nueva´ de Vico y ´La razón de la historia´ de Hegel, hay realmente un hilo conductor, como ha señalado Löwith en ´El sentido de la historia´”. (Manuel Benavidez Lucas en “Filosofía de la Historia”).

Raymond Aron es un hombre del siglo XX, desbordado por el vértigo de un acontecer histórico que reclama del filósofo y del sociólogo una esclarecedora opinión, una visión de conjunto que explique las grandes destrucciones de las guerras mundiales, las crisis económicas de alcance mundial, el alarma nuclear, el enfrentamiento ideológico y la guerra fría, los procesos de descolonización, las guerras regionales de liberación, la emergencia socialista y un capitalismo asimétrico, el hombre en la luna, la intensificación en el progreso tecnológico-científico. 1905-1983 son los años que marcan su existencia vital; observador independiente, original, dirá en extrema síntesis que: “La historia no es absurda, pero ningún ser viviente aprehende su sentido último”. Analista implacable, juzga su tiempo “desde adentro” y con objetividad; recusa a quienes intentan ubicarlo en la izquierda o la derecha política –un signo de la época: o estás de un lado o no eres–. Hacia 1947 cuando un nuevo orden mundial se levantaba bajo el signo de la era atómica y el desencuentro de dos ideologías dominantes, en su obra “El Gran Cisma” aventura un pronóstico: “paz imposible, guerra improbable”.

Su tesis doctoral de 1938 se titula “Ensayo sobre los límites de la objetividad histórica”, de amplia respuesta editorial se reedita como “Introducción a la Filosofía de la Historia”. Otras obras nos indica el camino recorrido por el autor: “El opio de los intelectuales” (1955), “Paz y guerra entre las naciones” de 1961, “Democracia y totalitarismo (1965), en 1973 “La República imperial, “Lamento por una Europa decadente” de 1976, “Las etapas del pensamiento sociológico” y “Los último años del siglo” en 1982 y hacia el final “Memorias. Cincuenta años de reflexión política” de 1983. Alexis de Tocqueville y Max Weber son sus referentes principales; egresado de la Escuela Normal Superior de París goza de un alto prestigio como científico, educador y analista político.

 

Próxima entrega: “Concepto sobre el sentido de la historia”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *