Pía Barros Bravo nació en Melipilla, Chile, en 1956.
Ha sido miembro del directorio de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) y es directora, desde 1976, del Centro de Talleres Literarios Ergo Sum y de Ediciones Asterión.
Su obra, en constante cruce con el feminismo postdictatorial y las artes visuales, se ha traducido en la escritura y elaboración de variados textos y libros-objeto que integran el trabajo de destacados artistas gráficos, lo que le ha valido la obtención del Fondart (Fondo Nacional de las Artes) en dos oportunidades. Obtuvo también la Beca de la Fundación Andes, con la que escribió la primera novela de difusión digital en Chile: “Lo que ya nos encontró”.
Sus cuentos han sido publicados en más de treinta antologías en varios países del mundo.
«Mamá, dijo el niño, ¿qué es un golpe? Algo que duele muchísimo y deja amoratado el lugar donde te dio. El niño fue hasta la puerta de casa. Todo el país que le cupo en la mirada tenía un tinte violáceo.»
«A modo de mordaza»
Sé que lo encontraron con un papel en la boca, como a manera de mordaza, con el barro enturbiándole los rasgos y la mirada azul ya sucia de ver su propia sangre derramada.
Fue un drogo que pensó que estaba borracho y algo podría esquilmar de sus bolsillos, pero hasta los angustiados se ponen respetuosos con la rigidez de la muerte, y pidió a los vecinos que avisaran que había un finado obstaculizando el paso, y algún niño podría no verlo en mitad de la lluvia y después tener pesadillas por haberse tropezado con un cadáver.
Aún el asombro le raspaba las comisuras de la boca abierta, por donde un hilillo de saliva se confundía con los regueros de lluvia que caía leve, limpiándole el barro.
Pero si estiran el papel arrugado, podrán ver que es un billete de los grandes, más bien un puñado de billetes grandes taponándole palabras que ya no puede decir.
Tenía puesto aún el traje oscuro con el que se lucía los domingos en la misa, el traje de los discursos y los funerales, con el que salía en las portadas de político bueno. Las mismas portadas que dirán que hemos perdido a un hombre justo.
Pero revisen más abajo, entre sus piernas, para que vean la mordida. Miren bien, no estará en los noticieros, ahora, antes de que sea tarde, la huella de unos dientes pequeñitos, porque la Chana tiene todavía los dientes de leche, y una rabia sorda por las historias acumuladas de todas las niñas del barrio. El fajo que le pagó el senador lo hicimos un puño de papel, y se lo pusimos en la boca entre todas, porque así nos habíamos sentido siempre y queríamos que el supiera lo que sentíamos: un puñado de billetes a modo de mordaza.
Pía Barros