Anciano en el ascensor -Elbio Firpo

Hace más de veinte años que vivo en un apartamento en Pocitos. Era por entonces
relativamente joven, cincuenta y cuatro años, mi segundo matrimonio y sin hijos.
Había gente que superaba los ochenta. Un par de médicos con los que compartíamos
aficiones comunes, literatura y cine, particularmente de los años cincuenta.
Con el paso del tiempo, y casi sin darme cuenta, ingresé en la octava década. Para
entonces era el mas longevo del edificio.
Debo narrar una desgraciada circunstancia para la comprensión de esta narración
que no puedo calificar como ocurrida. Los “habitantes” de este mundo extraño de la
ancianidad carecemos de certezas.
Años atrás uno de nuestros vecinos, un anciano particularmente simpático, “atentó”
sobre la humanidad de una vecina en el interior del ascensor. Al parecer su mano se
apoyó ligeramente sobre su muslo provocando la inmediata reacción de la dama.
El incidente terminó con la fractura de un brazo y un par de grandes moretones en
el rostro de nuestro vecino. Doña Pepa era una fornida matrona de gruesos brazos
y manos pesadas. La Comisión del edificio fue comprensiva con Don Braulio concluyendo
el episodio como un accidente con un lesionado. Sin embargo no ocurrió lo mismo con
los vecinos más jóvenes y recientes quienes denunciaron la resolución como una afrenta
que afectaba su moral. Con la partida de Don Braulio de este mundo el asunto pareció
quedar como una anécdota.
Los años pasaron. La Comisión de entonces fue desapareciendo y nuevos integrantes
ocuparon sus puestos. La sorpresa fue que constituían el grupo que para nada había
olvidado la “afrenta” de Don Braulio.
La primera medida que tomaron fue modernizar el ascensor. El interior tapizado con espejos
y gruesas alfombras, luminoso y silencioso , me sorprendió gratamente. Una amplia
botonera cubría uno de sus lados donde podía leerse “Alarmas”. Cubrían casi todas las emergencias
en brillante y luminoso azul. Desde infartos, cortes de luz, comunicación inmediata y socorro, aún
en fenómenos naturales ,con el detalle de una imagen relacionado con la emergencia. Un corazón,
un frasco de oxígeno, un vendaje y así sucesivamente.
De pronto, separado de la botonera mencionada, advierto un gran botón llamativamente rojo.
El rostro de un anciano con claras referencias de un avanzado Alzheimer y mirada lasciva me
miraba fijamente. Retrocedí rápidamente . Invadido de un profunda depresión me apresuré hacia
el ascensor de servicio que, desde ese momento, es el que utilizo.
Las obras de albañilería, promovidas por la nueva Comisión, lo han transformado en
un elevador de bolsas de cemento, arena, ladrillos, baldosas y herramientas afines a su trabajo.
Más pequeño y sin reformas, es prácticamente imposible evitar el polvo que se acumula en su
interior. Sin embargo, es para mí un refugio en el corto viaje a mi departamento.
Pasado algunos meses, el traslado casi diario, acompañado muchas veces por albañiles, resultó
beneficioso. El saludo respetuoso se fue transformando en conversaciones simples que me
sacaron lentamente de mi ostracismo, a punto tal que las esperaba ansioso.
Pedro y Shandalio, eran sus nombres. Rondaban los treinta o cuarenta años, siempre con
la cara “enharinada” y alguna sonrisa sin dientes. En ocasiones, tres personas en tan estrecho
espacio, más alguna escalera, no fueron impedimento para que nos priváramos de la charla.
A pesar de mi angustiante duda debo narrarlo.Si ocurrió, castigo para el culpable. Si no fuera
así deberé aceptar el lugar que corresponda en la tenebrosa lista de Alzheimer.
Fue al crepúsculo de una tarde invernal, ventosa y fría que ingresé al edificio. Como de costumbre
me apresuré al ascensor de servicio para evitar cruzarme con algún vecino. Para mi sorpresa la
la puerta estaba abierta, en su interior dos bolsas de Portland, una pequeña escalera y recostado
sobre ella Shandalio me miraba fijamente. Percibí el olor a alcohol. Su extraña y decidida sonrisa.
Todo ello me desvela en la noche. Y aunque me asalta el pánico la memoria no regresa.
Inmovilizado entre el estrecho rincón del ascensor, el Portland y la escalera, solo miraba extender
mi único brazo liberado buscando lo imposible: un gran botón rojo y brillante con la imagen de
un albañil y su pala.
Cosa que nunca ocurrió.

Elbio Firpo.
Octubre 13 de 2025

 

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