Atenas 1687

Desde hace cinco días las descargas de la artillería retumban en las rocas del Acrópolis y en las colinas de las Ninfas y de las Musas como truenos furiosos de una tormenta atrapada entre montañas. Parece que, por fin, le ha llegado a Atenas la hora de la libertad.

El poderoso ejército de mercenarios del norte armado por Venecia ha conquistado en los últimos meses los fuertes de Nauplia, Patrás, Lepanto, Corinto y buena parte de Morea. Hace menos de un año, el metropolita Jacobo y los notables atenienses ofrecieron a los venecianos dinero y sumisión para que vinieran a tomar la ciudad, y ahora ya están aquí: la noche del domingo desembarcaron en el puerto del Pireo más de diez mil soldados acaudillados por el conde sueco Otto Königsmark, un temible jinete rubio vestido de acero. Cuando los turcos los vieron acampados en el Olivar, evacuaron a mujeres y niños y se atrincheraron en la fortaleza. La mañana del lunes, sin perder un momento, el heroico almirante Francesco Morosini comenzó a instalar la artillería en las colinas de enfrente del Acrópolis. Los turcos, por su parte, aprestaron todos sus cañones en el lado oeste y, para ampliar el campo de tiro, derribaron el templo de las cuatro columnas que estaba a la derecha de la entrada. Desde el martes no ha parado el fuego cruzado.

Hoy viernes, la situación ha empezado a preocupar al almirante, porque los otomanos siguen resistiendo en el castillo y es posible que mañana mismo les lleguen los refuerzos que han salido de Tebas. Por eso, desde que hace unas horas ha recibido la noticia de que el enemigo ha almacenado pólvora y municiones en el antiguo templo de Minerva, Morosini ha ordenado reubicar las lombardas e intentar hacer blanco sobre el polvorín. La noche ha comenzado a caer.

De repente, un estallido inmenso rompe la oscuridad y hace que todos los soldados se cubran las cabezas y se tiren al suelo. El cielo se ha rasgado como un saco de piedras sobre la llanura. ¡El castillo está ardiendo! Una nube de azufre llega hasta las colinas. Se oyen gritos de pánico y voces confusas. ¡Ha sido San Celice! ¡La lombarda del conde San Celice ha alcanzado de lleno el polvorín! ¡Milagro! ¡Milagro! ¡Viva Santa Bárbara! ¡Viva la nostra Reppublica!

El fuego en la Acrópolis durará dos días. Los supervivientes del castillo, que han recibido una lluvia de mármol y cadáveres, resistirán aún un día más entre los escombros y las brasas. Después se rendirán. A principios del invierno llegará la peste. Con la primavera, seiscientas familias atenienses huirán a Morea y a las islas temiendo represalias de los turcos. El diez de abril, abatido y resignado, Francesco Morosini abandonará una Atenas desierta y embarcará con tres leones de mármol hacia Venecia.

Pedro Olalla: Historia Menor de Grecia. Una  Mirada Humanista…, 2022.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *