Carlomagno, gran personaje histórico, se convirtió en héroe mítico desde la Edad Media debido a varios factores: sus victorias –era el parangón del guerrero medieval-, la recuperación de la corona imperial romana, el prestigio de la corte de letrados reunida en su entorno, que fue la expresión de lo que se llamó el Renacimiento carolingio, y, finalmente, el hecho de haber inspirado algunas de las obras más brillantes de la literatura medieval, en especial en el ámbito de la epopeya. Hijo de Pipino el Breve y su único sucesor después de la muerte prematura de su hermano mayor Carlomán en 771, se presentaron dos opciones para su coronación, una de parte de los francos y la otra, en 754, de parte del Papa Esteban II.
Como guerrero, Carlomagno acumuló victorias particularmente sobre los pueblos germánicos a los que deseaba someter, pues lo animaban dos profundos sentimientos: el patriotismo franco y la voluntad de impulsar el renacimiento del Imperio romano. Fue un vencedor cruento: después de derrotar a los sajones no dudó en ejecutar a numerosos prisioneros. Luego triunfó sobre los bávaros, los ávaros y, en Italia, los lombardos. Protegió ese basto dominio rodeándolo con territorios parcialmente sometidos llamados Marcas, y una vez reconocido en Italia como protector del papado, recibió la corona imperial en la Basílica de San Pedro de las propias manos del Papa León III, el día de Navidad de año 800. Carlomagno estuvo en una posición de superioridad y marginación ante los soberanos cristianos, pues al volverse emperador perdió ese título de rey que había sido una importante aportación política de la Edad Media.
La primera mitificación de su imagen apareció en una Vida escrita en 840 por un noble franco que lo había conocido muy bien, Eginardo. Esta Vida vino a completar la imagen de Carlomagno haciendo hincapié en la semejanza de su altura con la de un coloso. Carlomagno sabía que si mantenía la mirada puesta en el pasado, no podía convertir a Roma, la ciudad del Papa, en la capital del Imperio restaurado. Por consiguiente, se instaló en el occidente germánico, en Aquisgrán, donde hizo construir un suntuoso palacio y una iglesia espléndida; pero éstas eran creaciones de in imperio efímero y no tardaron en periclitar. Sin embargo, Aquisgrán siguió siendo la ciudad de la coronación de los emperadores germánicos hasta que Fráncfort la desplazó en esta función en el siglo XVI. Contrario a los anhelos de algunos de sus sucesores, Carlomagno no fue ningún emperador santo. En el año 1000 Otón III ordenó una primera exhumación de sus restos. El emperador de la nueva dinastía aportó a la Iglesia las pruebas de que, como todos los hombres, el cuerpo de este alto personaje se degradaba en espera del Juicio Final. Federico Barbarroja ordenó una segunda exhumación en 1165, después de la cual se canonizó al ilustre emperador muerto. Pero la Iglesia refutó la canonización porque la había pronunciado el antipapa nombrado por el emperador, y en los siglos XIX y XX no se le decía “santo” a Carlomagno sino en ocasión de una fiesta de escolares llamada “San Carlomagno”.
El mito de Carlomagno se propagó por gran parte de Europa, desde Escandinavia –donde Carlomagno conoció a Ogier el Danés- hasta Roncesvalles, el lugar de los Pirineos donde se acostumbra situar la batalla contra los musulmanes perdida por su sobrino Rolando. Entretanto, de ser lampiño en la vida real Carlomagno se transformó en “el emperador de la barba florida”. Constantemente se celebró su gloria: desde el siglo XV con la balada que escribió el poeta Villon, “¿Dónde está el valeroso Carlomagno?”, hasta el siglo XIX con Napoleón, quien quiso recibir la corona en Aquisgrán para seguir el modelo de Carlomagno. Víctor Hugo evocó al héroe en un famoso pasaje de Hernani, y lejos de traer consigo un declive del emperador cristiano, la III República lo exaltó como supuesto fundador de escuelas. Se convirtió en el Jules Ferry medieval.
Desde su muerte, hubo constantes debates entre franceses y alemanes sobre su verdadera nacionalidad. La realidad es compleja aunque límpida: Carlomagno fue un nacionalista franco y si creó un verdadero país con el reparto de Verdun (832), ese país es Francia. Con todo, no debemos olvidar que la extensión del reino edificado por Carlomagno era mucho mayor de lo que más tarde sería Francia.
El siglo XIX engrandeció la gloria del emperador, aunque al mismo tiempo las investigaciones históricas “científicas” realizadas durante ese período sacaron a la luz los grandes defectos que ni siquiera las fuentes medievales habían conseguido enterrar. En realidad, Carlomagno fue polígamo. Sin duda tuvo relaciones incestuosas, tal vez con sus hijas, y casi de seguro con su hermana. Los mismos textos medievales aluden –sin dar precisiones- a “su” pecado, que, inevitablemente, mancilla la gloria del personaje.
En la segunda mitad del siglo XX, la disputa entre alemanes y franceses sobre la nacionalidad de Carlomagno cedió el lugar a la aparición de una nueva imagen del emperador. La construcción de Europa hizo de Carlomagno un europeo distinguido. Cada año, una comisión franco alemana entrega un Premio Carlomagno a distinguidos europeos contemporáneos o destacados amigos de Europa. Han recibido este premio Jean Monnet, Conrad Adenauer, Robert Schuman, Václav Havel y Bronislaw Geremek, así como fuera de Europa Bill Clinton. Carlomagno es también uno de los mejores ejemplos de la continuidad y de las transformaciones de los mitos históricos.
JACQUES LE GOFF