Charles Chaplin: Ritmo: una historia de hombres en un movimiento macabro

Sólo el amanecer se movía en la quietud de ese pequeño patio de la prisión: el amanecer anunciaba la muerte, mientras el joven leal estaba de pie frente al pelotón de fusilamiento. Los preliminares habían terminado. El pequeño grupo de funcionarios se había hecho a un lado para presenciar el final y ahora la escena se había sumido en un silencio siniestro.

Hasta el último momento, los rebeldes habían esperado que el Cuartel General les diera un indulto, porque aunque el condenado era enemigo de su causa, en el pasado había sido una figura popular en España, un brillante escritor de humor, que había contribuido para disfrute de sus compatriotas.

El oficial a cargo del pelotón de fusilamiento lo conocía personalmente. Antes de la guerra civil habían sido amigos. Juntos se habían graduado en la universidad de Madrid. Juntos habían trabajado por el derrocamiento de la monarquía y el poder de la Iglesia. Y juntos habían salido de juerga, se habían sentado por las noches alrededor de las mesas de los cafés, habían reído y bromeado, habían disfrutado de noches de discusión metafísica. En ocasiones habían discutido sobre la dialéctica del gobierno. Sus diferencias técnicas eran entonces amistosas, pero ahora esas diferencias habían causado miseria y agitación en toda España, y habían llevado a su amigo a morir en el pelotón de fusilamiento.

Pero ¿por qué pensar en el pasado? ¿Porque razon? Desde la guerra civil, ¿de qué sirvió la razón? En el silencio del patio de la prisión, estos pensamientos interrogativos corrían febrilmente por la mente del oficial.

No. Debe excluir el pasado. Sólo importaba el futuro. Un mundo en el que se vería privado de muchos viejos amigos.

Esa mañana fue la primera vez que se vieron desde la guerra. Pero no se pronunció ninguna palabra. Sólo una leve sonrisa de reconocimiento pasó entre ellos mientras se preparaban para la marcha hacia el patio de la prisión.

Desde el sombrío amanecer, rayos plateados y rojos se asomaban por encima del muro de la prisión y respiraban un tranquilo réquiem al ritmo de la quietud del patio, un ritmo que pulsaba en silencio como el latido de un corazón. Desde ese silencio la voz del oficial al mando resonó contra los muros de la prisión. ‘¡Atención!’

Ante esta orden, seis subordinados apuntaron sus rifles a sus costados y se pusieron rígidos. A la unidad de su acción siguió una pausa en la que se daría la siguiente orden.

Pero en esa pausa sucedió algo, algo que rompió la línea del ritmo. El condenado tosió y se aclaró la garganta. Esta interrupción rompió la concatenación del procedimiento.

El oficial se giró, esperando que el prisionero hablara, pero no salió ninguna palabra. Volviéndose de nuevo hacia sus hombres, estaba a punto de proceder con la siguiente orden, pero una repentina revuelta se apoderó de su cerebro, una amnesia psíquica que dejó su mente en blanco. Se quedó desconcertado ante sus hombres. ¿Cuál fue el problema? La escena en el patio de la prisión no tenía significado. Sólo vio objetivamente: un hombre de espaldas a la pared frente a otros seis. Y el grupo de allí al lado, qué tontos parecían, como hileras de relojes que de repente hubieran dejado de funcionar. Nadie se movió. Nada tenía sentido. Algo andaba mal. Debe ser un sueño y debe salir de él.

Vagamente su memoria empezó a regresar. ¿Cuánto tiempo llevaba allí parado? ¿Qué ha pasado? ¡Ah, sí! Había emitido una orden. ¿Pero qué orden vino después?

Después de ‘¡Atención!’ era el comando ‘Presentar armas’ y después ‘Apuntar’, y luego ‘¡Fuego!’ Un vago concepto de esto estaba en el fondo de su mente. Pero las palabras para pronunciarlo parecían lejanas: vagas y ajenas a él mismo.

En este dilema gritó incoherentemente, confundió palabras que no tenían significado. Pero para su alivio los hombres le presentaron armas. El ritmo de su acción puso ritmo a su cerebro y volvió a gritar. Ahora los hombres apuntaron.

Pero en la pausa que siguió, llegaron al patio de la prisión unos pasos apresurados, cuya naturaleza el oficial sabía que significaba un indulto. Al instante, su mente se aclaró. ‘¡Detener!’ gritó frenéticamente al pelotón de fusilamiento.

Había seis hombres armados con rifles. Seis hombres quedaron atrapados en el ritmo. Seis hombres, cuando oyeron el grito de que pararan, dispararon.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *