Mi hija está llorando. Cada noche es igual, cerca de las tres de la mañana la despierta una pesadilla recurrente. Retiro los cables y me levanto con dificultad. El piso está frío y las gotas de aceite se pegan a mis pies.
Ella está sentada en su cama, sollozando. Le ofrezco agua pero ella solo quiere que la abrace. Nos quedamos un tiempo ahí, ella respirando con dificultad, yo cabeceando somnoliento. Me cuenta que soñó que vivíamos dentro de un laboratorio, que éramos robots, programados para repetir todas las noches la misma rutina. Yo le acaricio la cabeza y le digo que es tarde. Le limpio las lágrimas y le coloco la sábana encima. Me quedo a su lado hasta que deja de mover los pies.
Cuando estoy seguro que se ha vuelto a dormir, abro la pequeña compuerta de su pecho para retirar la batería y ponerla a cargar en el baño. De nuevo en el pasillo,le hago una seña a las cámaras para que limpien el aceite, luego me enchufo al panel de mi cama y me vuelvo a dormir.