Colonización inglesa en Norteamérica y el Caribe – Primera entrega

A fines de la Edad Media, Inglaterra era un remanso económico y político separado de las más grandes concentraciones de riqueza y poder de Europa. Éstas permanecieron alejadas, al sur, en el Mediterráneo, donde las ciudades-estado se habían hecho ricas como intermediarias del comercio suntuario entre el Oriente y el norte de Europa; y al norte, en las ciudades alemanas, en las que la Liga Hanseática controlaba los flujos más ricos del comercio de productos provenientes de los mares, minas, bosques y granjas del norte. Durante el siglo XVI, sin embargo, el centro de gravedad de Europa se apartó de esas bases tradicionales. Después del año 15000, los modelos de comercio medievales fueron sustituidos, cada vez más, por las nuevas rutas marítimas, abiertas a raíz de los viajes de descubrimiento efectuados por Portugal y España durante la última parte del siglo XV. Desde Lisboa y Sevilla, estas rutas se extendían por el océano Atlántico hasta África, Asia y las Américas desde donde traían a Europa los recursos que transformaron su economía en los siglos siguientes.

La primera consecuencia que este cambio produjo fue enriquecer a los países que controlaban los nuevos circuitos comerciales. Tanto España como Portugal observaron un aumento sin precedentes de su peso económico y político dentro de Europa, mientras sus descubrimientos los condujeron a la formación de grandes imperios en Ultramar. Al final del siglo XVI, la balanza que cambió de Italia a la península Ibérica se había desplazado una vez más hacia el noroeste de Europa, donde Francia, Holanda e Inglaterra emergieron gradualmente como núcleo de la economía mundial que había tomado forma en torno a las rutas marítimas de Asia y las Américas. A largo plazo, pues, el desarrollo de Inglaterra y su ascenso al poder dentro de Europa estuvieron indisolublemente ligados al proceso más amplio de transformación económica europea puesto en movimiento por los viajes ibéricos de exploración. Inglaterra fue, en este sentido el mero receptor de un legado económico y político originado por España y Portugal. Sin embargo, ingleses, franceses e italianos también contribuyeron a ampliar el horizonte del mundo europeo, a través de la exploración oceánica.

En las últimas décadas del siglo XV, Inglaterra era uno de los varios frentes abiertos para la realización de viajes y exploraciones en el Atlántico, aunque de ninguna manera el más importante. En 1497, Juan Caboto, un ciudadano veneciano residente en Bristol, Inglaterra llevó un barco pequeño con una tripulación de 18 hombres a través del Atlántico y desembarco en Terranova, actual Canadá. Aunque la expedición no encontró ningún nativo ni intentó penetrar tierra adentro, Caboto estaba convencido de que ésta era una tierra desconocida para Europa, así que dejó muestras de posesión inglesa y señorío cristiano. Más tarde, el rey inglés proporcionó el debido apoyo económico para otro viaje en 1498. Juan Caboto jamás regresó a Inglaterra, suponiéndose que pereció en el mar. El interés inglés por encontrar una ruta transatlántica fue retomado durante el reinado de Enrique VIII (1509-1547). En 1527, John Rut llevó a cabo lo que probablemente fue el primer reconocimiento completo norte-sur de la costa este de Norteamérica. Por su lado, las pesquerías de Bacalao de Terranova fueron cada vez más frecuentadas por buques pesqueros ingleses, junto con un número creciente de pescadores portugueses y franceses.

A pesar de lo poco que Inglaterra logró en ultramar durante la primera mitad del siglo XVI, estaba siendo atraída hacia un mundo europeo en el que tanto la vida política como la económica estaban siendo transformadas por la liberación de las nuevas energías ideológicas y comerciales. En estas cambiantes condiciones, la actividad inglesa en las Américas se desplazó gradualmente a un nuevo plano. Primero, los comerciantes ingleses trataron de aprovecharse del floreciente comercio de las potencias ibéricas, actuando como parásitos del tráfico comercial de España y Portugal; luego cuando Inglaterra se vio arrastrada a un conflicto con España, los aventureros ingleses se convirtieron en predadores del imperio americano de España, saquearon los embarques coloniales y las poblaciones; finalmente, cuando la experiencia en el Nuevo Mundo se amplió, algunos ingleses influyentes intentaron persuadir a su gobierno de la necesidad de que Inglaterra creara su propio imperio colonial. ¿Qué había detrás de este impulso expansivo, y cuáles iban a ser sus consecuencias?

Para explicar por qué los ingleses se sintieron cada vez más atraídos hacia las Américas en la última mitad del siglo XVI, tenemos primero que apreciar los cambios en las condiciones internacionales durante el reinado de Isabel I (1558-1603). Pues el gran estímulo a la actividad marítima inglesa al otro lado del Atlántico vino de las alteraciones de las relaciones entre Inglaterra y las potencias continentales, llevándola a un conflicto cada vez más agudo con España.

Francia había sido tradicionalmente el mayor enemigo de Inglaterra en Europa. Para contrarrestar el desafío de los franceses, los reyes ingleses trataron a España como un aliado, tendencia que culminó en el matrimonio de la reina María (1553-1558) con Felipe II de España. Sin embargo, conforme las políticas nacional e internacional se polarizaban en torno a los conflictos entre protestantes y católicos, las relaciones de Inglaterra con España cambiaron, de una cautelosa amistad, a una abierta enemistad. En cuanto Francia se encontró debilitada a causa de sus guerras de religión, la política externa de Inglaterra se centró, cada vez más, en combatir a la España de los Habsburgo, la nueva fuerza hegemónica del continente. Cuando Felipe II decidió suprimir por la fuerza la revuelta de Holanda entre 1566 y 1567, comenzando así la Guerra de los Ochenta años entre España y los protestantes holandeses, la relación anglo-española cambió de una difícil coexistencia a una creciente hostilidad, culminando en una guerra abierta durante las décadas de 1580 y 1590.

En el mismo período, los intereses comerciales ingleses llegaron a estar más a tono con la expansión extraeuropea. La mayor parte del comercio del país se realizaba todavía con los Países Bajos, pero, tras el final del gran estallido del comercio inglés de las telas en la década de 1560, los comerciantes buscaron nuevos mercados en el Báltico, Rusia, el Mediterráneo oriental y África. Conforme Inglaterra se vio empujada a una creciente rivalidad religiosa y política con España, los problemas económicos domésticos dieron un nuevo énfasis a la importancia de extender las actividades marítimas y de encontrar mercados nuevos y fuentes de metales preciosos. En consecuencia, los aventureros ingleses se sintieron cada vez más atraídos hacia las aguas americanas y excitados por la perspectiva de crear nuevas colonias en el Nuevo Mundo para rivalizar con el Imperio español.

Frente a este escenario de cambiantes alianzas y nuevas prioridades económicas, podemos distinguir las fases superpuestas del desarrollo de la actividad inglesa en las Américas. La primera estuvo asociada con los intentos ingleses de penetrar en el comercio colonial ibérico durante la década de 1560 y centrada en los esfuerzos por aprovecharse del comercio de esclavos entre África y las Américas. Una segunda fase de actividad implicó un comercio más agresivo, así como las incursiones en el Caribe español durante los decenios de 1570 y 1580, y supuso la génesis de los primeros esfuerzos ingleses de colonización de las Américas. La tercera y última fase de acción inglesa en las Américas durante la época isabelina se extiende hasta los años de abierta y continua guerra entre Inglaterra y España, de 1585 a 1603.

La primera irrupción en el comercio hispanoamericano se dio en el decenio de 1560, y fomentó los esfuerzos ingleses para aprovecharse del comercio del oeste de África que había sido creado por los portugueses a fines del siglo XV. Entre 1480 y 1530, los portugueses establecieron un dominio virtualmente indiscutible sobre un gran triángulo marítimo, entre Lisboa, Las Azores y Guinea, que comprendía un valioso comercio de oro, pimienta, esclavos, marfil, cera y pescado. En la década de 1530, los franceses y, en menor medida los ingleses, empezaron a irrumpir en el comercio de la región. Entre los ingleses, el pionero fue William Hawkins, de Plymouth, pero después que realizara con provecho algunos viajes en la década de 1530, los ingleses dejaron este arriesgado comercio por las ganancias más seguras del comercio legal con Lisboa y Sevilla. En los decenios de 15 50 y 1560, sin embargo, el interés inglés en el comercio con Guinea revivió conforme los comerciantes de Londres y la Corona respaldaban las aventuras comerciales encaminadas a obtener oro africano. Esto dio como resultado un comercio de esclavos con el Caribe para venderlos a los colonos españoles de las islas y el continente. Una creciente hostilidad inglesa hacia España se concretó con ataques sobre los embarques en aguas europeas. En efecto, después del asalto del duque de Alba a Holanda en 1568 y en medio del tumulto causado por las guerras de religión en Francia, los ingleses comenzaron a imitar a los corsarios protestantes franceses, apartándose del comercio para saquear la flota española en el Caribe.

Así fue como la década de 1570 vio el inicio de una nueva y violenta fase de la acción inglesa en las Américas, famosa en la historia inglesa por las hazañas de John Hawkins y Francis Drake. Actuando solos o asociados, estos caballeros dirigieron algunas veloces incursiones sobre el istmo de Panamá a principios de la década de 1570, y mediante alianzas con comunidades de esclavos escapados, representaron una amenaza sin precedentes para los españoles en el Nuevo Mundo. Los ingleses desistieron de su idea original de cortar la arteria del comercio colonial español en Panamá (las comunicaciones con el Perú) porque el gobierno carecía de los recursos para sostener una conquista en el corazón de la América española. Como consecuencia, Drake y sus compatriotas desviaron sus ataques hacia otras zonas del Imperio español. En 1577, Drake navegó al sur del Trópico de Capricornio y entró en el Pacífico. Allí hizo una incursión en El Callao, el puerto de Lima, atacó la flota española y capturó un valioso cargamento de tesoros antes de navegar rumbo al norte, hacia California. Navegó a través del Pacífico hasta las islas de las especias de las Molucas, donde tomó un cargamento de clavo antes de completar la circunnavegación al mundo regresando a Plymouth a fines de 1580. Esta extraordinaria proeza convirtió a Drake en un héroe popular en Inglaterra y debilitó el prestigio de España en Europa, pero sus resultados tangibles fueron pocos.

La lucha anglo-española no llegó a una conclusión definitiva. Al final, ambos quedaron exhaustos por sus esfuerzos. La guerra en el Atlántico, que alcanzó su mayor intensidad en el decenio de 1590, fue de todos modos una etapa significativa en la entrada de Inglaterra en las Américas, por dos importantes razones. Por un lado, los recursos españoles estaban agotados debido al constante hostigamiento a su flota y por la demanda de defensa de un territorio enorme; uno y otro minaron gradualmente su voluntad y su habilidad para defender todos los territorios reclamados por ella en las Américas. Por otro lado, la guerra había reforzado las ambiciones y la capacidad marítima inglesa. La piratería incrementó grandemente el número de barcos y de marinos de que disponía Inglaterra, mientras que al mismo tiempo dio realce a la confianza en el futuro de la empresa océanica. Más aún, aunque Inglaterra todavía no había establecido ninguna colonia en el Nuevo Mundo cuando su guerra con España terminó en 1604, una visión imperialista había comenzado indudablemente a tomar forma con firmeza en la imaginación inglesa, alimentada tanto por la lucha contra España como por la práctica del experimento colonial en las Américas.

Próxima entrega: Primeros experimentos coloniales

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *