Una repentina caída del poder y prestigio del tradicional sistema estado-nación a partir de los inicios de la segunda guerra mundial, provocó el surgimiento de la guerra revolucionaria como una rama del pensamiento militar. La guerra revolucionaria (lo fue la revolución cubana en Latinoamérica) se refiere a la consecución del poder político mediante el empleo de la fuerza armada. Está llevada a cabo por un movimiento político popular e implica un período de conflicto humano relativamente largo cuya finalidad es llegar al poder para realizar un programa social o político.
Las guerras revolucionarias son episodios que no logran institucionalizarse como cuerpos de pensamiento y con el tiempo demanda la construcción de un mito para poder mantener la identidad nacional y social de la causa revolucionaria victoriosa, como ha sucedido con la revolución cubana. A pesar de la caída de la Unión Soviética y su mantenida fe en el marxismo-leninismo, el mito revolucionario de los Castro ha evitado su propia perestroika o reestructuración. Sólo se inició un cambio en la economía, aunque lento. El aislamiento político y económico de Cuba ha sido el principal responsable de que su nivel de vida se mantuviera en menos de la mitad del que hubiera debido ser. La posición que Cuba ocupaba en la liga de países latinoamericanos en 1959 en lo tocante en el nivel de vida estaba entre los cinco primeros; en cambio, ahora está cerca del final de esa misma lista. (Hugs Thomas, Cuba, la lucha por la libertad, 2012).
En cuanto a la teoría, Mao y el general vietnamita Giap fueron los teóricos principales de la guerra revolucionaria. Ernesto Guevara fue uno de sus mejores discípulos y en los hechos se transformó en uno de los estrategas de la guerra revolucionaria. Mientras Fidel Castro consolidaba su revolución en Cuba, Guevara continuó su lucha revolucionaria en otros sitios para finalmente unirse a la fracasada insurrección boliviana, donde murió. Su legado fue un pequeño libro sobre la guerra revolucionaria, más tarde complementado por su amigo francés Régis Debray.
Guevara-Debray construyeron una variante del maoísmo que tuvo importantes consecuencias en Latinoamérica. Mao y Giap proponían como primera fase de la guerra revolucionaria a la movilización política, es decir, reclutar y organizar el apoyo popular, creando un cuadro revolucionario con dedicación y disciplina a nivel de pueblo. En los hechos, evitaba el empleo de la fuerza o en su defecto su utilización era limitada y selectiva para evitar la represión armada del gobierno sobre una organización revolucionaria insuficientemente preparada.
Esa primera fase de preparación no fue cumplida en Cuba. Establecido Fidel Castro con un pequeño grupo en la remota región al este de la isla, consiguió apoyo a medida que se aproximaba a La Habana. El impopular régimen de Batista facilitó el desenlace. Esta variante cubana conocida como focoísmo fue una desviación de la ortodoxia maoísta. Foco refiere al “punto móvil de la insurrección” extraído de la experiencia cubana. Significaba que no era esencial una preparación política extensa a nivel de pueblo como lo sostenían Mao y Giap. Mediante el empleo de la violencia, una pequeña fuerza revolucionaria podía movilizar el apoyo popular con más rapidez, en lugar de una movilización política que lleva, con el tiempo, a la violencia.
La doctrina revolucionaria conocida como “foco” no fue eficaz. La violencia tipo foco en lugar de catalizar una revolución, los dejó expuesto ante un demoledor contraataque al movimiento revolucionario en su momento de mayor debilidad, como ocurrió en Bolivia. Lograr adeptos para llevar adelante la guerra revolucionaria implica un arduo y largo trabajo no sólo para organizar y preparar a los campesinos y al proletariado, sino que incluye a los activistas revolucionarios –normalmente jóvenes intelectuales de las ciudades-, las gentes, los pueblos, las actitudes y las quejas, también el terreno físico en el que debe basarse la guerra revolucionaria. Los dirigentes del Movimiento de Liberación Nacional, movidos a actuar iluminados por las teorías revolucionarias instrumentadas a partir del éxito cubano no sólo adoptaron una doctrina revolucionaria equivocada sino que no lograron permear las conciencias del hombre común difundiendo ideas llenas de abstracciones preconcebidas.
Si la guerra revolucionaria fracasa, se transforma en una “revuelta” o una “rebelión” de intereses, como ha sucedido con la revolución del Movimiento de Liberación Nacional en el Uruguay. Los tupamaros lanzaron su propuesta revolucionaria señalando que “los principios básicos de una Revolución Socialista están dados y experimentados en países como Cuba y no hay más que discutir. Basta adherir a estos principios y señalar con hechos el camino insurreccional para lograr su aplicación”, con un programa de liberación por medios de las armas y llevar la lucha de clases hasta las últimas consecuencias. La cultura política del MLN rechazaba el reformismo y la vía electoral proclamando su adhesión a los métodos de la revolución cubana y a un socialismo de corte nacionalista. Con la intervención de las Fuerzas Armadas, la revolución fue derrotada, es decir, constituyó un fracaso como guerra revolucionaria.
Lo que no interpretaron correctamente o hicieron una lectura sesgada de la realidad política fue el hecho trascendente de llevar una revolución armada a un país –Uruguay- donde la democracia y las instituciones funcionaban, mientras que en el modelo adoptado –Cuba—, las posibilidades de una victoria se vio acrecentada porque los revolucionarios cubanos enfrentaron a un régimen impopular, corrupto y débil, como el de Fulgencio Batista.
Una forma de explicar –sin descontar las complejidades de todo proceso político-, el poder político alcanzado por los antiguos líderes del movimiento revolucionario y la fortaleza alcanzada por los sectores partidarios creados dentro del Frente Amplio, se halla en la distorsionada reconstrucción del mito revolucionario nunca contestado por los otros sectores partidarios y, en definitiva, apoyado por gran parte de los intelectuales de izquierda cuyo predominio se observa en la actual inteligencia uruguaya.
La revolución cubana no sólo estremeció a los intelectuales del país, sino que produjo lo que algún autor señala como un “embrujo universal” en la cultura moderna. Por un tiempo determinado, el trastorno revolucionario se convierte en un hecho mundial. La Revolución Francesa cautivó a alemanes como Immanuel Kant, ingleses como Thomas Paine y norteamericanos como Benjamín Franklin; la Revolución Rusa sedujo las mentes de H. G. Wells, André Malraux, Aldous Huxley y Bertolt Brecht, mientras que la Revolución Cubana ganó las simpatías de escritores como Jean-Paul Sartre, Herbert Marcuso y otros, y de casi toda la intelectualidad latinoamericana: Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Benedetti, Ángel Rama, entre otros.
¿Cómo se explica una guerra revolucionaria en el Uruguay de los años 60-70? En el país era visible el agotamiento del modelo económico industrialista y la dificultad de los partidos políticos para dar una respuesta efectiva al estancamiento de la economía. La confrontación ideológica emanada de la “guerra fría” se potenció en el continente americano con el triunfo en Cuba de la revolución socialista liderada por Fidel Castro. El gobierno de Estados Unidos y sus líderes políticos reaccionaron frente a una situación regional que ponía en peligro sus objetivos estratégicos de seguridad nacional. Su controvertido apoyo a la invasión de Cuba en 1961 afectó sus relaciones continentales con América Latina.
Los movimientos revolucionarios latinoamericanos necesitaban un modelo de estrategia guerrillera para canalizar las transformaciones de una realidad de pronunciadas diferencias sociales, estancamiento económico y conservadurismo político. El éxito de la revolución cubana llenó ese vacío y alentó la expectativa de acción revolucionaria de los sectores radicales de la izquierda. En el Uruguay, la acción guerrillera adoptó el “foquismo” revolucionario insertándolo en la gran ciudad. Su éxito inicial se debió a las posibilidades que le brindaba ésta para operar desde el anonimato y a un mínimo de simpatizantes –en su mayoría de clase media- sin necesidad de contar con la solidaridad de las masas. Su fracaso se ha transformado en un velado éxito a través de ciertas figuras con la construcción de una falacia, un engaño que el tiempo se encargará en decantar esclareciendo la verdad.