En el siglo XX el empleo de aviones tripulados hizo que la tradicional guerra de superficie se extendiera también a los cielos. El poder aéreo ha sido el término genérico que se ha adoptado para definir este fenómeno. Desde el surgimiento de la aviación y su irrupción en la guerra han surgido teóricos elaborando doctrinas de empleo, sin embargo, han sido los efectos de la tecnología y de los hechos los que han desempeñado un papel mucho más importante que las ideas desde su comienzo.
El término poder aéreo aparece por primera vez en el libro War in the Air de H.G. Wells (1908) y en vísperas de la Primera Guerra Mundial, los primeros y endebles aviones (construidos con madera, lonas y cables) no eran tomados en serio por la mayoría de los oficiales y consideraban que los aviones supondrían una modesta contribución a los tradicionales medios de guerra. Sin embargo, las limitaciones existentes en cuanto al radio de acción, velocidad, capacidad de carga e incluso seguridad, serían superadas más rápidamente de lo que nadie podía imaginar.
Cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, el avión era un mero medio de observación, en beneficio de los comandantes terrestres. Más tarde, fue empleado en el apoyo táctico a las fuerzas de superficie y a finales de la guerra, estimulado por las incursiones alemanas sobre Inglaterra, se comenzó a contemplar una nueva forma de actuación: operar los aviones de forma independiente de los ejércitos terrestres o de las armadas. La tarea de estas fuerzas sería la de atacar objetivos alejados de las líneas de batallas con el propósito de destruir los elementos esenciales del enemigo para sostener el esfuerzo de guerra, para la cual se bombardearían sus fábricas y los centros de transporte y de gobierno.
Douhet, Mitchell, Seversky son los primeros precursores en establecer teorías sobre la guerra aérea. En los años comprendidos entre las dos guerras mundiales dos teóricos se destacan: J.F.C. Fuller y Basil H. Lidell Hart estableciendo el marco teórico de las operaciones aire-tierra en la guerra acorazada. La guerra relámpago desarrollada por los alemanes se ajustaba perfectamente a sus ideas, y en contra de la idea popular, los aviones estaban al mismo nivel de importancia que los carros y la infantería motorizada. Su empleo, tanto en Francia como en Rusia en 1940 y 1941, dependió fundamentalmente de la capacidad de coordinar los ataques aéreos, utilizando los aviones con el grado de importancia que Mitchell le atribuía.
Es durante el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial donde el poder aéreo justifica su importancia por los resultados espectaculares que obtiene en el empleo táctico, ganándose el respeto y la admiración de las otras fuerzas armadas. Por el contrario, los éxitos puramente estratégicos nunca fueron plenamente convincentes para los observadores independientes (Strategy in the Missile age, Brodie). La eficacia del bombardeo estratégico durante la Segunda Guerra Mundial en Europa Occidental abrió la discusión entre los teóricos por la constatación de una serie de resultados: 1) La ineficacia y la falta de humanidad del procedimiento seguido por el Mando de Bombarderos de la RAF con el fin de aniquilar la moral civil alemana, 2) las demoras que se produjeron hasta que los Estados Unidos dispuso de sistemas adecuados para los bombardeos de precisión, 3) el cambio introducido en los ataques americanos, a principios de 1945, realizando bombardeos más masivos que selectivos; y 4) dado que se demostró que no se podía alcanzar la victoria con sólo el poder aéreo, surgía la duda de que si los inmensos recursos humanos y materiales dedicados a la campaña de bombardeo podían haber sido empleados de forma más rentable utilizando otras armas.
A partir de 1945 fue la Fuerza Aérea de los Estados Unidos (USAF) la que propuso el empleo de los medios aéreos en forma independiente y cuyo alcance puede sintetizarse en la frase extraída de un documento oficial: “El poder terrestre y el poder aéreo son fuerzas al mismo nivel e independientes; ninguna es auxiliar de la otra”. Se afirmaba que la inherente flexibilidad era la ventaja más importante de la fuerza aérea; que dicha flexibilidad sólo podía ser explotada eficazmente si el mando estaba en manos de un aviador, único responsable de las operaciones aéreas. El documento, por su parte, establecía las prioridades de empleo para las fuerzas aéreas tácticas: 1) superioridad aérea; 2) interdicción; y 3) apoyo aéreo cercano.
Desde el lanzamiento de las dos bombas atómicas sobre Japón en agosto de 1945, el hacer teorías acerca de la guerra aérea, y ahora espacial, se ha convertido en una tarea en la que se ven involucradas numerosas personas de actividades muy diferentes desde los propios teóricos y estudiosos hasta científicos, economistas y analistas sociales, muchos de los cuales sienten una especial predilección por un vocabulario que subconscientemente parece orientado a que lo inconcebible aparezca como racional. Establecida la estrategia relacionada con las ramas nucleares predominó la idea en la cual se afirmaba que la disuasión era el concepto dominante: Anteriormente, el propósito principal del estamento militar era ganar la guerra. A partir de entonces será evitarla.
La denominada “Guerra Fría” entre Estados Unidos y la Unión Soviética condujo a los gobiernos hacia una política de disuasión basada en la amenaza atómica, posteriormente nuclear, y de represalia, una postura que a lo largo de los años ha sufrido innumerables variaciones en la forma y los detalles pero no en su base conceptual (The Development of Nuclear Strategy, Bernard Brodie). Los avances técnicos que se produjeron en la década de 1950 más la situación militar creada por la guerra de Corea, hizo que se entrara en la era nuclear total que fue reflejada en la “doctrina de la represalia masiva”, establecida por los norteamericanos.
Muchos teóricos occidentales cuestionaban el concepto de respuesta masiva ante la amenaza nuclear; ¿acaso se trataba de la “era de la matanza nuclear”?, ya que entendían que para las necesidades de la disuasión era suficiente con poseer la capacidad para asegurarse el lanzamiento de un número pequeño de armas nucleares. Esta escuela de la “disuasión limitada” nunca tuvo un gran apoyo en los Estados Unidos, mientras que en Europa, particularmente en Francia y también de alguna manera en el Reino Unido, fue adoptada por pura necesidad. Más tarde, en la década de 1960, los Estados Unidos impulsaron la doctrina de la respuesta flexible creando fuerzas nucleares estratégicas, en las que los bombarderos cedían el primer puesto a los misiles balísticos lanzados desde tierra y desde el mar con un alcance intercontinental.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, la guerra aérea convencional apenas ha despertado la atención de los teóricos, a pesar de que ha existido en numerosas ocasiones: en Corea (1950-1953), en las guerras Árabes-israelíes (1967 y 1973), en Indochina (1960 a 1975) y en Irak (1991). Las mejoras obtenidas en el radio de acción, velocidad, carga y precisión en la suelta de las armas han sido enormes, pero han tenido un efecto muy limitado en el desarrollo de la guerra terrestre, sobre todo en Egipto en 1967 y en Hanoi en diciembre de 1972.
Cuando se analizan, desde el punto de vista de la teoría y la doctrina del poder aéreo, las acciones de los Estados Unidos en Indochina desde 1965 a 1972, éstas presentan diversos problemas. Los procedimiento de mando y control estaban dominados por una combinación de precauciones diplomáticas exteriores y unos imperativos institucionales internos a los servicios militares norteamericanos por lo que se llegó a una situación en las que existían cinco guerras aéreas distintas actuando simultáneamente: una en Vietnam del Sur, a la que se dedicaba el mayor esfuerzo militar; otra en Vietnam del Norte; otras dos que pasaron casi desapercibidas, en el norte de Laos y Camboya; y una quinta al sur de Laos, a lo largo de la ruta Ho Chi Minh.
Desde Washington se indicaba como conseguir los objetivos que se habían establecido para ganar la guerra hasta en sus más mínimos detalles; fijando el momento, el sitio y las prioridades de los blancos. A los comandantes se les prohibió llevar a cabo las acciones necesarias para obtener la superioridad aérea al evitar, por ejemplo, que se atacaran las baterías de misiles tierra-aire (SAM) y las bases aéreas enemigas (por temor a matar a los asesores rusos y chinos destacados en estos puntos, lo que llevaría a una posible escalada de la tensión existente entre las dos superpotencias). No obstante, en Vietnam del Sur, como en el sitio de Khe Sanh en 1968, y algunas veces en Vietnam del Norte, como durante las operaciones Linebacker en 1972, el poder aéreo demostró ser decisivo incluso en las circunstancias limitadas del momento.
En cuanto a la victoria de Israel en 1967 no se pudo repetir en 1973, debido a que no lograron sorprender a los egipcios y las grandes mejoras introducidas en las defensas antiaéreas (tanto en misiles tierra-aire, como en radares y artillería antiaérea de gran cadencia de fuego. Sin embargo, en la guerra de Irak en 1991, las fuerzas de la coalición consiguieron tempranamente la supresión de las defensas aéreas con la destrucción del sistema de mando, control y comunicaciones y la mayor parte de los sistemas antiaéreos de Irak, hasta tal punto que la aviación multinacional realizó operaciones de reabastecimiento en vuelo sobre Bagdad.
El empleo del poder aéreo en Irak demostró la importancia de las nuevas tecnologías. Como se expresó al principio, los efectos de los cambios tecnológicos y los acontecimientos que han ido surgiendo han jugado un papel mucho más importante que el de las ideas en la guerra aérea. Las operaciones en Irak tuvieron el protagonismo de los cazabombarderos (F-111, F-15E, F-117) con mayor capacidad de penetración y baja detección. Se sumaron sistemas de infrarrojo y electroópticos resistentes a contramedidas electromagnéticas, radares de mejores características, conjuntos de proyección de mapas y radar, equipos de seguimiento del terreno, medios láser y de fibras ópticas.
Es posible que en la actualidad nos encontremos en los umbrales de tales avances tecnológicos que pueda producirse un cambio radical en la propia identidad del poder aéreo. El combate electrónico, las nuevas posibilidades a través de vehículos espaciales, las municiones guiadas de precisión y los aviones sin piloto parecen introducirnos en una nueva era de la aviación. Se podría concluir, entonces, diciendo que la propia tecnología puede ser, hoy en día, el principal teórico del poder aéreo.