El tren fantasma – Elbio Firpo

Jamás lo había contado. Nadie le creería. Durante setenta años, tenía siete cuando ocurrió el episodio, quiso pensar que todo había sido un sueño. Ni siquiera en las largas terapias que intentaron zurcir los daños de un doloroso divorcio, confió el angustioso sueño, si es que lo era, a su terapeuta. Y ahora estaba allí, en la desierta planchada donde se erigía el inquietante tren fantasma de su infancia. En el mismo lugar donde se había parado aquella noche.

Todo había comenzado en un cumpleaños infantil en una casa del Parque Rodó, donde una amiga “rica” de su tía la había invitado. Todo un acontecimiento para quienes vivían en el Reducto cuya distancia implicaba más de media hora de ómnibus. Aída, que así se llamaba su tía, hermana menor de su padre, tenía dieciocho años y solo pudo conseguir el permiso si accedía a llevar a su sobrino menor. Una especie de garantía moral de la época para evitar habladurías. Confiable pero muy distraída, su hermano le había pedido especialmente que no descuidara a su sobrino, que alguna vez, rehuyendo las reuniones, se perdía por horas en largas caminatas provocando una angustiosa búsqueda familiar. Espíritu sensible o retraimiento,  los lugares solitarios lo atraían.

El Prado en la noche, cerca de la casa de sus abuelos, bajo una lluvia pertinaz, lo encontraron en hipnótica admiración de los últimos charrúas brillando en el húmedo bronce.

Por suerte, el “descubridor” fue su hermano mayor que improvisó una excusa increíble que todos aceptaron por buena.

Y el cumpleaños no fue la excepción. Salió de la casa cuando la algarabía era mayor sin que nadie lo viera. Recorrió las tres cuadras largas que lo separaban de los juegos mecánicos del Parque Rodó. La noche fría de un otoño avanzado y una imperceptible llovizna  alejaban a eventuales paseantes. La calle estaba desierta.

Se detuvo frente a la solitaria e iluminada estructura del Tren Fantasma y lo invadió un temor inquietante y a la vez, insólitamente placentero. Tres esqueletos decoraban el frente  del gran galpón de zinc y se movían al compás de un monótono cric-cric como de grillos metálicos.

Pero no eran los ingenuos esperpentos los que atraían su atención. La demoníaca figura que sostenía un pesado martillo presta  a golpear la  campana que tenía enfrente y enviar a los confiados pasajeros al infierno, desprendía, en su exagerada faz, una maldad extrema.

Entonces escuchó los gritos. Se escuchaban claramente desde una de las dos bocas de entrada y salida de los vagones del tren.

Eran gritos desesperados, ahogados por momentos, brevísimos instantes de terror supremo. Como brevísima fue la imagen que los años distorsionan en su memoria. Un niño de pelo oscuro y largo corre desde la oscuridad del túnel. Pero no alcanza siquiera a que la brillante iluminación externa lo cubra totalmente. Una mano brutal se aferra a sus cabellos. Cae hacia atrás. Un brazo invisible lo arrastra. La desnudez de sus pies descalzos desvelará para siempre sus sueños.

En la vacía explanada han terminado los trabajos de demolición. El tren fantasma no volverá. Se planifican nuevos espacios verdes.

Dos excavadoras trabajan en el lugar. Es una mañana muy agradable de primavera y hay mucho público y multitud de niños.

Antes de irse, un último gesto, una especie de exorcismo a contramano de su absoluto ateísmo.

Saca de su bolsillo el recorte de diario que guarda desde hace días. Y lee.

“ Hallan restos humanos en el predio que ocupara durante años el Tren Fantasma del Parque Rodó. En los trabajos de excavación los obreros descubrieron un pequeño esqueleto presumiblemente de un niño. Las autoridades policiales ratificaron que efectivamente se trata de un niño de aproximadamente doce años.

Entre los casos no resueltos hallados en archivos de época se menciona  la desaparición en los años cincuenta de un “canillita” de la zona de trece años de edad que respondía al nombre de Pedro Alzibar.  En su momento fue detenido un empleado de mantenimiento del mencionado juego mecánico de nombre Aldhemar Cáceres de cincuenta y cuatro años con antecedentes por pedofilia. Tres meses después de su detención el sospechoso quedó libre por falta de pruebas.”

 

                                  FIN

 

Elbio Firpo.

Mayo de 2020

 

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