El hombre llega frente a una inmensa planicie. No irá más lejos. Sabe que ha llegado. A pasos cortos va hacia el árbol, el único en kilómetros a la redonda; su sombra le salpica.
Ahora entorna los ojos, atento a un movimiento blanco, allá, junto a una casa. Las siluetas de una mujer joven y de un niño quiebran el movimiento.
Han salido de la casa, se acercan a la mancha blanca. La mujer se pone de puntillas, recoge la sábana. Se apaga la mancha.
–¡Mamá! ¡Mamá!, el abuelo se está sonriendo.
–Déjale, estará soñando.
–Sí, está dormido, pero se ha olvidado de cerrar los ojos.