Treinta pueblos conformaban el horizonte septentrional del emprendimiento evangelizador jesuita. Un reducto económico y social establecido en la extendida área del encuentro entre los ríos Paraná y el Uruguay habitada por cien mil guaraníes. Sobre tierra paraguaya el cultivo de la yerba mate y la explotación agraria; más al sur, las Misiones Orientales en las cercanía del río Uruguay desde la sierra del Tape hasta el río Negro y el arroyo de las Vacas y, más al este la singular “Vaquería del Mar”; un entorno de estancias y rodeos multiplicaron la presencia de laboriosos indios guaraníes y díscolos trashumantes charrúas.
En las décadas de 1620 y 1630, los jesuitas fundaron numerosos centros de evangelización. Originarias de la región del San Pablo portugués, las devastadoras ”bandeiras” dedicadas al apresamiento de esclavos indígenas fueron definitivamente rechazadas luego de una épica resistencia armada cuyo punto de inflexión está históricamente situado por el triunfo jesuita-guaraní de Mbororé en 1641.
Se inicia así, un periodo de reordenamiento de las misiones. Contemporánea a Colonia del Sacramento, los jesuitas fundaron el pueblo de San Borja en 1682 en la margen oriental del río Uruguay. A ésta le sucedieron San Luis Gonzaga, San Nicolás, San Miguel, Santo Ángel, San Luis, San Lorenzo Mártir, San Juan Bautista, y finalmente en 1701 Santo Ángel Custodio, la séptima y última fundación de las Misiones Orientales. Hacia mediados del siglo XVIII estaban pobladas por 30.000 habitantes dedicados a la producción yerbatera y ganadera.
La reproducción explosiva del ganado vacuno alcanzando millones de cabezas alimentó la presencia guaraní en las extensas praderas de la Banda Oriental. Proliferaron las estancias jesuitas al norte del río Negro. Cueros, guampas, huesos, grasa y carne fresca fueron dinámicos elementos para la presencia guaraní; El arreo de vacunos a las estancias jesuitas mostraron la presencia de troperos de hábitos generosamente transmitidos y exhumados jinetes. Gigantescas arriadas de vacunos dejaron numerosos toponímicos y la muy abarcadora expresión de “Vaquería del Mar”.
Obedeciendo al interés colonial español, miles de guaraníes misioneros fueron empleados como soldados y obreros. Miles de indígenas sitiaron la posesión portuguesa de Colonia del Sacramento y más de dos mil tapes construyeron a partir de 1726 las murallas de Montevideo. Más tarde cuando la Real Pragmática de Carlos III de 1767 acabó con las Misiones Jesuíticas, cerca de quince mil indios extendieron su presencia en la Banda Oriental al norte del río Negro. Fueron la base de las peonadas de las haciendas de vacunos. Sus antecedentes como agricultores, su destreza artesanal y experiencia ganadera contribuyeron, junto a los criollos residentes, a la formación de una peculiar cultura paisana.
A diferencia de los escasos habitantes charrúas, la etnia guaraní es poseedora de una enriquecedora lengua cuya vigencia llega hasta hoy en día. Una “lingua geral” rica en metáforas, poética y musicalidad empleada, también, por charrúas minuanes y paisanos criollos. En el Paraguay son los forjadores de un pueblo mestizo, ejemplo fecundo de un legado cultural aborigen pleno de valores sociales y culturales. El desarrollo tecnológico de la civilización europea no opera como juicio superior. La calidad no se define por la cantidad, funcionalidad o excepcionalidad sino hacia el entendimiento del hombre a su época y su medio. La cultura guaraní se identifica por el trabajo de la madera y la fibra, por el conocimiento de la botánica y la geología como un medio para su empleo medicinal y nutritivo y por el íntegro desarrollo de sus relaciones sociales, morales, jurídicas y religiosas.