EL URUGUAY 3. La fundación de Montevideo

Un nuevo punto de partida. El desvelo de Felipe V, Rey de España, por frenar la expansión portuguesa fue concretado por el gobernador de Buenos Aires Bruno Mauricio de Zabala a partir de enero de 1724 con la presencia de un contingente armado español y el apoyo de 1.000 indios misioneros. San Felipe de Montevideo nació como ciudad el 24 de diciembre de 1726 cuando “Domingo Petrarca delinea la planta de la ciudad y Pedro Millán empadrona los pobladores, fija la jurisdicción del futuro Cabildo y el área donde los próximos moradores han de tener ´sus faenas de campo y monte´” (Reyes Abadie, Bruschera, Melogno). 7 familias venidas de Buenos Aires, 20 familias de Islas Canarias a las cuales se agregaron 30 en una segunda migración junto a 400 soldados para la guarnición de la ciudad. El 1° de enero de 1730 fue creado el primer Cabildo, Justicia y Regimiento. Una institución autónoma de gobierno criollo del régimen indiano. Desde esta ciudad se inicia el poblamiento de la Banda Oriental, decrece el valor estratégico de Colonia del Sacramento y como plaza fuerte portuaria se integra al sistema defensivo español con el Apostadero Naval en el Atlántico Sur.

Las Ordenanzas de población de Felipe II de 1573 y las Leyes de Indias establecían con ajustado sentido legal las normas de derecho, títulos de Don, propiedades y beneficios para aquellos pobladores fundadores abatiendo cualquier natural desamparo. Sin embargo, obra gran mérito en estos intrépidos habitantes para superar la contingencia de construir desde la nada una urbana convivencia en esta ciudad plaza fuerte murada bajo la autoridad política administrativa de Buenos Aires. Inaugurando así el dicotómico vínculo integrador Ciudad-Campo de un país cuya identidad se define por la inusual coherencia de su destino histórico. Una raíz colonial española que con inusual permanencia invade el modo de ser uruguayo junto al aporte migratorio posterior, la precedente presencia indígena con caudal histórico evanescente y la identidad nacional construida por los habitantes de un particular enclave geográfico. El Uruguay y el Plata como límite natural del mayor vínculo histórico con la Argentina y una frontera más abierta con el Brasil, un país de distinto origen histórico.

Montevideo con el tiempo se transforma en una ciudad fortificada, la Ciudadela rodeada de un foso construida a partir de 1742 y finalizada en 1780, el Fuerte San José de 1741 y la Fortaleza del Cerro en 1808. En 1750 contaba con trescientos habitantes en un centenar de casas de barro y cueros precarias, sesenta chacras en las proximidades y 16 estancias. Un puerto natural como enclave estratégico en uno de los márgenes de una extendida cuenca fluvial, la riqueza ganadera, el fértil suelo de su campaña y el empuje de sus humildes pero visionarias autoridades quienes junto a sus pobladores lograron transformarla en 1750 en una ciudad sede de la Gobernación Política y Militar. Buenos Aires empieza  a ser un ayer cuando el Brigadier don Joaquín de Viana es instituido como primer Gobernador. El repartimiento de haciendas alcanza el Río Santa Lucía, la población se duplica, el indio perturbador se contiene, las estancias llegan a ser unas ciento cuarenta, las chacras cercanas multiplican su producción de hortalizas, las viviendas son ahora de piedra con techos de teja y los “Pozos del Rey” de la Aguada en 1760 abastecen de agua potable a la ciudad y a los navíos del puerto. En ese mismo año, Montevideo ya cuenta con 2.100 habitantes y 230 viviendas.

Comienza un nuevo tiempo en la historia de la ciudad. La autoridad española siente  que se fortalece su objetivo colonial de poblar aquella Banda Oriental y militarmente contener al portugués que una y otra vez por distintos medios intenta extender su frontera sur. La ubicación geográfica de un enclave poblado, las casas de tejas y el rústico templo al amparo de un fortín o simplemente un cruce de caminos transitado frecuentemente por carretas o el paso de ganado son fuente de creación como consecuencia de las necesidades sociales del hombre. Entre 1778 con la fundación de Guadalupe de Canelones y 1802 con Porongos o Trinidad más de una docena de poblados  agregan a la pradera un nuevo perfil cultural. Estas comunidades tienen un particular origen. Las ciudades como antaño son los emblemas de la vida estable que se inició con la agricultura, los resguardos permanentes y edificios para proteger y almacenar los productos del campo. Poco a poco, con natural coherencia, Montevideo pasa a ser la ciudad referencia que capitanea el proceso integrador institucional y el campo se constituye en su columna vertical productiva y soberana frente al enemigo portugués.

El reformismo borbónico promovió un acotado movimiento hacia la libertad comercial y con ello el puerto de Montevideo comenzó a desarrollar un destacado papel económico favoreciendo así el comercio de su producción del interior geográfico. Esclavos, barcos correo, el Apostadero Naval y la Real Pragmática de Libre Comercio de 1778 puso al puerto de Montevideo en igualdad de condiciones con Buenos Aires y abrió, así, un largo periodo de disputas por el dominio y usufructo de las rutas mercantiles del Río de la Plata. A fines del siglo XVIII se puede observar una ciudad bien dispuesta con casas de azotea portadoras de cornisas, remates y capiteles; albañiles que las hacen cómodas, edificios públicos de patios grandes y enlosados; balcones de hierro para las casas altas; aljibes, fuentes en los patios, calles con calzadas empedradas, concurridos “Café” y mujeres bien vestidas de seda y de lana. Chacras en los alrededores donde se planta trigo, huertas de legumbres, barracas que acumulan cueros y espaciosos saladeros que preparan el tasajo para consumir y exportar.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *