“Anoche soñé que había vuelto a Manderley. En mi sueño me encontraba ante la verja del parque…
“Rebeca”. Daphne du Maurier.
Los acontecimientos se precipitaban. En el Palacio Estévez un movimiento incesante y nervioso de funcionarios llevando y trayendo expedientes, subiendo y bajando escaleras, alteraba la atmósfera disciplinada y calma a la que estábamos habituados. En esas circunstancias, relevo presidencial por medio, me despedí anticipadamente de mi licencia. El Edecán Naval y yo, sentados a nuestros respectivos escritorios, poco teníamos para hacer. Por el contrario, el Edecán Militar, encerrado en el despacho del Jefe de la Casa Militar, salía ocasionalmente para consultas con los secretarios y asesores civiles, para volver a entrar y permanecer largo rato en compañía del “Mastín”. Por eso me sorprendió su entrada intempestiva, sudoroso y rojizo, y más aún al preguntarme a boca de jarro- Y…hermano…te vas a ir con licencia ¿? Inicialmente lo tomé como una broma. Miré al marino. Su rostro pétreo y confiable, apenas hizo un gesto de asentimiento. Y él no hacía bromas. Pretexté, falsamente, que no podía dejarlos solos precisamente ahora que todo parecía acelerarse.
-Andate hermano-repitió-para que vamos a estar los tres?…andáte tranquilo
Otra vez miré al marino. Otra vez volvió a asentir. No lo dudé más. Mañana saldría con mi última licencia como edecán.. No podía creerlo. Diez días completos lejos del protocolo y del “Mastín”.
La sensación de “abandonen el barco” se venía percibiendo desde hacía varias semanas. La reunión anual de fin de año en los jardines de Suarez había sido marcadamente triste, calificación totalmente cuestionable porque la alegría nunca pudo aplicarse a esos eventos. Pero había poca gente. Alrededor de la piscina y sobre el pasto recortado, algunos ministros y generales del Ejército con sus señoras. No muchos, solo los que , cuando la popa del “Titanic” se deslizara hacia el fondo, permanecerían a bordo. Noté la ausencia del Secretario Privado, joven abogado de acentuada calvicie y andar cansino. Me vino a la mente el padre de Superman lanzándolo al espacio antes que Kriptón estallase, seguro y arropado en una cápsula. Florecería en otro planeta entre hombres confiados a los que no contaría su odisea espacial.
Como Secretario Privado del Presidente había despertado los celos del Edecán Militar que se sentía infantilmente desplazado en el afecto del Primer Mandatario. Pero esa noche, con la ausencia definitiva del abogado recuperaba los espacios perdidos. El acompañaría al “Hombre” hasta el final, como lo había hecho siempre desde Teniente Segundo a Teniente Coronel. Yo evité interrumpir su verborragia exultante con alusiones cinematográficas que nadie entendería, máxime cuando el “Mastín”, ligeramente entonado, se acercó al grupo de edecanes. Mencionar El” hundimiento de la Casa de Usher” o” Los condenados de Altona,” era un riesgo que mi experiencia me aconsejaba no correr.
Por eso, cuando aquella tarde insistió para que me tomara licencia, atribuí su persistencia a la determinación, casi sublime, de estar junto al “Viejo” hasta la última jornada. Y sintiendo crecer mi consideración a mi sacrificado camarada, partí hacia el Este.
En los diez días que permanecí lejos de mi despacho nunca fui molestado ni por el teléfono de presidencia ni por alguna de las dos radios que nos mantenían en permanente enlace con Casa de Gobierno. En algún momento cuestioné mi actitud poco solidaria con mis camaradas y una sombra de arrepentimiento oscureció mi ánimo. Regresé dispuesto a colaborar con ellos en este último tramo y hacerme merecedor de su reconocimiento.
Mientras subía las escaleras rumbo a mi oficina advertí que la actividad febril previa a mi partida, había cesado. Había un mesurado movimiento de funcionarios y algunas caras nuevas. El Edecán Militar me recibió con el abrazo fuerte y viril con que la Fuerza de tierra exterioriza sus afectos. Para mi gusto algo teatral. Sonoros golpes en la espalda, separación brusca y una mirada directa a los ojos. Para que no queden dudas, un saludo de hombres. El marino extendió su mano lánguida y desde la altura de sus poderosos pectorales, me obsequió una media sonrisa. Ambos estaban de “comunión”, es decir con uniformes de paseo, como prontos a salir. No tardé en percibir en el ambiente que algo se cocinaba. Percibirlo y descubrir que el cocinado era yo, fue todo uno.
-Bueno negrito…nosotros nos vamos…órdenes de arriba…y ya tenemos que presentarnos en los nuevos destinos…así que mucha suerte-y agregó con cara de circunstancia- vas a tener el honor de ser el último edecán del Proceso y el primero de la Democracia. Casi sin darme tiempo a reponerme y aplicando a cabalidad los Principios de la Guerra de la Sorpresa y de la Explotación del Éxito, se alejaron rumbosos.
Tras las puertas cerradas del despacho del Jefe de la Casa Militar solo silencio. Pero el “Mastín”estaba allí mascullando vaya a saber que cosas.
Sin embargo, los días previos al relevo presidencial transcurrieron apaciblemente. El Jefe de la Casa Militar, una secretaria, uno o dos asesores civiles y el edecán aeronáutico pasábamos las horas desacostumbrados al silencio, roto ocasionalmente por una llamada telefónica.
Del otro lado de nuestra oficinas, separados por una invisible pared que dividía virtualmente el primer piso del Palacio Estevez, los futuros edecanes. Se movían en un silencio eficiente y hablaban en voz baja. No traspasaban el cordón sanitario tácitamente impuesto y , aunque no usaban tapabocas, evitaban todo tipo de contacto, aún el visual. Uno de ellos fumaba en pipa. El agradable aroma del tabaco inglés se esparcía en todo el ambiente ignorando demarcaciones fronterizas. Siendo yo mismo un viejo fumador de pipa, me preguntaba cuantos días hacía que se había iniciado en el hábito. Fumar una pipa supone- principio básico del placentero vicio-fumar una pipa, es decir, no hacer otra cosa. Sentir la cazoleta tibia en la palma de la mano, dejar volar la mente junto con el humo perfumado que sube hacia la luz de la única lámpara encendida. Por las veces que acercaba el encendedor a la cazoleta, por la forma que mordía la delicada boquilla entre sus molares, en tanto se paseaba hojeando gruesos carpetones, deduje que no muchos. A veces, en el tedio de las tardes, viéndolos moverse tan eficientemente silenciosos, me imaginaba que no eran uruguayos. La Academia Naval de Anápolis, Shandhurst, Colorado Spring, quizás. Y mi espíritu se hundía en un profundo complejo tercermundista. Pero acaso-me preguntaba en otras-esos mismos molares que tan afectadamente dejaban su huella en la fina baquelita de la pipa, no habían masticado con placer la misma “tumba”, basta y suculenta, que constituía el plato principal de nuestra alimentación castrense?
El día del relevo presidencial hizo mucho calor. A las cuatro de la tarde el Mercedes Benz ingresó a la Plaza Independencia trasladando por última vez al Presidente y al último edecán del Proceso. Se percibía cierta displicencia policial impensable meses atrás. Algún golpe de palmas abiertas sobre nuestro vehículo rápidamente reprimido. Se escuchaban cánticos entre los grupos de curiosos que comenzaban a llegar a la plaza. Entramos al Palacio Estévez para una larga y agobiante tarde. A medida que llegaban los invitados se les acompañaba al Salón Rojo donde tendría lugar la ceremonia. La prensa esperaba . No se les había autorizado a ingresar al recinto. Mis órdenes eran presentarme al nuevo Presidente una vez que hubiera asumido. A las siete de la tarde la banda presidencial cambio de dueño. Ansiosos por aire fresco autoridades e invitados abandonaron rápidamente la sofocante atmósfera.. El Mandatario permanecía en su despacho con dos generales dimitentes. Finalmente a las ocho de la noche, al retirarse, pude presentarme.
-Mucho gusto…Comandante?…me acompaña?
Y mientras bajábamos las escaleras agregó.:
-Hay mucho para hacer ,Comandante, y apenas tenemos dos semanas..
Y ciertamente lo decía en serio.
Cuando nadie ignoraba que su designación era una mera formalidad para que la historia no registrase un apretón de manos , por lo menos inconveniente, y no otra cosa, su ingenuidad me dejaba perplejo.
O había algo más detrás del hombre afable y culto que posó orgulloso para la foto oficial de su gobierno de diez y siete días?
Su primer discurso ante el pleno del Consejo de Estado duró mucho tiempo. Yo esperaba afuera recorriendo el Salón de los Pasos Perdidos, deteniéndome en tal o cual detalle con la minuciosidad que me permitía la larga espera. Estaba solo en el gran salón. Por momentos me parecía oír el lejano eco de su voz acallado por columnas y mármoles. Algunos breves aplausos. Después otra vez el silencio. La extensa oratoria parecía confirmar la primera impresión que tuve cuando asumió, el crédulo mesianismo en su misión como Presidente Provisional. Aplausos fuertes y prolongados. Por fin se abrieron las puertas y un auditorio aliviado se dispersó hacia la salida. Apareció rodeado de un pequeño grupo de familiares, señora, hijos, nietos, según recuerdo.
Al verme sonrió ampliamente y me dijo:
-Que le parece la multitud que vino a aplaudirme?-en obvia y humorística referencia a su familia. Y otra vez-extrañamente conmovido-modifiqué mis convicciones recientes.-Mesías no -rectifiqué-simplemente un hombre bueno.
Siguieron días plácidos y amables. Mi Jefe contabilizaba los decretos aprobados y compartía conmigo su entusiasmo Pero la verdad era que estábamos solos. El actuaba su papel en el escenario con la sala vacía. Yo lo acompañaba en la comedia, preludio de la gran ópera a estrenarse el 1° de Marzo.
Mientras tanto se había dispuesto el acondicionamiento de la casona de Suarez y Reyes que ocuparía el Presidente electo. Debía encontrarme allí con el Arquitecto que se encargaría de las obras y los nuevos edecanes, a las cuatro de la tarde. Me tomé mi tiempo. Sabía que esa sería mi última visita a la casa. Poco antes de las tres de la tarde un guardia me abrió la puerta de rejas y estacioné bajo los altos cipreses que cubrían el muro. El trinar de los pájaros acentuaba el silencio del parque. No estaban los agresivos chajás y los ladridos del collie familiar se habían ido con su dueño. Descubrí los patos acurrucados junto a una de las fuentes. La misma ninfa de yeso mirándose en el agua musgosa. Caminé hacia la casa. Cuando cerré la puerta de cedro tras de mi el silencio fue absoluto. El sol entraba por las ventanas sin cortinas. Y estaba la escalera alfombrada de azul abriéndose en dos brazos hacia la relativa penumbra del primer piso. Subí lentamente a los aposentos privados donde nunca había estado. Recorrí las habitaciones. La sala de estar. La cocina. Un olor frío a lejanas cocciones. El dormitorio. La única puerta cerrada. Dudé un instante detenido por un pudor inexplicable. Bajé el picaporte de bronce y abrí la puerta. El sol entraba a raudales. Me turbó un perfume íntimo y desconocido. En medio del piso todavía lustrado, el zapato. Un dorado zapato de mujer reflejaba los rayos que lo iluminaban. El alto y modelado tacón, la larga puntera. Olvido o propósito de su dueña? Una pieza arqueológica reciente. Todo estaba allí, en la vencida y sugerente belleza del objeto. Como un telón una nube cubrió por un instante el silencioso cielo. Y abandoné el dormitorio cuando la penumbra lo cubría. En la soledad de la casa los escuche llegar. Los precedía el aroma del tabaco inglés. Y me dispuse a recibirlos bajando por última vez la escalera cubierta por una espesa alfombra color azul bolita.
FIN
Elbio Firpo. Diciembre 21 del 2007