HISTORIA DEL COLOR AZUL

   

Pórtico de Santa María de los Reyes

 

                                                “Cuanto más profundo se vuelve el azul,

                                         mas fuerte llama al hombre hacia el infinito…”

                                                                              Wassily Kandinsky.

 

A los antiguos griegos y romanos no les gustaba el color azul. Puede ser pretencioso realizar una afirmación de este tipo sobre civilizaciones que desaparecieron hace tanto tiempo, pero las pruebas históricas, arqueológicas, filológicas y literarias parecen indicar que así era. Tal como explica magistralmente el historiador francés Michel Pastoureau en su libro Azul. Historia de un color, el azul fue un color secundario para muchas de las primitivas culturas europeas.

Para aquellos pueblos, los tres tonos primarios eran el rojo, el blanco y el negro, y alrededor de ellos se organizaba todo un sistema simbólico y cromático del que apenas nos han llegado lejanos ecos en narraciones y cuentos antiquísimos como los de Caperucita Roja o la fábula del cuervo y la zorra. En ambas historias aparecen tres elementos principales asociados a cada uno de los colores primordiales: el rojo de Caperucita y la zorra;  el negro del lobo y del cuervo; y el blanco de la mantequilla que la niña lleva a su abuela y del queso que el cuervo deja caer al comenzar a cantar engañado por la zorra. Por el contrario, las evidencias en contra el azul se acumulan. En La Ilíada La Odisea no se utiliza ningún término que podamos relacionar con seguridad con el color azul, lo cual llevó a algunos estudiosos del siglo XIX como William Gradstone a aventurar la posibilidad, obviamente absurda, de que los antiguos griegos eran insensibles biológicamente a dicho color. En Roma el azul se asociaba con los pueblos bárbaros, algunos de los cuales se pintaban de ese color antes de entrar en combate y cuyos ojos eran a menudo también azules. Siglos más tarde luego de la caída del Imperio Romano, las lenguas romance como el italiano, el portugués, el francés o el castellano tuvieron que apropiarse de palabras extranjeras para designar al azul; así, del habla germana llegó blau  y todos sus derivados, mientras que del árabe evolucionó el término azur.

En el centro mismo del pórtico de la Iglesia Santa María de los Reyes, aparece María ascendiendo a los cielos envuelta en la mandorla mística, una especie de aureola dorada con forma de almendra. Justo encima, la misma Virgen es coronada, mientras que en registro inferior del tímpano podemos verla vistiendo un manto de un intenso azul. El cambio es radical. De ser un color detestado y denigrado como símbolo de barbarie, paso a estar directamente relacionado con la mismísima Madre de Dios.

En poco tiempo el azul sufrió una metamorfosis extraordinaria, una transformación que ningún otro color ha experimentado. Gracias a la asociación con la Virgen, este tono se impulsó desde las profundidades simbólicas de Occidente hasta lo más alto de la escala de valoración cromática. De las vestiduras de María, el azul colonizó los escudos de los nobles y los vestidos de reyes y príncipes. Los monarcas franceses fueron sin duda los primeros en adoptarlo como color simbólico, y tras ellos llegó el resto de la aristocracia medieval europea. Incluso el mítico rey Arturo comenzó a ser representado en miniaturas e imágenes como un gobernante vestido de azul. El azul había llegado para quedarse.

Año tras año, en todas las encuestas que se realizan para tratar de conocer las tonalidades favoritas, el azul arrasa con más del cincuenta por ciento de apreciación popular. No hay aspecto de la cultura en el que el azul no haya alcanzado una situación privilegiada. Quizá sea su carácter neutro a nivel puramente simbólico en comparación con el potente y omnipresente rojo, asociado desde siempre con la sangre y el fuego. Quizá sea su escasa agresividad y su relación con aspectos positivos como el frescor del agua, la divinidad de la Virgen o la racionalidad de la ciencia. Azul es el emblema de la ONU y los cascos de la fuerza militar de las mismas Naciones Unidas. Azules son también la insignia de la UNESCO y la bandera de la Unión Europea, así como otras  enseñas de organizaciones internacionales que ansían la paz y la concordia.

El azul no ofende ni agrede, no apela a los instintos más básicos; por el contrario, nos acerca a estados de tranquilidad y serenidad. El azul comenzó apoderándose de los mantos de vírgenes como las de Santa María de los Reyes y acabó conquistando la pintura, el arte y la cultura de todo el mundo occidental. Jamás un color consiguió tanto partiendo desde tan abajo. Pocos pórticos nos muestran tan claramente los inicios de un dominio cromático bajo cuyos efectos aún nos encontramos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *