JUAN ANTONIO LAVALLEJA Y SU APORTE A LA INDEPENDENCIA DE URUGUAY (1825-1830) 1° Entrega

“En el alto del Cabildo flameaba la bandera Oriental y en sus balcones se veían al General Lavalleja, Gobernador Provisorio, de gran uniforme, sus Ministros, los Representantes de la Nación, Jefes de Estado Mayor, Miembros del Tribunal de Justicia y porción de personas distinguidas, y un mundo del pueblo contemplando gozoso, aquel simpático cuadro, a despecho del frío de la estación, que embromaba” (Isidoro de María). Un poco de más de cinco años han transcurrido desde la épica Agraciada “una playa desierta y primitiva” en un “suelo sojuzgado de la patria”. Juan Manuel Blanes reproduce el momento e incorpora en el imaginario nacional uno de los acontecimientos más conmovedores de nuestra historia.

¿Qué pensamientos ocupan la mente de aquel hombre en el momento supremo del juramento? Quizás, tan solo en un minuto de reflexión, desfilen ante sus ojos los episodios más cálidos,… también los más dolorosos. Cómo olvidar la bandera de la patria, la que muestra al desplegarla la sentencia de “libertad o muerte”; la acogida de los paisanos descendiendo desde las cuchillas para hacer renacer el ejército oriental; o quizás Rincón, Sarandí, Ituzaingó y tantas otras; o el compadre tan difícil de contener, pero tan respondón cuando de liberar el terruño se trata; sus amigos de las provincias; D. Trápani desde Buenos Aires o “El Argentino” haciendo circular por las calles de la ciudad un “Viva la Patria!! —“Vivan los bravos Orientales” (Flavio A. García); la Declaratoria de la Florida; los ingleses junto a brasileños y argentinos dándole vueltas a un asunto tan claro. Al fin la libertad, el Estado Independiente, tanto por hacer. Pero, henos aquí, en esta Montevideo tan ajena y tan nuestra, el orgullosos puerto el Plata. Acaso por un momento, su memoria recorra la época de la Patria Vieja, y en ese instante la referencia ineludible: ¡qué hombre tan porfiado aquél!, taciturno, callado, siempre preocupado por la marcha de la provincia. Ha pasado un efímero minuto, no hay más tiempo, la ceremonia continúa y requiere su atención.

El proceso histórico que culmina con la independencia de Uruguay cuenta con el invalorable aporte de sus caudillos. Son ellos el producto de una sociedad que se va conformando culturalmente a partir de su origen hispánico y en donde América vuelca sus propias características humanas y geográficas. Surgen comunidades con perfiles propios y dentro de ellas criollos que asumen un protagonismo público.

Juan Antonio Lavalleja, capitán artiguista, es, sin lugar a dudas un singular  y relevante personaje histórico. Luces y sombras coronan su vida pública, pero tiene el inmenso mérito de liderar una gesta que culmina el proceso de la independencia. Los cinco años que transcurren desde el desembarco en la playa La Agraciada hasta la jura de la Constitución constituyen, en su totalidad, un periodo culminante en la vida de este hombre apasionado, decidido, comprometido con los superiores intereses de su vocación patriótica.

La importancia histórica de los caudillos en el Uruguay, -Lavalleja es uno de ellos- se dimensiona por la capacidad de convocar miles de voluntades detrás de la suprema y solidaria idea de la orientalidad. La identidad de una comunidad histórica dentro de un ámbito geográfico construida con épica determinación. El “pueblo libre” interviene en la formación de la nueva asociación política en procura de su soberanía, libertad e independencia, y a su frente “los más respetables e importantes hombres del partido patriota en esta ciudad y la provincia” planteando “la idea de organizar un partido independentista con la esperanza, en el actual estado de cosas…y establecer una República de ellos” (Hood).

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *