Tradicionalmente, la biblioteca es una colección de libros y de otros textos escritos e impresos que el lector lee en el sitio mismo. De ahí las funciones tradicionales de la biblioteca, la conservación, las adquisiciones y la comunicación a los lectores. Los textos que existen en una forma digital pueden ser leídos en cualquier lugar y por cualquier lector que tenga un aparato que le permita entrar en comunicación con la colección digital. De esta manera, la biblioteca ya no está más vinculada a una institución, con un edificio, con un lugar. Adquiere la dimensión de una biblioteca virtual que, por un lado, cada uno puede construir a partir del acceso a los textos digitalizados y, por otro lado puede hacer pensar que la biblioteca ya no es más la materialidad del objeto escrito, sino la de cada ordenador en la cual se puede consultar un texto. Cuando Google quiso construir esta biblioteca universal, se produjo una reacción favorable en algunas bibliotecas pues, si los textos eran accesibles de esta forma, la biblioteca podía reutilizar sus espacios, liberándose de sus colecciones y ya algunas bibliotecas han transferido sus colecciones impresas a almacenes fuera de sus edificios. Evidentemente, todavía se puede pedir un libro, pero ya no está más en la colección dentro de la biblioteca. Existió entonces en la tentación de repetir lo que ocurrió cuando se desarrollaron los programas de microfilmaje, que significó la destrucción o la venta de una parte de las colecciones impresas como fue la política de Library of Congress o la British Library. Con el micro-film no había más que conservar el texto original, por lo que se destruyeron muchos periódicos del siglo XIX o comienzos del siglo XX.
Esta tentación puede existir de manera mucho más fuerte, cuando la técnica digital permite la reproducción de los textos. Entonces las bibliotecas quisieron, en un primer momento, aprovechar esta posibilidad de la biblioteca digital para relegar las colecciones fuera del edificio y redistribuir las funciones de sus espacios. De ahí surgen dos cuestiones fundamentales para las bibliotecas de hoy. La primera es justificar su papel como lugar e institución en la cual se puede tener acceso a las formas antiguas o presentes de publicación de los textos. La segunda es explicar por qué es necesario leer en la biblioteca, es decir, por qué alguien que tiene acceso en forma digital a un texto en su casa debe ir a la biblioteca. ¿Cómo resolver esta tensión entre la necesidad de facilitar el acceso a los textos gracias a los programas y a la necesidad de mantener la presencia de los lectores en las salas de lecturas? Las respuestas a esta pregunta supone mostrar a las instituciones, a los poderes, a los lectores, a los estudiantes que un texto no es solamente un contenido semántico, sino que siempre fue encarnado, ha recibido un cuerpo… En el español del Siglo de Oro, “cuerpo” tiene este doble sentido, significa a la vez el cuerpo humano y los ejemplares de una edición. Entonces se trata de demostrar que los textos han recibido un cuerpo y que este cuerpo contribuye a la producción de su sentido. Todos los trabajos que van en esta dirección, subrayando la importancia de la materialidad de los textos, de sus varias formas de edición y publicación, justifican evidentemente la necesidad de leer éstos en la forma en la cual los lectores del pasado lo leyeron. No se puede pensar los textos solo en su dimensión inmaterial. Para entender la historicidad de las prácticas de lecturas, se debe evidentemente considerar las materialidades sucesivas del mismo texto que, por ende, no es siempre el “mismo”. Y de una manera más general, es fundamental para lectores, que no sean críticos literarios o historiadores, mantener esta relación con el pasado de la cultura escrita, poner a su disposición, hacer visibles las formas sucesivas en la que existieron no solamente las obras de nuestro canon literario o filosófico, sino también los textos más humildes.
De esta manera, la biblioteca mantiene su papel de lugar de conservación no solamente de objetos y documentos, sino de conservación de una relación con el pasado, de una relación con la cultura escrita, tal como se ha transformado con el correr de los siglos, es decir, una relación con los lectores del pasado y con la construcción del sentido que podían producir frente a una obra en relación con su forma de publicación. Este discurso debe acompañar la construcción de las colecciones digitales… No es cuestión de oponer la una a la otra, es más bien la cuestión de pensar que se trata de dos relaciones diferentes con las mismas “obras”. Y que se debe mostrar, explicar, para evitar que la biblioteca finalmente desaparezca lo que sería muy trágico… Pero hay que defender la importancia de la biblioteca no solamente en relación a un posible análisis acerca de cómo las formas materiales afectan a la construcción del sentido, sino también, porque la biblioteca puede ser a la vez un lugar de aprendizaje, inclusive del mundo digital y de sus peligros, y un espacio de sociabilidad en el cual se mantiene una relación con la cultura escrita a través del intercambio de la palabra. Gracias a la lectura de sus obras por los autores, gracias a las conversaciones y debates después de la presentación de un libro, la biblioteca propone un espacio de encuentro cuya forma es muy distinta de la comunicación desmaterializada y “descorporalizada”.
Roger Chartier: “Breve diccionario del libro, la lectura y la cultura escrita”