Ayer por la mañana, al regresar a casa tras un viaje de trabajo, me sorprendió encontrar la tapa del váter bajada. Sucedía por tercera vez en pocos meses, coincidiendo siempre con mis ausencias. La primera pensé que, tras quince años de matrimonio, quizás Alberto había decidido hacerme caso. En la segunda ocasión estuve tentada de comentarle algo al respecto, aunque terminé mordiéndome la lengua. Ayer por fin me armé de valor, y sin salir del baño le pregunté, cruzando los dedos: “Cariño, ¿en mi ausencia ha venido alguien a casa?”. Desde nuestro dormitorio, él me respondió con un elocuente silencio.
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