Historiadores y novelistas. Tareas diferentes
“La Historia –escribió Macaulay en cierta ocasión- empieza en la novela y acaba en el ensayo”. He aquí una máxima bien concisa. ¿Qué querrá decir? El historiador, como el novelista, cuenta una historia; la historia de un trocito del pasado; el historiador describe (más que “define”). El novelista lo tiene más fácil: puede inventarse personas que no existieron y hechos que no sucedieron. Eso no está al alcance del historiador, que no puede describir ni personas ni sucesos que no existieran: debe limitarse a los hombres y mujeres que vivieron de verdad. Debe apoyarse en las pruebas de sus actos y de sus palabras, aunque, como el novelista, se vea obligado a hacer ciertas conjeturas sobre lo que pensaban. En resumen: debe hacer ensayo, que no es lo mismo (aunque los términos estén bien próximos) que “ensayar”, porque es algo más: no basta con sopesar todas las pruebas, sino hay que encontrarles significado. Los historiadores deben tener esa capacidad… y esa disposición. Pero ¿entienden que a todo suceso y a toda expresión humana es inherente alguna forma de moral? No existen muchos historiadores cuya visión de la historia, en general, pase por dedicarse a la tarea de promover el pensamiento histórico. Los historiadores así son profesores, más que escritores: cuando escriben, también enseñan. ¿Hacen esto los novelistas? Muy pocas veces; y, si es así, sus enseñanzas están implícitas.
Mencken dijo en broma que el historiador es un novelista frustrado; pero hay que leer a Tolstoi para darse cuenta de que más bien puede que el novelista sea un historiador frustrado. Resulta más sencillo escribir una historia mediocre que una novela mediocre y más difícil escribir un gran libro de historia que una gran novela. De ahí que, a lo largo de los últimos dos siglos, haya habido quizá más grandes novelas que grandes obras históricas. “Un gran historiador –escribió Macaulay- exigiría la devolución de los materiales que se ha apropiado el novelista”. Y: “Ser realmente un gran historiador quizá sea la menos frecuente de las distinciones intelectuales”. Pero las cosas no son tan simples.
Extractado de: John Lukacs, “El Futuro de la Historia”