En 1815, Artigas por fin gobernaba en la Provincia Oriental, la Patria Vieja, como fue llamada. En el mismo año las provincias litorales de Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, junto con Córdoba, se agruparon en una llamada Liga Federal y reconocieron a Artigas como el Protector de los Pueblos Libres, el líder de la lucha armada contra Buenos Aires. El “protectorado” en realidad no fue nunca más que una incómoda asamblea de caudillos locales, cada uno de los cuales miraba de reojo a su vecino, al igual que a Buenos Aires. Y era sólo en la Provincia Oriental donde Artigas gobernaba realmente. Incluso allí tenía poco en donde gobernar. Después de cinco años de guerra, la provincia era casi un desierto. Los ejércitos habían recorrido de arriba abajo el país; las fuerzas realistas, patriotas y brasileñas habían vivido del campo, ocupando las estancias, saqueando las propiedades y cazando las reses. “Inmensas cantidades de ganado fueron muertas para conseguir un ingreso de los cueros, y muchas más fueron destruidas como gratificación de los apetitos y de los intereses privados de oficiales y soldados”. Los propietarios rurales se refugiaron en las ciudades y la población trabajadora se dispersó. Las tierras cultivadas eran insuficientes para alimentar la población, que particularmente tuvo que depender de las importaciones de cereales extranjeros. Pero el comercio también estaba deprimido y producía poco en ingresos o en beneficios del exterior. Montevideo había estado aislada del interior, y en las condiciones de la guerra, la producción de esta zona había producido un receso.
Artigas intentó reparar la destrucción de la guerra y desarrollar de nuevo el país. Quería promover la economía de la totalidad de Río de la Plata sobre la base de la libertad de comercio para las provincias en general y para la Provincia Oriental en particular. Esto suponía el comercio con Gran Bretaña. En 1815 el comodoro William Bowles, comandante de la estación naval británica, pidió facilidades para los comerciantes británicos, y Artigas abrió los puertos de Montevideo y Colonia con la condición de que los comerciantes extranjeros comerciaran sólo en los puertos, no en el interior, y consignaran sus mercancías, a mediadores nativos. Se desarrolló un activo comercio británico del cual el protectorado sacó beneficios en una escala que parecía justificar la firma de un convenio (2 de agosto de 1817) entre Artigas y los funcionarios británicos locales. Esto admitía “un libre comercio para todos los comerciantes ingleses”, regulaba el comercio, y otorgaba a los ingleses mejores términos fiscales que aquellos, de que gozaban otros comerciantes extranjeros. Aunque el gobierno británico no dio su autorización, Artigas hizo circular la regulación por sus puertos y se desarrolló y comercio mutuo sobre esta base. Pero Artigas estaba tan interesado en la distribución de la riqueza como en su creación.
La política social del régimen tenía unos claros matices radicales. El federalismo en sí mismo, por supuesto, tenía implicaciones sociales. La resistencia provincial al centralismo tenía un precio: significaba a veces impuesto sobre las propiedades rurales y en cualquier caso depredaciones militares en las propiedades y la producción. Había también problemas de reclutamiento. Los caudillos, como Buenos Aires mismo, intentaban atraerse a los esclavos negros ofreciéndoles una especie emancipación. Artigas también apeló a los esclavos tanto en el sur del Brasil como en su propia provincia. Esto alarmó aún más a los propietarios:
“Sin duda existe una considerable fermentación provocada entre los esclavos por sus proclamaciones y por los ánimos que les ha dado, y es muy probable que muchos de ellos quieran escapar y unirse a su ejército […] El sentimiento general entre las gentes propietarias y de cierta consideración, no sólo de esta orilla del Plata sino de la opuesta, en contra Artigas, cuya popularidad, aunque considerable, está totalmente confinada a los bajos niveles de la comunidad y surge de aquellas mismas causas que le hacen más temido por las clases altas, porque no solo permite sino que anima cualquier exceso y desorden de sus seguidores”. (William Bowles: Comandante de la estación naval británica.)
En 1815 Artigas redactó un “Reglamento provisorio”, un plan para promover la colonización agrícola mediante la concesión de tierras a los que quisieran trabajarlas, con preferencia para los negros, zambos, indios y blancos pobres, a todos los cuales se le otorgarían parcelas, si por su trabajo y honradez se sentían inclinados a su propia felicidad y a la de la provincia. Estas concesiones procedían de las tierras marginales no ocupadas y de las confiscadas a los emigrados, malos europeos y peores americanos, esto es, a los realistas. Sin duda había razones económicas urgentes para el desarrollo agrario, razones que también pueden verse en los decretos de Artigas obligando a los vagabundos a trabajar y pidiendo a las estancias que volvieran a producir: intentos, todos ellos, de volver a reunir mano de obra y capital. Pero la reforma agraria era también una inversión social, la obra de un caudillo populista. La formación de grandes fincas en el siglo XVIII habían concentrado la propiedad en manos de unos pocos, lo que elevó el precio de la tierra y empobreció a la población sin recursos que no podía adquirir y permitirse tierras. A este sector iban dirigidas las leyes que Artigas promulgó en 1815, y hay constancia de que se hicieron numerosas concesiones de tierra y ganado. El programa era más reformista que revolucionario, pero incluso había sido calculado para alarmar a los estancieros, especialmente a los terratenientes absentistas en Montevideo. Y el radicalismo agrario de Artigas con el tiempo se enajenaría a la propia clase de la cual dependía cualquier movimiento político. En cualquier caso, desde 1816 Artigas tuvo que subordinar sus esquemas a las necesidades militares. La joven y heroica Patria Vieja tuvo un brutal final debido a una nueva oleada de invasores portugueses.