LA INDEPENDENCIA DE URUGUAY 7° Entrega (última) Según John Linch, hispanista y americanista británico

Así, a finales de 1825 había tres fuerzas en la Provincia Oriental: Brasil, que combatía por conservar su nuevo dominio; Buenos Aires, para incorporar la zona a las Provincias Unidas, y los orientales, para conseguir el autogobierno dentro de una confederación argentina. Dos factores cambiaron la situación en favor de la independencia absoluta del Uruguay. En las Provincias Unidas la constitución centralista de 1826, promulgada por el presidente Rivadavia, era una fachada y una provocación. Fue rechazada por las provincias y los federales del propio Buenos Aires. Y exponía descarnadamente las pretensiones de los centralistas porteños y su debilidad. Rivadavia tuvo que retirar sus fuerzas de la Provincia Oriental para luchar con los federales en su propio terreno. Cuando perdió la batalla por el poder central, la autonomía provincial ganó fuerzas. Fructuoso Rivera, hijo de una de las más ricas familias de terratenientes de la Provincia Oriental, aprovechó la oportunidad para encaminarse hacia la completa independencia. Rivera era un antiguo oficial de Artigas y después del colapso del esfuerzo de guerra oriental se había sometido a los portugueses en 1820. A principios de 1828 reclutó una fuerza de guerrillas procedente de la Provincia Oriental y del litoral, avanzó a lo largo del río Uruguay y conquistó la brasileña Misiones. Por fin los orientales tenían algo con que negociar.

Mientras tanto, Brasil y las Provincias Unidas habían dejado exhaustos sus recursos militares y combatían hasta el agotamiento. El resultado fue un punto muerto; la balanza del poder estaba demasiado equilibrada entre los dos países para que uno de ellos consiguiera una clara victoria. Así, debido a la falta de alternativas, la provincia Oriental surgió como nación independiente de sus dos grandes vecinos. El vehículo de la independencia fue la mediación británica que se inició en 1826 y reforzó los esfuerzos militares de los patriotas. Como en 1812, Gran Bretaña tenía “motivos de interés propio al igual que benevolencia” para buscar una fórmula de paz. La guerra estaba perjudicando el comercio británico en el Atlántico sur y los comerciantes sufrían grandes pérdidas debido al bloqueo brasileño de Buenos Aires y al aumento de la piratería. Y políticamente Canning daba una curiosa importancia a la conservación de al menos una monarquía en las Américas, salvando a Brasil de si mismo y de sus vecinos republicanos. Gran Bretaña tenía una considerable influencia sobre los gobiernos de Río de Janeiro y de Buenos Aires, pero no había sido capaz de impedir la guerra y encontraba dificultades para restablecer la paz. En 1826, Canning envió a lord John Ponsonby para buscar una solución. Él aconsejó pragmatismo y evitar toda discusión de “legítimos derechos abstractos”, porque, como decía, “el valor de Montevideo para cada parte, consiste menos, tal vez, en el positivo beneficio que pueden esperar se derive de su posición que en el perjuicio que ellos tienen de su posesión por el contrario”. Canning  consideraba la posibilidad de independencia para Montevideo, pero sin gran confianza; sin embargo, Ponsonby se convenció pronto de que los orientales estaban listos para la independencia: “Es un hecho indiscutible que a los orientales les gusta todavía menos estar sujetos a Buenos Aires que a Brasil, y que la independencia es su deseo más querido”. A finales de octubre de 1926, Ponsonby había persuadido a Buenos Aires para que le permitiera un acercamiento a Brasil con una fórmula de independencia, aunque no podía ofrecer una garantía británica para la existencia de un  nuevo Estado. Con el emperador de Brasil, sin embargo, no tuvo éxito, y en noviembre Canning dio instrucciones a Ponsonby para que se mantuviera apartado y permitiera que el paso del tiempo devolviera la sensatez a los beligerantes, ya que “los sucesos de la guerra quizá agotarían y dejarían exhaustas a ambas partes”. Era un consejo razonable. En el curso de 1828, Ponsonby pudo explotar  el punto muerto militar y llevar a las dos potencias a la mesa de negociaciones sobre la base de la independencia de la provincia Oriental.

Ahora los orientales de fuera de Montevideo y Colonia eran de hecho libres y se gobernaban a sí mismos. Fue un reconocimiento de los hechos el que Brasil y las Provincias Unidas firmaran un tratado de paz (27 de agosto de 1828), declarando la independencia de la Provincia Oriental. En 1830 el Estado Oriental del Uruguay tuvo su primera constitución, que culminó y completó la lucha por la independencia. Las pasadas diferencias políticas –tanto acciones como opiniones- se declararon anuladas; esta amnistía aparentemente general era una muestra de legislación clasista, porque pretendía beneficiar a los miembros de las clases altas que habían colaborado con Buenos Aires o Brasil. En otros aspectos también esta sedicente constitución era un documento socialmente conservador que estaba lejos de los ideales de Artigas. Hablaba de un gobierno representativo, pero en él solo estaban representado un pequeño sector de la sociedad. Ciertas categorías, comprendiendo aquellos que habían soportado el precio del servicio activo de las guerras de independencia, fueron especialmente excluidos del sufragio: peones, vaqueros, trabajadores asalariados, soldados rasos y vagabundos –un término lo suficientemente vago como para cubrir la totalidad de la población gaucha- se vieron desprovistos del derecho al voto. Para ser diputado o senador un hombre tenía que ser propietario con un capital de 4.000 o 10.000 pesos, respectivamente, o tener una profesión, ocupación o cargo que le produjera una renta equivalente. En 1842, menos del 7 por ciento de la población de Montevideo, e incluso todavía menos en el campo, votaba en las elecciones nacionales. Habiéndose asegurado el control del Estado, la clase dominante del Uruguay se las arregló para que éste tuviera poco que hacer. Las diversas libertades inscritas en la constitución de 1830, libertad de comercio, de opinión y de prensa, la abolición del mayorazgo y de los fueros eclesiástico y militar, todas esas clásicas medidas liberales crearon un sistema de laissez-faire  que tenía poco sentido para las masas populares. Y nunca más se volvió oir hablar de la reforma agraria iniciada por Artigas. Solo la abolición de la trata de esclavos y el final de la esclavitud fueron un débil eco de los ideales del precursor.

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