LA INDEPENDENCIA DE URUGUAY – Según John Linch, hispanista y americanista británico

La revolución engendró más revolución, y la independencia se alimentó de sí misma. Mientras el interior del Río de la Plata desafiaba la política unitaria de Buenos Aires, las provincias de la periferia rechazaban cualquier asociación con el nuevo Estado y buscaban sus propias soluciones políticas. El éxito de Uruguay, Paraguay y Bolivia en declarar su independencia fue en parte producto de su aislamiento tras los ríos, desiertos y montañas, y de la incapacidad de Buenos Aires para enviar fuerzas militares contra ellas. Pero su origen real procedía de la convicción de que sus intereses no podían realizarse dentro de las Provincias Unidas y necesitaban de la autodeterminación. Persiguiendo este objetivo la prueba más dura la sufrió Uruguay.

La Banda Oriental, situada entre el río Uruguay y el Atlántico, era un país poco poblado y escasamente urbanizado cuyo principal recurso era el fértil y regado suelo de sus ondulantes praderas, que hizo de ella durante el periodo colonial la más rica reserva ganadera de la totalidad del Río de la Plata. Tenía poco más de cuarenta mil habitantes en 1810, mucho de los cuales eran gauchos nómades de origen mestizo y mulato, cuya principal actividad era la caza de ganado salvaje. Durante el siglo XVIII, la tierra y la gente empezaron a ser controlados de modo creciente. La expansión de la industria ganadera dio origen a una nueva y poderosa clase terrateniente, nacida en parte de los intereses locales y en parte de los recientes y vigorosos inmigrantes procedentes del norte de España; estos grupos se enriquecieron con las concesiones de tierra que dividieron el país en una serie de grandes estancias basadas en el trabajo de gauchos y esclavos. Los Durán, Martínez de Haedo, Alzáibar, Viana, Arias, Villanueva, Rivera y García de Zúñiga eran algunos de los miembros de la nueva aristocracia, propietarios de inmensas fincas patriarcales y autosuficientes. El desarrollo rural también atrajo a más comerciantes a la provincia, muchos de los cuales eran peninsulares, que se convirtieron en exportadores de cueros y carne salada, constructores de barcos y tratantes de esclavos. Los comerciantes tenían tendencia a explotar a los productores rurales y supusieron un elemento de antipatía hispanocriolla. Pero no había una gran separación de intereses entre el comercio y la tierra: muchos comerciantes invertían en tierras, y un número de estancieros de éxito emplearon sus activos en el tratamiento de cueros, saladeros, navegación y comercio.

En el sistema imperial español, la Banda Oriental tenía un triple significado, estratégico, político y comercial. Su importancia estratégica residía en su posición dominante en la entrada del Río de la Plata, desde donde podía controlar el tráfico de dentro y de fuera de este gran complejo fluvial. Era, además, un amortiguador entre Brasil y Río de la Plata, y por tanto objeto de inmensa competencia entre Portugal y España. Por el lado español era de particular interés para Buenos Aires, primordialmente como fuente de recursos ganaderos siendo considerada “como una especie de gran estancia arrendada por Buenos Aires”. La situación de la Banda Oriental y el vacío de su frontera del norte invitaban también a la intervención portuguesa –cuatreros en busca de ganado, comerciantes buscando mercado-, y ello forzó a España a preocuparse por la provincia. La portuguesa Colonia del Sacramento, fundada en 1680 en la orilla norte del Río de la Plata, era tanto un centro de contrabando como un avanzado puesto imperial, y se convirtió en una activa amenaza contra los intereses españoles, España replicó fundando Montevideo en la década de 1720. Era ésta una base defensiva que eventualmente daría una capital a la zona. La defensa se fortaleció más en 1776 con la creación del virreinato del Río de la Plata y la retirada de los portugueses de Colonia do Sacramento. El estatuto virreinal realzó la posición de Buenos Aires y la hizo  más sensible al creciente poder de Montevideo. Este último se convirtió en un eslabón vital para la defensa imperial y en un importante centro administrativo; inevitablemente se convirtió también en la capital de la Banda Oriental y adquirió identidad política. Ahora tenía su propio gobernador, aunque estuviera subordinado al gobernador de Buenos Aires y, desde 1776, al virrey.

El papel comercial de Montevideo anduvo parejo a su crecimiento político. Incluso durante el régimen de puerto cerrado su actividad de contrabando le quitó comercio a Buenos Aires y despertó el resentimiento de los comerciantes españoles de allí. Pero el crecimiento del comercio legítimo desde 1778, cuando Montevideo pudo participar en los beneficios del comercio libre supuso una prosperidad mayor para el puerto y la hostilidad de Buenos Aires. Montevideo ahora disfrutaba de comercio directo con España y de comercio intercolonial en las Américas; consiguió aduanas propias y funcionarios del tesoro. Por supuesto, Montevideo tenía ventajas naturales sobre Buenos Aires en la competencia por los mercados europeos y americanos; tenía un muelle, estaba cerca del Atlántico, además de ser el primer puerto de escala, y tenía un hinterland rico en productos exportables procedentes de la estancia y el saladero. Buenos Aires era muy consciente de esa competencia e intentó reducirla; mientras que la implantación de un consulado en 1794 hizo avanzar sus propias demandas monopolistas, Buenos Aires denegó todas las concesiones a Montevideo e incluso rehusó autorizar mejoras en su puerto. La explotación política “colonial” parecía llegar a la Banda Oriental no directamente desde España, sino desde Buenos Aires. Montevideo miraba hacia el poder imperial para que la protegiera de los intereses sectoriales de su inmediata metrópolis del otro lado del río. Y las peticiones de concesiones comerciales se acompañaban con peticiones de autonomía administrativa: en 1807, Montevideo pidió que como premio por los daños sufridos y servicios prestados durante las invasiones británicas, se le asignaran una intendencia y un consulado, esto es, una unidad administrativa y una institución económica separada de Buenos Aires. Esta petición no le fue concedida, pero en 1808 el gobernador de Montevideo, Francisco Javier de Elío, fue nombrado gobernador de toda la Banda Oriental. Un cargo nuevo y de importancia. Entretanto, después de seis meses de ocupación y de comercio británico, Montevideo era contraria a volver a su situación de satélite dependiente de Buenos Aires y de los monopolistas del otro lado del río.

1° entrega

 John Lynch, “Las Revoluciones hispanoamericanas 1808-1826”

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