En 1829, Rafael Rivera un comerciante mexicano, estableció un asentamiento al cual llamó “Nuestra Señora de los Dolores de las Vegas (prado) Grandes. Un punto de unión entre Santa Fe (Nuevo México) y Los Ángeles. Más tarde misioneros mormones y una parada del ferrocarril fueron sus inicios. Su verdadera fisonomía la adquiere luego de la Segunda Guerra Mundial cuando se establecen grandes hoteles casinos y la población comienza a crecer aceleradamente. Hoy en día una urbe de medio millón de habitantes y cinco millones de turistas la visitan anualmente. El sector de los servicios es su centro neurálgico. Las tórridas temperaturas del verano en un clima seco, marcan la necesidad del mundo interior aclimatado de los hoteles, comercios y viviendas. Su personalidad está definida por el mundo del juego que parecen ocultar ciertas bondades. Si bien su origen histórico se ubica hacia el norte de la ciudad, la llamada Área de Las Vegas concentra la mayoría de los grandes hoteles, cuya distribución interior obliga a transitar grandes salas de juegos para acceder a comercios, lugares de comidas, espectáculos y todos los servicios imaginables. Su infraestructura edilicia hotelera recrea símbolos arquitectónicos o culturales de otros países. Una administración eficiente justifica esas inversiones descomunales y todo parece funcionar con un estimable equilibrio. La noche plagada de luminarias, vehículos grandes transitan el “Bulevar Las Vegas”, su principal arteria de 14 kilómetros y dirección norte-sur. La ciudad de Las Vegas puede ser ponderada o rechazada, pero siempre será destacada su descomunal dinámica. Visitar su centro histórico y observar su transitada calle peatonal iluminada por dos millones de luces y 540.000 vatios de sonido y música (una inversión de setenta millones de dólares), testimonian la dimensión de su propuesta como ciudad de entretenimiento. Criticada o no, Las Vegas -ubicada en el Estado de Nevada- a nadie deja indiferente.
De nuestro enviado especial Julio Díaz