Lavalleja como intérprete de la comunidad oriental
Una sucesión de hechos objetivos y relevantes se aúnan para enaltecer la figura de Lavalleja, un hombre llano, directo, impulsivo en la acción, reflexivo en la llanura de su pensamiento. Medir su estatura solo por su inteligencia es mutilar otras virtudes que se adecuan a las circunstancias históricas. Es el hombre para tomar decisiones en el momento que se requiere sin entrar en disquisiciones propias de la complejidad del intelecto humano; pero además es necesario ponderar éstas en función de la sociedad que representa.
Ponsonby, en correspondencia de fecha 20 de julio de 1827 expresa a Canning: “Me es imposible calcular las fuerzas que tiene a sus órdenes, pero él es el jefe favorito de los orientales, oriental él mismo y con enorme popularidad en las provincias linderas. Es, por tanto, casi seguro que tendrá con él a casi todos los hombres que en esas regiones puedan proveerse de un caballo y un sable, o que él se los proporcionará”.
Otro británico, Mr. Fraser, dando cuenta de su misión ante Lavalleja en relación con las bases de paz, señala en su correspondencia dirigida al representante inglés en Río de Janeiro R. Gordon de fecha 13 de abril de 1828: “Fue en este lugar (pueblo de La Laguna), excmo. Señor, que entregué sus cartas en manos del general Lavalleja. Las leyó detenidamente y, por repetidas veces, me aseguró que estas proposiciones debían satisfacer a todos los habitantes de la Banda Oriental, pues que le aseguraban la realización de los propósitos por los cuales habían batallado durante tres años. Más aún; afirmó que las proposiciones eran tales que, si le hubieran sido hechas a él en el año 1825, las hubiera aceptado de inmediato y hubiera aceptado negociar con el emperador. No opuso objeción alguna en cuanto al fondo o expresión de las proposiciones, y concluyó asegurándome que escribiría de inmediato al gobierno de Buenos Aires, recomendándole enérgicamente la inmediata aceptación de las mismas. En caso de que surgieran algunas objeciones, me declaró que él mismo tomaría sobre sí el removerlas”.
En una alocución dirigida a sus soldados y compañeros de armas comunica sobre los motivos que dieron lugar a su decisión de pasar por las armas al oficial D. Pedro Trauma, muestra su firmeza de carácter: “…De este modo no huirán de nosotros como de las fieras, las familias y habitantes del territorio que vayamos pisando, como lo han hecho ya los que han tenido noticias de los criminales procedimientos de Trauma. Este oficial indigno de la distinción con que lo había distinguido la Patria, ha mancillado vuestro honor, y su muerte solamente es la que os pone a cubierto de la mancha ignominiosa que se extendía hacia nosotros […] sepa que la Patria así como premia los servicios de sus hijos, saber también castigar a los que la infamen con sus crímenes y atentados. Cuñapirú y Enero de 1827. Lavalleja”. (La Gaceta de la Provincia Oriental).
Certero en elegir a su gente de confianza, con capacidad para discernir sobre los buenos y malos propósitos, saber escuchar y en un reflexivo análisis tomar acertadas decisiones son algunas virtudes del Libertador. En el ejercicio eficiente de su cargo de Gobernador fue aprobando normas que ordenaban y daban garantías a los habitantes de la futura república independiente. Plena conciencia de la vida institucional dentro de la precariedad de los recursos disponibles. Una gestión a la altura de las circunstancias históricas.
La importancia del caudillo como fenómeno social
El vocablo “caudillo” surge en el siglo XIV y su precedente en lengua romance hacia 1220-50 se escribe “cabdiello”. Pero su origen etimológico nos indica un vocablo en latín: “capitellum” que significa cabecilla. ES Alfonso el sabio el que institucionaliza su existencia y lo recoge en la Partida Segunda, Título XXIII, Ley V. La fuerza de la tradición traslada desde España la figura del caudillo y aparece en todo su esplendor cuando se inicia la revolución americana. El que -“como cabeza, guía y manda la gente de guerra”- encarna el impulso renovador y dirige la milicia “…cuando fue necesario crear una pasión colectiva; cuando los conceptos políticos comenzaron a prender en el seno de la opinión inexperiente; cuando las masas irrumpieron en la escena pública manejando esos conceptos sin noción cabal de su contenido, apareció en el proceso revolucionario, como intérprete y orientador de los sentimientos populares, la figura dominante del caudillo”. (Herrera y Obes- Bernardo Berro).
La Advertencia del Tomo XXVIII que integra el Archivo Artigas contiene las expresiones escritas del profesor Juan A. Pivel Devoto sobre “El Poder del Caudillo”. Distingue al Cid Campeador como el personaje que “acaudilló las mesnadas” en la “lucha contra los moros”; el caudillo español de la “reconquista” se traslada a América como el de la “conquista” y pasando por Hernandarias, Liniers y Francisco Javier de Elío, emerge el Jefe de los Orientales con todos los atributos del caudillo de masas. A esa figura sublime le sigue Juan Antonio Lavalleja, Fructuoso Rivera y tantos otros que en ejercicio de esa “misión tuteladora” nos permite abordar la histpria para entender los orígenes de nuestra nacionalidad.
En la misma medida que el caudillo tiene el respaldo de la masa a la cual sirve, encuentra la resistencia de la clase culta; aquella particularmente influenciada por el liberalismo racionalista extendido por la revolución francesa. El caudillo está apegado al medio rural desde donde surge y se constituye en su ámbito natural; su opositor reside en la ciudad-puerto en donde la actividad se beneficia por los réditos del comercio y las finanzas que genera una pródiga campaña. El caudillismo recibe la prédica contraria de los dirigentes ilustrados y lo asimilan ala anarquía de la montonera y no comprenden, no pueden comprender, la realidad de su propuesta social, de igualdad, de tradición, de émulo propio.
¿Cuál es la filosofía que explica la aparición de esos tiranos que ensangrientan y escarnecen la América? […] A ese caudillo, esa potencia, a ese principio, se levanta también para oponérsele otra autoridad y otro principio. Se alza la clase civilizada de la América con el principio revolucionario; pero se alza sin caudillo, sin representante exclusivo, porque la civilización no se hace representar por un hombre solo en ninguna parte”. (Herrera y Obes-Bernardo Berro).
Pero, quién es capaz de defender la sociedad que habita la campaña, ese peculiar paisano oriental? ¿Quién es capaz de interpretar sus aspiraciones de vida asida a la cotidianeidad del trabajo rural, al pequeño comercio en un precario urbanismo, a la vida del indio y del gaucho trashumante? ¿Quién es el que posee la capacidad de darle un sentido patriótico, de libertad, a la lucha revolucionaria? ¿Quién es el que puede dignificar ese pueblo, primero en la confrontación y luego en el trabajo que desbroce el progreso moral y material?
El caudillo es solo un representante multifacético, hábil en la tarea, un luchador empedernido que el impulso de la hora lo llevar a errar pero a acertar en mayor proporción. Cuando administra es un gestor intempestivo pero sabe escuchar al ilustrado y estampar sin hesitar la firma de una proclama, declaración o instrumento jurídico en el ejercicio de un cargo público. Cuando su figura la estampa un artista en una pintura uno sabe que su uniforme de campaña no lucía como tal en la gesta, no es comparable al general de las guerras europeas. Su figura es más quijotesca, más desgarbada y adquiere la solemnidad de la tradición española, la humanidad del cristianismo, la humildad del indio y del peón de estancia, siempre está buscando el horizonte extendido más allá de la próxima cuchilla como en una sucesión interminable de la vida y cuando la muerte –que llega en un instante- le marque el final de su trayectoria, estará ajeno a ella, firmando en el despacho del fuerte, en espera de su compadre Fructuoso Rivera en viaje desde el Brasil. No hay expectativa de juicio histórico ene estos hombres, la ciencia de la razón le es tan afín como la razón de la vida, tan dinámica, tan enaltecedora para grandes hombres que comulgaron en la pasión por la patria.
Lavalleja y su destino histórico
“El hombre, sólo posee en la tierra una vida y una vida breve: se requiere una inmensa porción de generosidad para sublimarla entregándola a un ideal. Por eso es necesario medir en toda su magnitud el heroísmo de la Epopeya Nacional Libertadora de 1825” (Luis A. de Herrera)
La Cruzada Libertadora de 1825 marca el ápice de la vida pública de Lavalleja. También hay un antes con la construcción de un prestigio como guerrero de la revolución, reconocido por su ímpetu y arrojo para la lucha. Es ungido por Artigas para comandar fuerzas y merecedor de confianza en el cargo de comandante militar de la Colonia del Sacramento. Es un producto de la campaña oriental formado en el ámbito natural de la revolución popular. Seguro de sí mismo se muestra certero en la toma de decisiones. Encara la vida militar sin renunciamientos y en la batalla de Sarandí demuestra su nivel de conducción y determinación para logar un triunfo vital.
Es el hombre del destino y principal gestor de la Cruzada Libertadora de 1825. Sostiene el concepto artiguista de la autonomía provincial y acepta la evidencia empírica y patriótica de un Uruguay Independiente. Juan Manuel Blanes lo representa en el centro de la famosa pintura del Desembarco de los Treinta y Tres Orientales en la playa de la Agraciada. Y es justo; con él se identifica el proceso de lucha patriótica que une y culmina el anhelado destino de libertad e independencia.