Son las siete de la mañana, me levanto, enciendo el agua caliente de la ducha y me desnudo. En el espejo, no puedo evitar ver mi reflejo, el cual miro detenidamente, preocupándome en cada lugar de mi cuerpo… Lo dejo correr. Mirando el reloj de sobre la mesilla de noche me doy cuenta que es demasiado tarde. Me ducho, me seco el pelo y, tan rápido como puedo, me visto. Me pondría unos pantalones cómodos, pero me tengo que poner el incómodo uniforme <<femenino>> de la cafetería. Vuelvo a mirar el reloj, apresuradamente me dirijo al baño y saco el estuche morado del estante. Me maquillo, y no porque yo quiera, <<me lo recomienda>> mi gerente, está claro…
Cojo las llaves y salgo corriendo de casa. El café está a cuatro calles de la Rambla, así que tengo bastante con cinco minutos para llegar. Esperando en el paso de cebra, noto encima un vistazo penetrante y vicioso que intenta desnudarme con la mirada. Se apodera de mí un escalofrío de repulsión, pero lo ignoro. Al llegar al trabajo el primero que me encuentro es mi compañero, el cual, al ver el enojo de mi rostro, me dice: <<tienes la regla, ¿no?>>. Lo ignoro.
Después de un largo día sirviendo, por fin puedo sacarme el uniforme y irme a casa. Abro la puerta del café para salir, pero una mano que me coge del brazo me lo impide. El gerente, de un tirón suave, me hace entrar en el local otra vez. Ya casi es oscuro. Le insisto que tengo que irme a casa, pero no me deja salir. Me dice que tiene que hablar conmigo, pero yo sé perfectamente que no se trata de esto…
Son las siete de la mañana, me levanto, lloro.