¿Qué se puede decir de una mirada impúdica y femenina que de cuando en cuando se desliza entre las parejas que bailan, para posarse en la figura del pianista que de nuevo ha sido contratado? Por supuesto que la mujer sabe que desde el festejo familiar de hace un año, cuando a petición suya el músico interpretó My Heart Will Go On, una ingobernable atracción apareció.
Y ahora que él vuelve a observarla desde el mismo estrado (a la vez que ofrece a los invitados una alegre pieza de Simons), ella por debajo de la mesa coloca los dedos en la entrepierna, ensaliva con la lengua el borde de sus labios y evoca estremecida las clandestinas horas de hotel que han pasado juntos desde entonces.
Pero más allá de unos dedos húmedos, de unas pupilas que buscan el ángulo preciso para no perderlo de vista, y de la vigilada discreción con la que él devuelve los guiños, ¿qué se puede decir de un hombre sentado al piano que disfruta del mensaje secreto implícito en ese cruce de miradas, o de la mujer que no le quita los ojos de encima mientras el esposo enamorado y eufórico le dice por enésima vez ¡feliz cumpleaños mi amor! y la invita a bailar?
Reinaldo Bernal Cárdenas