MONTE HELICÓN BEOCIA (GRECIA) 720 ANTES DE CRISTO

Nubes oscuras avanzan por el cielo como mansos rebaños: vienen de arriba, de la fuente del Caballo, y su sombra la sigue a ras de suelo deslizándose sobre los carrrascos y los acebuches. Sentado en su zalea, bajo una encina, un pastor encorvado las mira pasar. Cuando era niño llegó aquí con sus padres desde Eolia, huyendo de la pobreza. Le llaman Hesíodo, y esta montaña lo ha hecho poeta.

Hesíodo tiene un hermano, Perses, que ha conseguido escatimarle la herencia de sus padres comprando con regalos la voluntad de los que mandan y que hace años está dilapidando con la misma inconsciencia el fruto de ese sudor ajeno. Sin embargo, ni la codicia ni la prodigalidad de Perses ha conseguido destruir en Hesíodo el afecto y el desvelo que desde niño siente por su hermano.

Aquí arriba, en el silencio y en la soledad de estos montes, Hesíodo ha aprendido de las Musas que el hombre no ha sido siempre tan infortunado como en este tiempo en que el mundo está regido por el hierro. Hubo otros hombres, otros metales más blandos y más nobles, otros tiempos más dinos de nostalgia. Pero, a lo largo de los años, la inconsciencia y la guerra han ido rebajando la estirpe de los mortales hasta su deplorable estado actual.

Las Diosas de la montaña saben decir mentiras idénticas a las verdades, pero saben también, si lo desean, revelar al desnudo la verdad. Ellas, que enseñan la belleza y la armonía, le han revelado a Hesíodo el camino que conduce a los hombres a la única posibilidad posible en la tierra. Se llama justicia, y es lo único que tienen para intentar una existencia feliz quienes han nacido en esta edad funesta. Ninguna otra esperanza puede haber para ellos que las conquistas de esa extraña fuerza que trata de imponerse sobre el abuso y la desigualdad; ningún otro amparo que el de esa violencia que hay que hacerse a uno mismo para obrar conforme a la verdad y dando a cada cual lo que merece. De ella vienen los bienes verdaderos, las sustanciosas bellotas de encina, la miel de la montaña, las ovejas que se encorvan bajo el peso de su lana. Y el día en que ella falte –el día que no halla renuncia a favor de lo justo y no tenga valor la palabra, la verdad, la piedad ni la vida-, Aidós y Némesis levantarán el vuelo con sus blancos peplos hacia las cumbres de los inmortales, abandonando para siempre al hombre, y esta estirpe de vidas efímeras conocerá su fin.

Pastoreando su rebaño, bajando despacio de la fuente a la majada, estas razones discurre Hesíodo para su hermano Perses, para los poderosos que gobiernan estos tiempos sin héroes y para los humildes y oprimidos que aún no tienen consciencia de su dignidad. Afortunado aquel a quien las Musas aman y ponen en su boca el dulce canto.

Pedro Olalla: “Historia Menor de Grecia. Una mirada humanista…”, 2022.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *