Nosotros lo sabíamos – Elbio Firpo

Nosotros lo sabíamos….

ya desde hace tiempo…por favor papá…era casi un secreto a voces…¿ En serio no te habías dado cuenta?

¿Darme cuenta?- contesté anonadado- ¿Pero como?…¿Desde cuándo?- pregunté sin salir de mi asombro.-

– Mirá…yo era muy chiquita la noche que recibiste una llamada y saliste corriendo para la azotea. Yo estaba en mi cuartito que tenía una puerta por donde pasaste. Vos no me viste porque yo me agaché para mirarte mientras te sacabas la ropa y la tirabas al piso. La camisa, la corbata, los pantalones y los lentes que los dejaste encima del montón. Entonces, aunque estaba bastante oscuro,vi la enorme S en rojo sobre un triángulo amarillo destacando sobre el azul de un traje muy ceñido. La capa la sacaste de algún lugar escondida en la azotea. Después te subiste al pretil y saliste volando.

– ¡ Claro! ¡ Fue la noche del incendio en el Palacio de la Luz! Tuve que ayudar a los del helicóptero de rescate. ¡ Los agarré de la cola y los aguanté mientras sacaban a la gente!

–  Por supuesto que mamá sabía y Esteban también. Cuándo llegaste te metiste en el baño enseguida. Y la ropa estaba toda sucia. Pero no te dijimos nada.

– ¿ Y tardaron cuarenta años para decírmelo? No lo puedo creer.¿ Porqué ese silencio?

-¡Papá ¡…era difícil…vos siempre fuiste un tipo bastante especial…en fin…era difícil.

Tardé algún tiempo en recuperarme. Esteban, mi hijo mayor, me miraba. Siempre fue de pocas palabras. Después de un rato, Virginia rompió el incómodo silencio  que su relato había provocado en mi ánimo.

-No es para que te enojes- dijo conciliadora- algún dia tenías que saberlo.

-¡Si seguro! ¡Después de cuarenta años!

-Papá…papá…debes reconocerlo…tu trabajo solidario en pos de la justicia… aún teniendo a favor tus superpoderes, hacían muchas veces, difícil la convivencia. Sobre todo con la abuela.

-¡ Pero que dices Virginia ¡ ¡ La vieja me quiso matar! ¿ Y que esperaban que hiciera cuándo me puso Kritptonita en la ensalada! ¿Se olvidaron de eso?

-No papá, no nos olvidamos, pero no fue Kriptonita lo que te puso, fue toda una confusión con las salsas y los picantes.

-¡ No voy a discutir sobre un absurdo! ¡ Mi estómago es de acero! ¿O no lo saben? ¡Era Kriptonita que yo guardaba en un lugar muy seguro en un envase de acero en el fondo de mi escritorio. La tenía allí desde que Lex Luthor me la había arrojado con su rifle de neutrones….aparte la vieja me hizo otras cosas…

-¿Qué otras cosas papá?- insistío Virginia.

-¿ Que otras cosas? ¡ ¡Te digo! Impidió lo que tu madre me había prometido antes del nacimiento de Esteban, ponerle el nombre de Jor-El, mi padre y su abuelo que me lanzó al espacio en un cohete tan pequeño como una cuna y salvó mi vida. ¿Te parece poco?

-Vos tampoco fuiste muy cordial con ella…porque miremos las dos partes… algo recuerdo yo misma…pero, en fin…

-Ni idea de lo que estás hablando, Virginia.

-Aquella noche de tormenta eléctrica…con unos truenos que metían miedo. Yo estaba abrazada a mamá y vos le contabas algo a Esteban.

-¿Y?

-La abuela se quejaba mucho del reuma. Tenía problemas con sus piernas y aquella noche horrible y húmeda, la pobre exhalaba dolorosos quejidos…

-Sigo sin entender.

-Y tu le dijiste : Doña Clota, ella se llamaba Clementina pero vos siempre le dijiste Clota con un dejo bastante peyorativo- Doña Clota, escuché por la radio que hay un remedio para lo que usted tiene. Ella te miró recelosa y vos continuaste la frase diciendo: La electricidad del aire. Hoy es una noche ideal ¿Porqué no sube a la azotea con el paraguas de mango metálico? Y terminaste el “chiste” con una risa que nadie acompañó.

-Bueno, bueno, Virginia, reconozcamos que la señora no tenía mucho sentido del humor…

Las campanas de la capilla marcaron las cinco de la tarde. Antes de irse los comprometí al secreto de nuestra charla. Nadie debía saber quien era.

El abrazo de despedida fue extrañamente cálido y prolongado. Los divisé de espaldas mientras bajaban la escalera de mármol. Se dieron vuelta como para saludar, me buscaron entre las rejas de las altas ventanas  pero no pudimos vernos.

Y una tristeza profunda me acongojó el alma.

Me suele ocurrir los domingos de otoño cuando los árboles adelantan la noche y la Avenida Millán permanece silenciosa.

Elbio Firpo

Mayo 3 de 2021

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