Poco a poco, en torno al cambio de milenio, las economías occidentales empezaron a resurgir notablemente. Uno de los centros comerciales más famosos que surgieron en el revigorizado mundo medieval se encontraba en el condado de Champaña, al este de París. A partir del siglo XII, este condado –que se aferró ferozmente a su independencia de la supervisión real francesa- se convirtió en sede de una sucesión de ferias comerciales anuales. Había seis ferias principales, celebradas en las cuatro ciudades de Lagny, Bar-Sur-Aube, Provins y Troyes, según un calendario ene l que cada feria duraba entre seis y ocho semanas. Eran muchos más que bazares a los que acudían los champañeses para hacer sus compras semanales. Champaña ocupaba un lugar geográfico privilegiado: los fabricantes de telas de los Países Bajos podían encontrarse con los vendedores de artículos de lujo extranjeros importados a través de Bizancio e Italia, y con los comerciantes de pieles del Báltico. Todos los asistentes estaban protegidos por la autoridad de los condes de Champaña, que, al conceder la licencia para las ferias, también se encargaban para garantizar que no hubiera estafas ni peleas, y de velar por que hubiese un procedimiento justo para resolver los conflictos y perseguir a quienes no pagaban sus deudas. Las ferias de Champaña pronto atrajeron a comerciantes desde cientos de kilómetros de distancia, atraídos por la promesa de un lugar estable, seguro y fijo en el que se podían hacer negocios a gran escala.
Al principio los asistentes llevaban grandes cantidades de existencias y muestras, que podían almacenarse en almacenes construidos a tal efecto en estas ciudades y sus alrededores. Pero, con el paso del tiempo, las ferias de Champaña evolucionaron hasta convertirse en algo más parecido a lo que hoy llamaríamos una “bolsa de valores”, en la que la moneda, el crédito y los contratos cambiaban de manos y las mercancías reales se entregaban (o no), en algún un momento futuro, y gran parte de los negocios eran realizados por agentes especializados en nombre de empresas ricas, bancos y gobiernos. A finales del siglo XIII, un visitante de las ferias de Champaña o Flandes podía esperar encontrar a los representantes de los consorcios comerciales italianos negociando con agentes que representaban múltiples productores de lana y fabricantes de telas del noroeste de Europa, estableciendo, con meses o incluso años de antelación, calendarios de pago para las deudas que debían saldarse en ferias futuras. Las ferias de Champaña no eran los únicos mercados de este tipo: la cercana Flandes también acogía intercambios a gran escala en ciudades como Yprés, donde estaba surgiendo una bulliciosa industria de fabricación de telas a finales de la Edad Media. Sin embargo, fueron las más duraderas y conocidas de su época: un indicador del inicio de la era del comercio internacional.
Dan Jones: Poder y Tronos. Una Nueva Historia de la Edad Media, 2022.