Tocqueville propone una filosofía de la historia algo muy propio de los siglos XVIII y XIX; una visión que otorga sentido general a toda la evolución histórica. La diferencia de Tocqueville con otras filosofías de la historia es que considera que el despliegue de esa razón de ese proceso histórico es del todo impredecible.
Tocqueville en 1835 visualizó el futuro de la narración histórica cuando escribió sus dos volúmenes de la Democracia en América y, en el segundo, incluyó un breve capítulo sobre cómo se escribiría la historia en la era democrática (capítulo que rara vez leen o tienen en cuenta los historiadores profesionales). Cuando escribió ese capítulo y ese libro, Tocqueville no era un historiador profesional. Su historia del Antiguo Régimen y la Revolución, un logro inmenso y sin precedentes, vino después (poco antes del fin de su corta vida). Sin embargo, desde bastante antes se puede reconocer fácilmente su aguda visión histórica, según la cual resulta más crucial la diferencia entre las eras aristocrática y democrática que la separación, bien aceptada, entre la Antigüedad, la Edad Media y la Era Moderna; la diferencia entre la historia “hecha” por unos pocos y la historia “hecha” por muchos. Y el problema es anterior al de definir “pocos” y “muchos”: es cómo estaba “hecha”, cómo está hecha todavía hoy.
Tocqueville era consciente de todo esto mucho antes de decidirse a escribir sus historias inmortales de la Francia dieciochesca. El título de su obra La Democracia en América fue adecuado, preciso y franco. A él le interesaba sobre todo la democracia, más que los Estados Unidos. En la década de 1830, Estados Unidos era un ejemplo (casi) único, una representación, quizá incluso una encarnación parcial, de la era democrática que entonces empezaba. Pero aquí no se trata de hablar de Tocqueville (salvo a efectos ilustrativos), sino del problema de la historia en la era de la democracia masiva. Y, en consecuencia, haremos un último comentario –como mucho, una leve digresión- sobre Tocqueville y América. En la época en que Tocqueville hizo su viaje y escribió su libro, Estados Unidos era –en términos generales- excepcional. Pues bien, ciento ochenta años después ya no lo es; al menos no en sentido amplio. Hoy debería escribirse un libro que fuera un Tocqueville invertido, empezando por el título que no sería “La Democracia en América” sino la “Democracia Americana”: cómo y por qué y en qué modo difiere hoy la democracia americana de las naciones del resto del mundo que han abrazado el principio de la soberanía popular; en qué difiere de la democracia, pongamos por caso, alemana o finlandesa o búlgara o japonesa. Este tema podría desarrollarlo un experto en política comparada. Para nosotros lo que importa es reconocer que la democracia estadounidense ya no es su excepción a su categoría, por mucho que la mayor parte de los estadounidenses afirme y crea que ellos y su nación y su gobierno son excepcionales.
Esa, sin embargo, es otro tema histórico a encarar. Quizá la cuestión más importante de la historia es qué (y por qué y cómo y cuándo) piensa y cree la gente (sobre todo “a largo plazo”, lo cual no es lo exactamente lo mismo que la longue durée del historiador francés Braudel). Los temas de la historia han cambiado… o han tenido que cambiar; desde la historia de los Estados y de sus gobiernos, pasando por las de las sociedades, hasta llegar, por supuesto, a la historia de los pueblos. Pero he aquí el problema de la historia democrática: sus testimonios, en vez de ser singulares, auténticos y conectados con la realidad, suelen resultar abstractos y generalizados, incluso cuando se pueden cuantificar con propósitos electorales o estadísticos.
La palabra operativa es “elegir”: porque el pueblo, igual que sus componentes individuales, no “tiene” ideas; las elige. Cuando se trata de elecciones políticas, las opciones están casi siempre predeterminadas, hechas a medida para el pueblo, y se despliegan casi sin alternativa. En ocasiones, los resultados de unos comicios reflejan de modo general los deseos y elecciones del pueblo; pero otras veces y en otras circunstancias, tales resultados no reflejan en absoluto las tendencias, y puede que ni siquiera las creencias, del pueblo.
Extractado de John Lukacs: El Futuro de la Historia.